Un deseo incontenible

19 0 0
                                    

Capítulo VI

El lunes por la mañana cuando desperté, Lucas ya se había marchado a la Universidad. Llovía a cántaros y hacía un frío exquisito. Navidad ya comenzaba a impregnar su dulce matiz. Tenía en mi mano derecha mi nuevo libro favorito, y en la otra, una enorme taza de delicioso café colombiano que Lucas me había dejado preparado antes de irse; nada más utópico para descansar. Me sentía muy relajado y el dolor ya había cesado casi por completo. Mi celular sonó, era mi madre. Me quedé observando el celular dudando por un momento en contestar.

- Hola madre. -Traté de sonar lo más normal posible. Pues mi mamá tenía un sexto sentido para adivinar las cosas. Lo que a veces me provocaba un poco de miedo.
- Hijo ¿cómo estás? - Sonaba tranquila. Eso era una buena señal. - ¿Estas acostado todavía? - añadió. 'Rayos su sexto sentido' pensé.
- No madre. Estoy a punto de irme a la Universidad. Estaba desayunando.
- ¿Esta todo bien hijo? Mmmm... hay algo en tu voz.... - dijo con tono de detective.
- Nada, de verdad no pasa nada. - mi voz se tornó firme, casi rayando en el fastidi0. - ¿Cómo estás? ¿Qué tal de trabajo? - añadí para cambiar de tema.
- Todo bien, un poco cansada pero bien.
- Que bueno madre. Me tengo que ir, ya es tarde.
- Ok hijo, deja bien cerrada la casa. Llego el domingo por la mañana.
- Ok madre, no te preocupes. Nos vemos pronto.
- Y... Elliot... - pude sentir en la forma que dijo mi nombre, que ya se había enterado de todo, o por lo menos sabía que algo no andaba bien.
- ¿Si madre? - pregunté mientras rascaba mi frente fruncida esperando lo peor.
- Cuídate. Te amo mucho, nunca lo olvides. - su voz guardaba algo que no pude descifrar.
- ok madre, cuídate mucho. Te amo. - respondí.

Al colgar, ya no lograba concentrarme, solo podía pensar en mi madre y en sus extraños tonos crípticos de voz. Caminé hasta la cocina y me detuve un instante frente a la finísima cafetera de color negro. Cierro los ojos para deleitarme en el delicioso aroma a café. Pienso en Lucas, se enciende algo en mi vientre que se extiende por todo el cuerpo. Me muerdo los labios y frunzo el ceño mientras se me escapa un profundo suspiro. -Desearía que él estuviera aquí - pensé en voz alta. Un fuerte sonido crujió en dirección al pequeño pasillo. Luego de saltar del susto, me asomo para investigar. Mi corazón estaba a punto de salirse por mi boca. La puerta con el picaporte en forma de cabeza de león, parecía inerte y seductora. Una voz me llamaba con sigilosos susurro, casi imperceptible. De repente me sentía adormitado y algo desorientado. Cuando menos lo pensé, ya estaba de pie frente a la puerta, que dejando escapar un tenebroso chillido, se abrió lentamente para mí. Dentro de la habitación habían cofres, estantes y armas antiguas - ¿qué rayos hace Lucas con todo esto?- me pregunte en voz alta como lo haría un ebrio.

Un canto parecía provenir de una hermosa espada fabricada de un extraño material de color platino tornasol. Parecía brillar por sí misma. El pomo de la espada era la cabeza de un león rugiendo. Los gavilanes se entretejían de una manera majestuosa. Entre la empuñadura forrada en cuero negro y la hoja, había algo grabado en el metal, una escritura que jamás había visto. La guarnición era recta de ambos extremos con una piedra preciosa incrustada justamente en el centro. La inmensurable espada descansaba en un soporte de madera en medio de todo. La melodía melosa y atrayente como un canto de sirena me seducía a empuñarla y a beber de su filo. Me sentí hipnotizado por su encanto. Tomé la espada y de golpe, como si hubiera estado dormido, desperté, pero ya no en el departamento de Lucas. Ahora estaba en lo que parecía ser un castillo medieval. Un niño rubio jugaba con una espada de madera, él parecía no percatarse de mi presencia. De repente, un estruendo... como si una bomba nuclear hubiera explotado a fuera provocó un terremoto que sacudió hasta las entrañas del palacio. Segundos después, la onda expansiva redujo a añicos los vitrales. Un horrible monstruo agitaba sus alas como de murciélago al otro lado de la ventana, se mantenía en el aire inspeccionando todo el lugar. Sus diabólicos ojos observaban debajo de una inmensa mesa de madera donde podrían caber unas 10 personas sin ningún problema, me moví un poco para ver qué es lo había en ese lugar. Había un pequeño niño al cual no pude ver al rostro, de repente la bestia se posó en el alféizar de la ventana y me mira con animadversión. Luego, dirigiendo nuevamente su mirada al pequeño, deslizó su lengua por sus dientes afilados como saboreando a su presa. Esboza una sonrisa perturbadora. Yo estaba petrificado, sostenía la espada con todas mis fuerzas. Podía sentir mis músculos alistándose para atacar. No dejaría por nada del mundo que esa aberración dañara al infante, preferiría morir en el intento a que eso pasara. Me lo dije a mí mismo con la adrenalina infestando todo mi sistema nervioso.

Un Mágico y Verdadero AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora