¡Qué vida aburrida!

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Cabría decir que, Elizabeth despertó "a lo muy sábado". La alarma de su celular sonó ocho y media. ¿Un sábado, a las ocho y media? A ella poco le importaba, es más, ¡cuán más temprano, mejor! Eso se lo interpretaba como más tiempo.

Prende su Lenovo g580, a la que ella tierna y afectuosamente la apodó como "mi Lenovita". Fue directo al ícono del Ares en su escritorio y buscó una canción para comenzar el día. Por más que haya escogido un tema de 1977, jamás negaría que lo viejo nunca pierde el buen gusto. Escogió "Hotel California" de la banda Eagles.

Un poco melancólica, de perfecta sintonía entre los músicos y el vocalista principal, de encantadora voz que tanto sacude la apreciación que emplea Elizabeth al oírlo. Se cambió de ropa, puesto que no comenzaría su sábado de limpieza semidesnuda.

La temperatura rondaba unos diez grados, probablemente. De su ropero saca un pantalón palazzo, visualmente "muy hippie" para su gusto, con una gran variedad de colores oscuros. Diríamos que no lo combina con nada, ya que arriba, se coloca una blusa de mangas largas blanquísima, de tela muy suave y estrecha, provocando resaltar y adoptar la silueta de sus delgados brazos.

Levanta sus persianas, y se atreve a abrir las ventanas, dejando entrar al viento. Una mañana fresca, pero enorme y plenamente soleada. Al sol le faltaba poco para llegar al punto donde más intensidad genera en el ojo humano.

Observa su paisaje, a todo el conurbano que la rodea. La pura y detallista luz del sol, resalta sobre los asfaltos grisáceos y degradados, por el paso del tiempo. Ve los tejados de las casas. Los edificios del centro que se ven como montañas, desde lo lejos. La ausencia de motores furiosos, del bullicio de la gente, los ecos de los animales... está todo absolutamente en silencio.

Termina su contemplación mañanera. Se retira de su habitación, dirigiéndose a la cocina con una semejante hambruna que la derrota. Necesita comer, ayer no comió nada.

Recuerda, como todos los sábados, que seguramente su madre se fue hacer las compras semanales. Pero... ¿su hermana? ¿Su papá?

De camino a la cocina, desvía su ruta para entrar a la habitación de sus padres. No toca, apenas abre un cacho la puerta y nota alguien durmiendo pesadamente. Su papá seguía durmiendo, y prefirió no molestarlo. Últimamente, tomaba horas extras en su trabajo.

Como le era esperado, la mesa de la cocina estaba completamente sucia, con dos tazas vacías y varias migas de galletitas. Su hermana, definitivamente, desayunó y partió a dónde vaya a saber a qué lugar.

Del amueblado retira un envase de café instantáneo, una taza de porcelana limpia y una cuchara. Pone a calentar en un recipiente de aluminio el agua con que se prepararía su café, mientras ordena un poco, el teléfono principal de la casa suena.

Corre hasta el living, no desea que su padre se despierte. Atiende en voz baja:

- ¿Hola? -silencio. Reitera- ¿Hola?

- Eli, escúchame, ¿está tu papá? -es su mamá.

- Sí, ¿qué pasa? ¡Está durmiendo, ma!

- Necesito hablar con él. Pásamelo a la línea, apúrate -dijo ruda, alterando a su hija.

- ¡Pero qué pasó! -preguntó su hija firmemente.

- El imbécil de tu padre le prestó su auto a un vecino, y... ¿adivina cómo me lo encontré? -la hija trata de entenderla, puesto la cobertura parecía estar limitándose- ¡Mal estacionado! ¡Y encima, creo que lo multaron!

Suspira, le informa que ahora mismo va a despertarlo. Costosamente abre la puerta, no quiere hacerlo. Nunca lo vio dormir tan profundamente. La pieza está a oscuras. Con una suave y dulce voz, Elizabeth lo despierta muy lejos de la cama. El hombre al principio no responde, le cuesta -para no decir que un poco más: sufría-.

Libertino XXI (Nouvelle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora