Comprensión

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   Al día siguiente, un precioso miércoles, Elizabeth reúne todo su optimismo y buena vibra para profundizar su objetivo: acercamiento.

Así es, ella anhela estar al ritmo de él, tener sus pasos. Ciertamente, afirma que le resultó agotador y rudo tener que superar el mar de dudas y desconformes con respecto a su medio —tener que soportar a una histérica en persona, y como hermana—, sin embargo, su cara positiva reluce y prevalece en todos los actos de su vida cotidiana, por lo que crea una barrera para proteger su seguridad emocional. Ya nada le afectaría. Ella solamente llorará al momento en que  entierren a sus padres, por nada más.

Lo bello viene de adentro, lo sabe, empero opta en retocar su belleza superficial. Decide maquillarse, esta vez un poco más de lo habitual. Y no sólo eso, aprendió a hacerse pequeños rizos con su plancha de cabello GA.MA. Delinea sus cejas, dándole un look anguloso y sumamente perfecto. Se coloca un rubor anaranjado y se delineó los labios con un lápiz labial rojo naranja, esto hacía dar un efecto de labios gruesos y grandes.

Acto seguido, al término de maquillarse, se coloca encima un suéter blanco de lana que le llegaba hasta por encima de las rodillas. Bastante decente, de cuello en forma de U. El escote es completamente resistente y bien hecho, delimitando sus curvas femeninas. Abajo, en vez de ponerse un pantalón o calza, opta en ponerse unas medias largas transparentes color piel. Termina con unas botas largas de invierno de cinco centímetros de tacón.

Estaba lista.

Soporta la mirada burlona de su hermana. Soporta los gritos de su madre, advirtiéndole de los peligros existentes en el instituto. Soporta el viaje rutinario y cansador hasta la facultad. Soporta las miradas inquisitivas e intencionadas de cada alma que recorre los pasillos del lugar. Estaba con las piernas al aire, por poco. ¿Algo atrevido? ¿O ellos son unos anticuados? Marcha directo a su salón.

Entra y agradece que aún esté a medio llenar, sinceramente, mucho menos de la mitad. Su concentración se fija en un solo rostro, en el de Armando, que la está mirando con deleite y detenimiento. Le sonríe, y evita bajar sus ojos hasta sus piernas.

—    Hola —dice ella.

—    Hola —le responde él.

Elizabeth deja yacer su bolso sobre el banco que está delante de Armando, el que ella siempre escogía cada día, ignorando o capaz, sin saber, el mero hecho que aquel hombre siempre la tuve enfrente, mirándola.

Reitera un pensamiento, y tímidamente le pregunta:

—    ¿Podría sentarme al lado tuyo? Es que… no desprecio estar acá, sola.

—    Claro. No hay problema, Eli.

Ella vuelve a recoger su bolso y retrocede, llega hasta al banco largo de Armando, él está recostado sobre la pared. Se lo veía un poco cansado. Sólo y únicamente a ella le dedicó una sonrisa, pero con la mandíbula tensa, colgando.

—    Perdón si te molesté, Army.

—    No hay por qué.

Ella le sonríe, mucho más animada que su compañero. Elizabeth no evita analizar el estado actual de Armando: fatigado y desanimado. ¿Por qué estaba acá? Es decir, ella sabía que él solito se inscribió para cursar dicha carrera, algo que ella no logra recuadrar. Teniendo otros títulos, ¿por qué… a su edad, vuelve a estudiar? Claro está que la edad no limita al humano, sin embargo, ella a su edad se olvidaría de los libros.

—    Cansado, ¿no? —deja tender su cuerpito en el asiento, cruza los brazos (al igual que él, casi imitándolo).

—    Hace días que no duermo bien, Eli —su mirada es baja, tristona y desesperanzadora—. Algo raro en mí, no soy de cansarme tan fácilmente. Supongo que es la edad —ríe con un tono alterado.

Libertino XXI (Nouvelle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora