XI. Banca

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—Vamos a sentarnos un rato, Arqui está pesadito y me estoy cansando —rió.

Cuahutémoc asintió y se guiaron hacia una de las bancas del parque, ambos se sentaron y veían a la poca gente que pasaba, escuchaban el canto de los grillos que empezaban a salir y admiraban la luz de la luna.

—Es hermosa, ¿no lo crees? —preguntó Ari.

—¿Quién?

—La Luna, es bellísima.

Temo observó la luna detenidamente, era bonito cuando te tomabas el tiempo de ver los pequeños detalles de las cosas bellas que nos da la vida.

—Sí, lo es.

Aristóteles sostenía aún a Arquímedes en sus brazos mientras éste seguía dormido, Cuahutémoc dejó de ver aquel astro precioso para mirar a Aris abrazando a su hermanito mientras le dejaba un beso en su mejilla, sonrió ante la imagen que acababa de presenciar y dirigió de nuevo su vista a la Luna.

—Aristóteles, tengo que decirte algo.

El rizado miró a Cuahutémoc, quien seguía con su vista hacia arriba, y esperó a que siguiera.

—No sé exactamente qué tengo que decir, pero siento que es la hora de hablarlo.

—Te escucho.

—Es sobre... nosotros.

Aristóteles frunció el seño confundido, ¿sobre ellos? ¿Qué había que decir sobre ellos?

—Bueno, es más sobre mí... sobre lo que siento. Pero eso influye en lo que somos nosotros.

El rizado empezaba a sentir miedo, tal vez Cuahutémoc ya no se sentía cómodo en una amistad con él y se alejaría, tal vez le incomodaban los sentimientos que tenía él por Temo, tal vez ya no lo quería en su vida.

Aristóteles se quedó mirando a la nada mientras pensaba en una y mil ideas locas que le hacían entrar en pavor, hasta que volvió a escuchar la voz de Cuahutémoc.

—Estos días me han llegado mil pensamientos y sentimientos nuevos, le he dado vueltas a un tema en mi cabeza que me siento que es importante contarte —Temo miró a Aristóteles y éste lo miró también—. Creo que hay un sentimiento en mí que he estado escondiendo, y estos días ha querido salir de mí para demostrarse. Tal vez no me había dado cuenta, o tal vez nunca me había planteado la idea hasta el día en los sanitarios...

—¿A qué viene todo esto?

—Creo que siento algo por ti, Aristóteles.

El corazón de Aristóteles empezó a andar con más velocidad al escuchar esa última frase, no sabía cómo sentirse. Algo, Cuahutémoc siente algo por él... pero, ¿qué es ese algo?

—¿E-en serio?

—Sí —sonrió—, pero aún no estoy seguro... O sea, sí lo estoy pero... Pff, no sé —bajó la mirada triste.

Se empezó a crear un silencio y, después de unos minutos, Temo volvió a hablar.

—Te quiero, Ari, no te imaginas cuánto. A tu lado me siento con una felicidad inimaginable, me encanta estar contigo... pero no estoy seguro de que eso signifique que me gustas, ¿sabes?

Aristóteles miraba con atención a Cuahutémoc y escuchaba todo lo que decía, hasta que éste subió la mirada para verlo.

—Creo que te quiero como tú me quieres a mí, pero necesito estar seguro. Necesito terminar de entenderme para poder darte una respuesta clara, tú no mereces que yo ni nadie trate a tu corazón como un catálogo de Avon; te lo rayonean y después te lo regresan maltratado diciendo que siempre no... Claro que yo no pienso hacer eso con tu corazón, yo a tu corazón quiero cuidarlo y protegerlo de todo... Tal vez sí me gustas, pero aún no para meterme en una relación contigo... Es muy confuso, demasiado, créeme que tengo una lucha interna conmigo para entender lo que siento por ti...

—Creo que te entiendo.

—¿En serio? —se enderezó para escuchar mejor.

—Muy poco —hizo un mueca—. Lo que no entiendo es... ¿Me quieres o no?

—Sí te quiero, Ari, claro que te quiero —tomó su mano—. Lo que aún no estoy seguro es de si me gustas... tal vez no era lo mejor decírtelo-

—No, no, a mí me alegra que me digas cómo te sientes y que es lo que sientes. Me gusta saber que te sientes feliz conmigo, porque yo también soy feliz junto a ti —sonrió.

Cuahutémoc le regresó la sonrisa y Aristóteles soltó su mano para acercarse más a él y recargar su cabeza en el hombro de Temo, éste sonrió aún más y pasó sus brazos alrededor de el rizado, abrazando así a los hermanitos Córcega Castañeda.

El corazón de Temo podría explotar en cualquier momento por tanta felicidad que le provocaba estar junto a Aristóteles; si esto sentía estando confundido, no podía imaginarse cómo se sentiría estando 100% seguro de lo que sentía.

Aristóteles descansaba tranquilamente en el hombro de Temo, mientras cargaba a Arquímedes aún dormido, sentía tanta paz y tanta emoción a la vez, cada vez había más seguridad de que su crush correspondiera sus sentimientos.

—Yo también te quiero, Temito bonito.

Besayúname [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora