LA LOQUERA

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No soy capaz de decir nada. ¿Por qué ahora? ¿De todos los momentos posibles tenía que ser ahora? Isaiah sigue ahí, mirándome, espera mi respuesta. Pero estoy demasiado enfadada y avergonzada a partes iguales. Giro sobre mí misma y me acurruco aún más, envolviéndome. Sólo entonces reparo en la habitación en la que estoy. Hay otra cama detrás de una cortina de color azul que pretende dar privacidad. Oigo el frufrú de las sabanas cuando la otra persona se mueve. Las paredes son blancas con la mitad inferior pintada de azul. Hay una televisión en el centro de la pared. Pero todo eso no importa.

Quiero alejarme, deseo dejar todo esto atrás...si tan solo pudiera...

-¿Quieres que me vaya?

No digo nada. Ahora mismo todo en mí está paralizado.

-¿Lo saben ellas? – mi voz es apenas un susurro pero no me preocupo en levantar la voz.

-Ya te dije que llamé a Latoya, ella ya...

-No me refiero a eso.

No lo miro, pero imagino que no le apetece hablar de...mi problema.

-No...sólo lo sé yo.

Bien.

-¿Puedes irte? – me doy lastima de mí misma por lo penosa que sueno.

Sé que le duele, pero ahora mismo no quiero estar con nadie. Seguro que piensa que soy una loca, y que deberían meterme en el loquero, a donde seguramente me van a mandar dentro de poco. Y ya puestos, ya que me van a alejar de la gente, tengo que empezar a practicar.

-Vamos Lee, no puedo dejarte sola ahora en este estado...

-¿Qué estado? – salto de pronto. Le miro furiosa. . - ¿en qué puto estado estoy según tú?

Isaiah no dice nada. Lo siento muchísimo por él, y me da pena ver su cara al decirle que se vaya, tiene cara de cordero degollado.

-Iré a por un café y le diré al doctor que estás despierta. - Se levanta ansiosamente, seguramente, deseoso de irse.

No pienso permitir que llames al loquero, porque casi podría jurar que van a llamar al psiquiatra de guardia.

Me quito la mascarilla y busco mi ropa por los alrededores de la cama, está doblada sobre la mesilla. Me deshago de la bata de hospital y me visto a toda velocidad. No pienso pasar por esto. No ahora. Echo a correr por la habitación pero una voz me detiene.

-Creo que has sido algo borde con tu amigo.

La voz proviene de la otra persona que está en la cama. Resulta ser una chica, puede que de mi edad quizá un par de años mayor, es bastante morena, y sus rasgos parecen tan mezclados que es imposible saber de donde es. Su pelo parece enredado y está teñido de un llamativo color gris metálico, sus raíces son negras. Sus ojos son azules, azules como el mar y por un momento me pierdo en ellos. A diferencia de mí, ella tiene una bolsa de sangre enganchada a la vena. Tiene un piercing en la nariz y varios en la oreja.

-¿Y qué? – ladro.

-Bueno, que alguien que se preocupa por ti es de agradecer. ¿No has pensado que podría haberte dejado aquí sin más? ¿Sin esperar que despiertes?

Su franqueza me desconcierta, y me desarma por un segundo.

-¿Y qué más te da?

-Podrías estar sola, y arreglártelas sin más. Podrías no tener a nadie. Y sin embargo echas a la persona que lleva casi cinco horas esperando que te recuperes.

Escondida En La MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora