VII. Habitación

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El dolor de un amor no correspondido, todos lo hemos pasado al menos una vez.

Las lágrimas caían de los ojos de aquel rizado mientras yacía recostado en su cama, abrazando la almohada, recordando todo lo que acababa de suceder.

Se había quedado solo por un buen tiempo en la azotea, convenció a Temo de dejarlo solo, con la excusa de que necesitaba tiempo para procesar lo que acababa de pasar. Temo insistía en quedarse con él, pero, vamos, su compañía en esos momentos era lo peor para Aristóteles. No quería bajar tan pronto, ya que sus padres lo estarían esperando con ansias por saber que pasó respecto a su declaración. No quería entrar con el corazón destrozado, no quería que lo vieran caer tan pronto.

Intentaba dormir, olvidarse de todo por al menos esa noche, pero le parecía imposible. La escena de la azotea se repetía en su cabeza como si de un bucle infinito se tratara, trataba de descifrar qué pasó realmente, ¿qué hizo mal? ¿había algo en aquella plática que debía tener presente? ¿había algún mensaje oculto que aún le diera esperanza?

Sí, Aristóteles sí sabía que estaba mal darle tantas vueltas al asunto buscando aún una pizca de esperanza, pero él deseaba encontrarla para dejar de sentirse tan mal. Ya no seguiría insistiendo, si el destino los quería juntos, el destino mismo los uniría en algún momento. Él sólo dejaría que las cosas fluyan, pero había algo que estaba seguro; no quería perder su amistad con Cuahutémoc.

Si el tema de ser algo más que amigos provocaba disgusto en el joven López, Aristóteles ya no volvería a hablar de tal.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño, limpió sus lágrimas y enjuagó su cara. Al verse al espejo, notó sus ojos rojos y un poco hinchados, había llorado demasiado en tan poco tiempo.

—Mírate, tú no eres así —empezó a decirle a sí mismo frente al espejo—. ¿Estás conciente de lo que acabas de hacer? Fue un acto de valentía, Cuahutémoc tiene razón; eres muy valiente. No cualquiera se le hubiera declarado de esa manera a la persona que le gusta, sí, fuiste muy precipitado, pero eso no quita el hecho de lo valiente que fuiste —sonrió un poco—. Tienes el amor y apoyo de tus padres, tienes un hermano del cual serás ejemplo a seguir, tienes muchas fans que están contigo dándote ánimos... No dejes que te vean mal, demuéstrales que el número de veces que caigas será el mismo de veces que te levantes más uno. Tú puedes, eres Aristóteles Córcega Castañeda y puedes con un dolor de corazón y con mucho más.

—¿Cómo haces tú para saber que alguien te gusta?

Cada quien siente diferente, Temo. ¿A qué viene la pregunta? —se escuchó del otro lado de la línea.

—Necesito saber que siento, estoy muy confundido y esto está provocando dolor en alguien a quien le tengo mucho aprecio.

—¿Necesitar saber? ¿Te estás forzando a sentir algo? Porque si de eso se trata, te puedo decir que no va a funcionar.

—Ese es el problema, Diego. No sé qué me está pasando, no sé si siento algo y lo estoy ocultando o no siento nada y me quiero obligar a hacerlo —suspiró—. Necesito respuestas.

No puedes saber lo que sientes de un día a otro, no necesitas respuestas, necesitas tiempo.

—Siempre que estoy a su lado me siento feliz, siento que nada importa, como si el tiempo sólo existiera para nosotros dos. Pero cuando habla de sentimientos... —se quedó callado.

Besayúname [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora