La decisión está tomada - Parte 1

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Los japoneses dicen que cuando una chica se corta el cabello quiere cambios. Yo, por el contrario, digo que si una chica se corta el cabello es porque quiere o... en mi caso, no desea que un bastardo como Vicent se lo vuelva a tirar. Amo mi cuerpo, amo mis curvas, amo hasta la mata de cabello enredado y lleno de hongos que está en la rejilla de la ducha, esa que va al desagüe. Sin embargo, esa es mi medida desesperada en esta ocasión: que mi lindo nuevo look quede en manos de Seph.

Me raparía, pero sé que verme como una Britney Spears en su época oscura no es para mí. Hago esto para que nadie pueda tomarme el cabello como Vicent lo hizo.

Lo siguiente a esto... Eso tengo que planificarlo luego.

—Chica, tienes que dejar a tu pareja.

Miro mi reflejo en el enorme espejo frente a mí; allí está mi cabello oscuro, flequillo corto, mirada cansada y una enorme marca de la bofetada que no pude cubrir con maquillaje. Luego hacia la mujer sentada a mi izquierda. Está con su celular entre sus manos esperando que la tintura de su cabello agarre color. Alza las cejas al percatarse de que le observo como si enfatizara en las penosas palabras que acaba de darme.

Suelto ese tipo de risa incrédula. Seph a mi espalda me hace una mueca como pidiendo que me contenga.

—Esto no lo hizo mi pareja.

—Ay, niña, no me quieras engañar. Yo estuve en una relación abusiva durante años, y también decidí cortarme el cabello. Lástima por ti, tu cabello es muy bonito.

—Gracias —digo cortante—. Pero le insisto, señora, esto no lo hizo mi pareja.

La mujer niega con la cabeza.

—Tienes que alejarte de quien lo hizo.

«Carajo, ¡¿por qué no se me ocurrió eso antes?!», pienso con cinismo.

—¿Cree que no lo sé? —inquiero—. Si va a darme algún consejo, que no sean tan obvios. O imposibles...

—¡Hell, Hell! —me detiene Seph antes de que me levante y le diga las cosas en la cara a la vieja metiche— Cálmate, no trates así a la clientela. Discúlpela, tiene un humor de perros.

—De perra, querida. Recuerda que soy La matriarca de las perras.

—¿No tenías un apodo más bonito?

Otra vez la señora mete la cuchara donde no le corresponde.

—Oiga, señora, no sea entrometida. No fue mi jodida pareja quien me hizo esto, fue mi jefe. Si tiene alguna queja con él, vaya al club nocturno que se encuentra en la esquina de la calle Sur y se la dice en su cara, a ver qué le responde.

—Un jefe no puede hacer eso. Deberías llamar a la policía, reportarlo en...

Suspiro.

—Las personas piensan que las cosas se resuelven tan rápido como un chasquido de dedos. No se hacen una sola idea de lo difícil que es atravesar por condiciones nefastas, donde estás atado y no puedes levantar la jodida cabeza porque es peligroso. Viven acomodados en sus casas, disfrutando de un buen té, creyendo que el miedo se va con una sola mirada de enojo o un reclamo, cuando jamás han vivido en carne propia lo que es estar entre la espada y la pared. Ah, pero qué bien queda dar unas pocas palabras de aliento y decir: "tú puedes". No, carajo, no puedo. ¿Por qué mejor no se meten sus putas palabras de aliento por el culo? Si quieren ayudar, háganlo, no lo digan.

El salón de belleza entero queda en silencio. Incluso Seph se queda perpleja ante lo que he dicho. No sé si la he jodido, no sé si ahora me gané la enemistad de Seph y ella me echará de una patada de aquí, con el cabello a medio cortar y la poca cordura que me queda.

FelixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora