Cap.17

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Día 8 (creo)
Me despierto y ya hay luz fuera.

Miro por la ventana que hay por primera vez y no veo más que árboles. Debemos de estar en algún monte. Galicia es conocida por su verde.

Espero durante horas. A que suceda algo, a que venga él.

Pero no viene.

Empiezo a tener hambre e intento localizar la bandeja de ayer a la noche con panecillos  pero ya no está.

Vuelvo a pensar en Brais, no lo puedo evitar.

¿De verdad quiere estar conmigo?

Me prometió solucionar lo que tenía con la otra chica para poder estar conmigo.

Pero ahora no puede estar conmigo, no si dejo de existir para los demás.

Los demás.

¿Me estarán buscando?

Miro el reloj de la mesilla y veo que marca las 15:37.

Cielos, no he desayunado ni comido.

¿Su nuevo plan es matarme de hambre?

Rebusco en los cajones de la mesilla, del armario, de la cómoda.... Y bingo, encuentro unos caramelos.

Miro la fecha de caducidad y por suerte están bien, no caducan hasta el año que viene.

Me llevo tres de golpe a la boca. Me sacian por unas horas, pero cuando dan las 19:28 sigo teniendo hambre y los caramelos ya no ayudan.

Me resisto a llamar a Alberto y pedirle ayuda. Si esto forma parte de su plan no voy a ponérselo fácil.

A veces me quedo inmóvil conteniendo la respiración para poder escuchar con atención, para saber si hay alguien en esta casa.

Pero en todo el día no logro escuchar ni un crujido del parqué, ni una leve tos, nada.

Se hace de noche y lo único que puedo hacer es dormir, pero me resulta imposible. No tengo sueño.

De repente oigo como unas llaves se meten en la cerradura de la habitación que me retiene y la abren.

Alberto se asoma por la puerta como si tuviese vergüenza.

—Lo siento no he podido venir en todo el día, pero te he traído la cena, deberás de tener hambre.

Se acerca a la cama en la que ya me he metido y se sienta a mis pies.

Me pasa la bolsa y yo la acepto.

Miro lo que hay dentro, comida de un restaurante tailandés, ¿Cómo sabía que me gusta este tipo de comida?

A juzgar por la cara que he puesto Alberto se da cuenta de mi pregunta.

—Te vi un día con tu amigo, el chico oscuro.

—Martín.

—Sí supongo.

Cojo la bandeja que contiene arroz y empiezo a comer despacio, para que no se note lo hambrienta que estoy.

—¿Quieres que te deje sola?

Recuerda Carla, juega con él.

Por una vez estás siendo de ayuda.

Calla y juega.

—No, llevo todo el día sola—digo limpiándome la boca con la servilleta —¿Por qué no has podido venir en todo el día? Pensaba que vivías aquí.

—Vivo con mis padres, esta es la casa de mi abuelo.

Me mira seriamente.

—Todos se preguntan por tí.

KairosclerosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora