Buscando un cristal místico para crear unas armas igual de misticas.

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Un bonito prado lleno de flores colorida mente diversas, como una especie de pintura abstracta o un paisaje de los que verías en un museo pequeño.

Lincoln llevaba horas caminando por ese lugar sin fin. Dudoso de que hacer en ese momento. Se quitaba de vez en cuando las espinas de sus pies qué, por algúna extraña razón, estaban descalzos. También estornudaba por lo menos dos veces por minuto, y tras recuperar su aliento, maldecía el polen y el aroma de las flores que lo rodeaba.

Las incuerencias no cesaban en ese lugar.

Pues desde que llegó se dio cuenta de que aquello no podía ser real.

Lo supuso cuando apareció en el llano completamente desnudo. Lo inquirió cuando se dio cuenta de que el sol en el lugar, aún estando en la cumbre de su potencial, no le daba ningún tipo de calor; asemejandose a una gran bombilla qué estában pegada al cielo azulado del lugar.

-Lincoln. Lincoln. ¡Lincoln! ¡LINCOLN! -De nuevo se escuchó el grito, llevaba unos cuantos minutos sonando sin sesar-. ¡Despierta de una vez!

Por que así era, aún si no era sorpresa para el albino, estaba en un sueño.

Hubiera dicho algo injenioso, un "¿Podre volar?" o "Seguro que la desnudez es alguna metáfora" pero la verdad era qué Lincoln estaba mudo y sin pensamiento. Era frustrante para el albino. Ni siquiera podía escuchar su propio pensamiento. Aún si lo intentara con ganas no conseguía ningún sonido, ya sea de sus cuerdas vocales o de su mente.

Lo único que escuchaba era el escandaloso grito de aquella voz conocida pero sin embargo desconocida. Como un gato en una caja. Sin la certeza de saber si está vivo o muerto. La única manera que habría sería sacarlo de la caja.

El único problema era qué no había ninguna caja qué abrir.

-¡Lincoln!

De nuevo el llamado de su nombre. Pero que lastima no poder responderle. No podía hacer más que caminar o detenerse.

El momento lo golpeó como un rayo puro, tan rápido qué no le dio tiempo de hacer nada. Pues de pronto el albino había despertado.

Sus ojos miraban con desprecio el techo de su casa. Su rígida cama, que antes le causaba más de un dolor de espalda, se sentía humeda. Su rostro estaba empapado de un sudor frio y si se hubiera podido ver en un espejo se habría dado cuenta de que sobre sus pecosas mejillas habían dos grandes ojeras qué colgaban de sus párpados.

Se sentía cansado. El adolescente de catorce años llevaba varias noches sin poder dormir del todo. ¿La razón?

El pelinegro pálido que, como las noches anteriores, lo había despertado.

La cosa sin duda estában asquerosa para el albino.

No preguntó o dijo nada. Simplemente se levantó, estiró sus huesos y comenzó a caminar hacia la puerta de su pequeño hogar.

Así había sido desde que tanto Sora como el viejo Kinai comenzaron con sus planes locos. Al principio el albino había dado su ayuda a su amigo gustoso, pero después de noche de desvelo, su moral comenzaba a decaer sin duda.

Todos tenían un papel en el plan que tan elegantemente Lincoln y Sora bautizaron como "el renacer".

Sin duda era un buen nombre.

La cosas avanzaba rápido, con los tres integrantes de la "rebelión" trabajando sin descanso día y noche para pulir su movida. Cada pieza se comenzaba a poner en su lugar para comenzar una partida de agedres contra el mismo destino. Con Sora como el rey y Lincoln como la reina. Kinai como el estratega de los albinos...

Bienvenido a casa, querido albino. (multi-cest)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora