III. La Burra

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—¿Esperas a alguien?

La voz de Cuahutémoc provocó que Aristóteles se sobresaltara. El rizado se encontraba sentado en una banca fuera de la escuela, la hora de salida había llegado y Cuahutémoc salió con sus hermanos a esperar a Pancho.

—No, estaba esperando a mi mamá pero creo que no vendrá —rió—, tiene que pasar por Arqui a la guardería y me comentó que tenía mucho que hacer en la panadería hoy.

—Si quieres podemos llevarte, digo, para que no te vayas solo.

—No, no, no quiero ser una molestia.

—Claro que no lo eres, Aristócles —dijo golpeando levemente el hombro de Aristóteles.

—Bueno, es que... me habías pedido tiempo y no sabía si querrías hablar conmigo.

—Pues el tiempo lo necesito para pensar, claro está, pero si no sacas el tema de lo que pasó en los baños no veo problema en que sigamos siendo los mismos de siempre.

Aristóteles sonrió y se escuchó un sonido muy peculiar; un claxon con sonido de burra.

—Andando —Temo pasó su brazo por los hombros de Aristóteles y lo guío hasta La Burra, la camioneta de los López.

Cuahutémoc le pidió a su papá que le dieran un aventón al edificio y Pancho aceptó gustoso. El camino fue algo divertido, empezaron a platicar de lo que vieron en la escuela y una que otra cosa más, Pancho soltaba una que otra vez algún chiste o frase extraña que hacía que todos rieran.

Aristóteles miraba por la ventana, usaba su codo para recargarse en la puerta y sostenía su cabeza con su mano, por su mente pasaban tantas cosas, y todas se trataban de una sola persona; Temo.

—Ari... —una mano en la pierna del rizado hizo que éste regresara a la realidad— te estamos hablando.

—¿Ah? Oh, sí, sí ¿qué pasa?

—PaPancho pregunta cómo le está yendo a tu papá con su libro.

—Sí, Aristócles, andas en la luna —incluyó Pancho con su risa única y peculiar.

—Bueno, Pancho, están mejorando las ventas, muchas personas buscan entrevistar a mi papá para hablar de su libro y varias personas reconocidas lo recomiendan... le está yendo muy bien —admitió sonriente—, nos está yendo bien.

—Eso es bueno, Aristocracio.

—Aristóteles, papá —corrigió Temo.

—Es lo mismo —Pancho rió y en un instante su expresión cambió a una de preocupación— ¡Santa cachucha! Tenía que recoger unos pedidos en el mercado. ¿No hay problema si pasamos allá antes de llegar al edificio, Ari?

—No, no, por mí no hay problema, Pancho.

Francisco asintió y tomó otra ruta, tan distraído iba Aristóteles que no había notado que la mano de Cuahutémoc seguía en su pierna, éste último ya había recostado su cabeza hacia atrás para descansar un poco en lo que restaba del viaje hacia el mercado y de regreso al edificio.

Pasaron por varias calles llenas de color, risas y música, y Aristóteles sólo podía ver la mano en su pierna. Sentía tanto con tan poco, su estómago sentía un cosquilleo y por dentro de sentía muy emocionado, pero lo controlaba.

Francisco estacionó a La Burra y dió una rápida mirada al gran mercado.

—Bueno, chamacos, me esperan aquí —ordenó Pancho mientras desabrochaba su cinturón de seguridad.

—PaPancho, ¿podemos ir? —pidió Julio juntando sus manos en seña de súplica, Lupita imitó el acto.

—Órale, pues, vamos —los ayudó a bajar y miró a Temo, quien yacía dormido en el asiento, y después miró a Aristóteles—. Vuelvo rápido, aquí se quedan.

—Sí, aquí esperamos —afirmó sonriente Aristóteles.

Pancho y los mellizos empezaron a caminar hacia el mercado y Aristóteles miró a Temo.

Lo veía con admiración, como si de una obra de arte se tratase; sus ojos cerrados mostrando paz y tranquilidad, su boca relajada levemente abierta y su respiración lenta. Regresó su vista a la mano que se encontraba en su pierna y empezó a tocar con su meñique el dorso de ésta y después pasó al meñique del contrario, era un tacto suave que podría causar escalofríos por lo lento y cerca que estaba.

Intentó, torpemente, pasar su mano por debajo de la de Cuahutémoc para que, de esta forma, éstas quedaran entrelazadas. Logró colocar su mano bajo la otra, pero justo cuando estaba por pasar sus dedos entre los del contrario, éste quitó la mano para pasarla al hombro de Aristóteles y recostar su cabeza en tal. El rizado se quedó inmóvil, luego intentó rodear con sus brazos el cuerpo de Temo, su acto se interrumpió cuando Cuahutémoc lo abrazó primero.

El López estaba profundamente dormido, probablemente imaginaba que Aristóteles era un oso de peluche muy abrazable. El rizado sentía mucha ternura de ver a su crush de esta manera, acarició su cabello y dejó un beso en su frente, sólo disfrutó el momento recostando su cabeza en la del contrario y cerró los ojos.

—¡Chamacos, ya llegamos!

Un grito hizo que ambos chicos se sobresaltaran, volteando a todos lados fue como se dieron cuenta que habían llegado al edificio.

Cuando Pancho y las calcomanías habían vuelto del mercado, vieron la linda imagen de Aristóteles y Cuahutémoc dormidos. Julio propuso despertarlos pero Pancho se negó diciendo que estaban muy cansados y que era bueno dejarlos dormir en el camino.

Temo estiró los brazos hacia arriba intentando sacar la flojera de sí mismo y bostezó, mientras que Aristóteles tallaba sus ojos con sus muñecas.

—Vamos, no los puedo dejar dormidos en La Burra porque se emburran —dijo y después soltó una carcajada única de él.

Besayúname [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora