Capítulo VII

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Nunca había tenido una situación en la que: nervios, perdición y miedo, se mezclaran todo en un mismo tiempo. Mi corazón late a un millón por segundo sintiendo el pulso detrás de mis orejas. Me quedé inmóvil, como un perrito asustado que destruyó el libro favorito de su dueño y acababa de ser descubierto. Inhalo profundo y lo dejo ir despacito, juro que creí haber dejado de respirar por un minuto. La lluvia había cesado, ahora sólo quedaba ese aire fresco y olor a tierra mojada lo que me impedía actuar con claridad. Yo estoy nerviosa hasta la mierda y Pierce parece tan divertido con la escena.

—Oli-ver —digo, con labios tembloros, no sé si es por los nervios o lo frío del viento.

Ambos.

Estamos ocupados ¿no lo ves? —la frialdad de Pierce me hace querer dale una bofetada tronadora en su rostro.

Por otro lado, a simple vista Oliver luce tranquilo, estable, sereno, pero tampoco soy estúpida como para no darme cuenta que en su interior se formó una ira que creía inexistente en su perfil, pues la siento desde esta corta distancia.

—Pierce, por favor —susurro, entre dientes mientras le doy una mirada asesina.

Él niega con la cabeza en un gesto que me dice: no estoy de acuerdo, pero asiente finalmente.

—No tardes —dijo, con la vista fija en nada —recuerda que tenemos un trabajo por hacer —se queja y me dedica una última mirada antes de abrir el auto con mis llaves y adentrarse a lado del copiloto.

Suspiro y observo a mi alrededor para encontrarme con nada interesante, solo autos de distintas gama de clase y uno que otro estudiante contando las piedras del suelo.

Me armó de valor y avanzo lentamente unos torpes y escasos pasos en dirección a mi novio ¿Novio? Decirlo se siente tan irreal, tan extraño en mi boca. Ignoro ese pensamiento y me coloco frente a él; su cabello luce mojado, sus labios están rojos debido a las gotas de lluvia que cayeron sobre ellos, su ropa ajustada y toda empapada me saca de mis cavilaciones, pienso en algo que decir, pero su expresión no me deja aclarar bien las ideas, me bloquea.

—Oliver yo…

—No digas nada —sonríe con tristeza y yo suelto un suspiro contenido de alivio —en realidad solo venía a darte esto —coloca en mis manos una cajita pequeña con un moño azul y una nota por encima de esta que dice “Te quiero” en letras cursivas.

Me quedé pasmada, mirando la cajita en mis manos.

—¿Por qué? —me atrevo a preguntar, mi voz sonó apenas en un susurro.

—Hoy es 15; otro mes juntos —contesta, mientras toca mi mejilla empapada con delicadeza.

Lo observé. Me quedé paraliza. Parpadee como estúpida.

—Yo... No... —niego con la cabeza incrédula —no puedo aceptar esto —le tiendo mi mano con la cajita en ella —yo no tengo nada que darte y ni siqu...

—Nisiquiera te acordaste —dice, interrumpiendo la oracion más vergonzosa de mi vida —esta bien princesa, no pasa nada.

Telepáticamente le envió una señal a su cerebro de agradecimiento.

El tormento de Jade (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora