IX. Cancha de básquet

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¡Cesta!

Cuahutémoc lanzaba el balón hacia la canasta mientras esperaba a Aristóteles en la cancha, había llegado hace quince minutos y el rizado aún no llegaba, no podía reclamarle ya que no habían puesto hora. Checaba su celular cada minuto para verificar que no tenía ningún mensaje de Aristóteles, le preocupaba que lo hubiera olvidado.

Lanzó una última vez y falló, hizo una mueca y tomó el balón dispuesto a regresar al edificio; Aristóteles había olvidado su "cita". Justo cuando se disponía a marcharse, logré ver al rizado corriendo hacia la cancha, sonrió y esperó a que llegara.

—Perdón —dijo agitado—, tenía que cuidar a Arqui mientras mi mamá tenía el turno en la panadería y no podía dejarlo solo, tuve que esperar a que mi mamá o mi padre volvieran.

—No te preocupes, ¿también por eso estabas apurado en la mañana?

—Sí —rió—, exactamente por eso.

—Bueno, ¿jugamos?

—Dale, dale, dale —dijo Aristóteles mientras se alejaba para que Cuahutémoc le pasara el balón.

Los chicos empezaron a jugar, hacían pases, jugaban contra ellos mismos, creaban tácticas y se mostraban trucos que cada uno sabía. Las risas no faltaron y una que otra broma sobre el otro ayudaba a que el momento fuera mejor.

Aristóteles estaba cerca de la canasta y Cuahutémoc se había alejado para llegar corriendo con el balón rebotando para que Aristóteles intentara quitárselo. Temo estaba preparado y le dió una señal a Aris para que se prepara igual, comenzó a correr pero dió un paso en falso y cayó al suelo, soltando un pequeño grito por el dolor.

—¡Temo! —el rizado corrió hacia él— ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

—Sí, sí, estoy bien —respondió intentando levantarse pero el dolor que sentía en la cadera y en el tobillo se lo impidió— ¡Ouch!

—A ver, ven... Déjame te ayudo —le tomó la mano e hizo que pasara su brazo por sus hombros para levantarlo y lo ayudó a sentarse en una banca cercana—. ¿Dónde te duele?

Cuahutémoc miraba fijamente a Aristóteles, se notaba muy preocupado aunque intentaba controlarse, el rizado se inclinó frente a él apoyando una rodilla en el suelo y tomó su pie.

—¿Te duele aquí?

Temo sacudió la cabeza intentando regresar a la realidad pero no podía dejar de pensar en tantas cosas.

—S-sí

—¿Y por qué haces que "no" con la cabeza? —rió.

Era muy curioso, ¿no? Justo había hablado la noche anterior sobre el no saber de sus sentimientos, y ahora se descontrolaba un mar de emociones cuando de Aristóteles se trataba.

Aristóteles siempre había sido muy lindo con Cuahutémoc, siempre había mostrado preocuparse por él e intentaba hacer de todo para que éste estuviera bien. Si Aris decía que quería a Temo, Temo empezaba a pensar que cuando se declaró no fue con mala intención, sí se precipitó pero empezaba a darse cuenta que Aristóteles realmente lo quería mucho.

¿Por qué Cuahutémoc estaba tan confundido? ¿Sentía algo o no? Estar con Aristóteles le hacía feliz, pasar tiempo con él lo motivaba, sus abrazos lo llenaban de alegría, y era obvio que Temo no le seguía sus coqueteos nada más porque sí.

Tal vez, y sólo tal vez, podría ser que él sentía lo mismo. Pero se sentía tan inseguro por el miedo de confundir una amistad con amor, Cuahutémoc no quería demostrarle amor a Aristóteles por miedo de que no fuera tal, lo terminaría lastimando y eso no lo quería.

Besayúname [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora