Los chismes viajan más rápido que el sonido - P2

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Denle mucho laf a este cap. no tienen idea de cómo me costó ;-;


Le doy un beso en la frente a Carlotte y sonrío a mis padres antes de salir. Es la sonrisa que les doy cuando me marcho al grupo de apoyo desde hace ya cinco meses, una forma de decirles que estoy bien a fin de no demostrar lo contrario.

Odio ir al grupo de apoyo.

No es como si no tuviera opción, es que jamás me la han dado. Nadie, jamás. Me han dicho: «conseguimos que entres en un grupo de apoyo, podrás abrirte allí, hablar con personas que pasan lo mismo que tú». Yo sé que desde el inicio han querido lo mejor para mí. Pero nadie sabe qué es lo mejor para mí, solo yo. 

Como consecuencia, me siento obligado a complacerlos. La realidad de mi situación solo permanece conmigo, encerrada bajo llave y ahí se quedará.

Cada miércoles a las 18:00 horas en el grupo de apoyo la rutina es la misma. No sentamos en unos incómodos sofás que van entorno a una mesa de café, donde hay galletas y vasos con jugo. El Padre Lucas saluda y pregunta cómo estamos; solo algunos responden. Luego vienen las charlas. Todas con el dejo lastimero competitivo para ver quién del grupo es el más afectado o evoca más ternura.

—A veces la veo en casa. Cuando salgo de la habitación ella está esperándome para salir a comer o simplemente hablar. Nos gustaba pasar el tiempo juntos, era la única instancia en que podía abrirme. Sin dudas, ella sacaba lo mejor de mí.

Y como cada miércoles, el Padre Lucas, responde con voz serena:

—Ese ese tal vez es el legado que Rhea te dejó. Atesóralo. —Y como conoce quiénes son los que suelen «abrirse» más—. ¿Alguien más?

—El sábado fue mi cumpleaños, el primero sin papá. —Suspira y baja la cabeza, típico de Michael—. Fue difícil aceptar que no estaba allí para saludarme y cantarme feliz cumpleaños. Pero, más allá de lo complicado y el silencio que sentí, pude entender que no estaba solo. A casa llegaron todos mis seres queridos para celebrar, para darme apoyo, tenderme una mano. Cuando nos sentamos a la mesa hablamos de papá, de sus anécdotas, de los supuestos inventos que hacía. Decía que había inventado la bombilla, la cámara fotográfica, descubierto la gravedad... Estaba loco. Me di cuenta de que sonreía pensando en él y comprendí que todos sus recuerdos me hacen soportar el dolor de su pérdida.

—Sobreponerse a una perdida es una de las cosas más difíciles por la que el ser humano atraviesa. Es bueno saber que tú lo estás haciendo poco a poco, Michael.

El Padre Lucas se vuelve hacia Charlie, el que se sienta en el sofá junto a él.

—La tradición de hacer panqueques todavía está presente. Ya no los hago con ella, no los hago tan buenos como ella, pero es divertido hacerlos. A Kyle les encantan, siempre pide más «Panqueques Amy». Estamos pensando seriamente en abrir un negocio con ese nombre.

—Eso es muy bueno, Charlie —responde el Padre Lucas—, estás saliendo adelante con tu pequeño.

—Sí, gracias a Dios.

Sin contar al padre Lucas, somos siete en la sala: tres hablan, tres hablan poco y uno, desde su llegada, jamás ha hablado. Después de que los seis hablan, el Padre Lucas, respetado cura y terapeuta, siempre pregunta lo mismo:

—Felix, ¿quieres hablar esta vez?

—Paso —respondo ya por costumbre e inercia.

—Entendido. Se respeta. A veces soltarnos y decir lo que nuestros corazones sienten es un reto. Creemos que es mejor así, callarnos y no decir cómo nos sentimos, pero expresar nuestras emociones, la frustración que nos provoca una pérdida... eso nos libera. Llegará el momento en que lo hagas y sentirás cómo tu pecho se aligera.

FelixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora