Rusia, mon amour [DracoxGinny]

Viaje hacia el mar

Capítulo 2: Desde Rusia con amor

Mientras Ginny se miraba en el espejo de los servicios de la cafetería, procurando respirar y con la cara aún mojada, intentaba poner en orden todo lo que sabía hasta ahora sin ningún resultado. La bombilla del techo zumbaba y emitía una luz apagada desde el techo, por lo que veía su rostro azulado, sus manos también azuladas, como si le faltara el oxígeno que intentaba atrapar entre aspiraciones lentas y profundas. Solo quería dejar de jadear antes de salir. Aquel cuarto de baño apestaba.

«Me llamo Ginny».

Aspirar, respirar.

«Mi familia cree que estoy muerta».

Aspirar, respirar. Aspirar, respirar.

«Si le ayudo puede llevarme a casa».

Y dejar de temblar. Sobre todo eso.

La luz volvió a parpadear unos segundos y Ginny se mordió los labios hasta que sintió el sabor metálico de la sangre. ¿En que momento había decidido creerle? Se preguntaba mirándose fijamente en el espejo. ¿Fue cuándo le enseñó la fotografía? ¿Cuándo inclinaba hacia ella su cicatriz, revelando sus ojos grises como el metal? Tal vez.

Tal vez nunca le había creído. Tal vez le había creído desde siempre.

«Ginny. Me llamo Ginny. Ginny Weasley».

Apartir de ahora tendría que aprendérselo de memoria.

Toc, toc.

—¡Es...espere! —exclamó, pillada de improvisto cuando alguien llamó a la puerta del cuarto de baño—. ¡Ya salgo!

Rescató su bolso del sucio suelo y se miró al espejo una vez más, lo justo para cerciorarse de cambiar aquella cara asustada por una un poco más presentable antes de abrir.

—Eh, ¿te encuentras bien?

Era Mel. Estaba apoyado sobre el marco de la puerta con cara preocupada, con la camisa remangada y los tatuajes visibles de sus años de motorista.

—Más o menos —mintió—. Pero gracias por preocuparte.

—¿Quién es ese tipo?

—Un desterrado —dijo simplemente mientras caminaba por el estrecho pasillo que daba hasta la cafetería. Pero Mel le agarró del brazo en el último momento para mirarla a los ojos como si quisiera cerciorarse de la verdad.

—Vamos a cerrar —le informó de pronto, como si cambiase de opinión por un instante—. ¿Estás segura de qué estás bien?

—Ahora me llamo Ginny, ¿sabes?—le dijo irónica, como si se lo dijese así misma otra vez para asegurarse.

Pero el hombre simplemente sonrió.

—¿En serio?

—En serio. Deja de preocuparte, de verdad. Me iré a casa.

Ginny se dio la vuelta para empujar la doble puerta que daba a la cafetería pero aún así, todavía pudo escucharle preguntar a sus espaldas con un deje de sorpresa y poca convicción:

—¿Con él?

...

Cuando Ginny abrió la puerta de su piso y encendió la luz empobrecida del salón, de pronto sintió vergüenza cuando vio las revistas desparramadas sobre el sofá y las cajas de pizzas abarrotando la pequeña mesa.

—Siento el desorden —se disculpó, mientras recogía algunas prendas de su ropa intima y se dirigía rauda hacia su cuarto—. No pensaba tener invitados esta noche...