Capítulo 1: «Una chica normal.»

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Eran las doce de la última noche de verano, antes de que empezaran las clases, y yo, Gabriela, nueva en la ciudad, estaba demasiado nerviosa como para pegar ojo. Me pasé horas frente al televisor intentando encontrar algún programa que no fuera una basura, pero, ¿Qué programa bueno iba a haber un domingo a las tres de la madrugada?

Después de muchas vueltas conseguí dormir unas pocas horas, hasta que mi peor enemigo, el jodido despertador, me advirtió de que tenia una hora para arreglarme. Después de hacerme la remolona unos minutos decidí que era momento de levantarme, no quería ir hecha un desastre en mi primer día de clase.

Entré en el baño y me di una ducha rápida, con agua fría, claro, porque solo llevábamos una semana en esa estúpida ciudad. Me sequé el pelo y después estuve unos diez minutos rebuscando en el recién ordenado armario hasta encontrar el conjunto que me pareció el más apropiado, una blusa blanca de botones color miel y una falda rosa pálido con unas simples sandalias blancas. Me vestí, tendí las toallas y me recogí el pelo en una coleta que hacía que mi pelo moreno se viera más corto. Bajé a la cocina para tomar el desayuno y, como no, mi hermano mayor, Hugo, estaba preparando unas tortitas.

-Buenos días hermanita.-dijo Hugo- ¿Qué tal has dormido?

-Poco, pero bien. Estoy bastante nerviosa por mi primer día.

-No tienes porqué, eres una chica preciosa y encantadora, además de inteligente- Mi hermano y sus típicos cumplidos de madre, pf.- Verás como haces amigos muy pronto.

-Claro mamá, lo que tú digas.

-No me llames así, solo intento tranquilizarte Gab.

-No me llames Gab, sabes que no me gusta.

-Lo sé-dijo mi hermano sonriendo, mientras mordía su tostada con mantequilla.

-Me marcho, llego tarde.

-¡Gab, espera! Las lentillas. Se te olvidaban.

-Joder, estoy harta de esta mierda, ¿Tan raro sería que saliera a la calle con estos estúpidos ojos amarillos?

-No estarás esperando respuesta, ¿verdad?-respondió Hugo mientras esbozaba una sonrisa.- Sabes que no es por gusto hermanita, a mi tampoco me agrada tener este secreto, ni tener que hacerme pasar por huérfano, haciendo ver que nuestros padres han muerto y toda esa mierda. Sólo intenta adaptarte y ser una chica normal, por favor.

-Ah, claro, una chica normal que se tiene que poner lentillas de color para no mostrar sus ojos amarillos, una chica normal que durante las lunas llenas se vuelve un puto perro con rabia.. Claro, ese tipo de chica normal.- Respondí con un tanto de soberbia.

Entré al baño rápidamente para colocarme las lentillas que hacían que mis ojos amarillos, se volvieran de un hermoso color verde. Ya hacia seis meses de mi transformación, y no me acostumbraba a ponerme las lentillas, en el fondo, me gustaba el color de mis ojos, el de verdad.

Cogí la mochila, que pesaba poco, ya que aún no tenía los libros de este curso y besé a mi hermano en la mejilla antes de salir por la puerta.

Estaba a medio camino del instituto, bueno, lo que yo pensaba que sería medio camino cuando una chica se me acercó. Debería tener mi edad, unos dieciséis años, aunque las dos trenzas en las que llevaba recogido su liso pelo rubio la hacían parecer un poco más joven.

-Hola.- me dijo la chica sin nombre.

-Hola.

-Soy Clara, encantada. Soy tu vecina y como vas por este camino he deducido que vas al mismo instituto que yo, Wooden Hills, ¿me equivoco?

-Yo soy Gabriela. Y no, no te equivocas, también voy a Wooden Hills.

-Aw, genial. Así podremos ir juntas.

-Estupendo.-dije.

Clara estuvo todo lo que quedaba de camino hablandome de lo genial que era Wooden Hills, de que pensaba presentarse a delegada de clase, y de otras muchas cosas más que, para que mentir, no me apetecía escuchar. Clara me parecía simpática, pero también un tanto irritante.

Al fin llegamos al instituto e intenté librarme de Clara, pero ella insistió en acompañarme a por mis libros y a enseñarme un poco la escuela, cosa que no me vendría mal, así que no me negué.

Llegamos a la recepción, que estaba al final del largo pasillo en el que se encontraba la puerta principal.

-Hola, venía a recoger mis libros de primero de bachillerato.

La secretaria, que deducí no tenía más de veintidós años, estaba escribiendo por teléfono mientras mascaba un enorme y asqueroso chicle.- Joder, ya podía guardar esa mierda en su gran boca.- Levantó la vista hacía mi y siguió tecleando en el teléfono móvil.

*Vale, esa tía era anormal, definitivamente.*

-Elisabeth, por favor, tenemos un poco de prisa.- dijo Clara, evidentemente con una sonrisa.

La secretaria, que ahora tenía nombre, Elisabeth al fin notó mi presencia.

-¿Nombre?- preguntó.

-Gabriela. Gabriela Montes.

Se marchó del despacho y volvió en un par de minutos, con una gran bolsa de plástico en la que ponía en grande y rotulador rojo: "Montes. 1ero."

-Toma.- dijo Elisabeth prácticamente lanzándome la bolsa.

*¿Y esa tía que se pensaba? Que era Hulk y oh claro, podría alcanzar una bolsa llena de libros al aire. Por supuesto, como no me había dando cuenta antes.*

-Gracias.-contesté.

Clara y yo nos fuimos del despacho y fuimos a la taquilla, no sin antes volver a la puñetera secretaría porque la tan inteligente Elisabeth no me había dado la maldita llave.

Por fin me liberé de esa carga, y no me refiero solo a los libros, sinó también a Clara, que tenía clase de física avanzada o algo de ese estilo para cerebritos. Vamos, una de esas clases que mis magníficos aprobados raspados y yo nunca llegaríamos a dar. ¡Benditos aprobados raspados!

Observé mi horario y vi que tenía matemáticas, así que muy a mi pesar fui hacia el Aula 1, donde el profesor King daba la clase.

No quería llegar tarde así que intenté avanzar rápido entre la muchedumbre que salía de la clase de primera hora que, como si fuera poco avanzar entre cientos de adolescentes con las hormonas revolucionadas no paraban de mirarme. Estúpidos adolescentes.

Me pasé la mañana de un lado a otro del instituto y, a última hora me encontré a Clara en Historia, que se sentó a mi lado, obviamente.

Después de una insufrible mañana de lunes salimos por la puerta principal, como ovejas en un rebaño. Dios, y tan ovejas. ¿Acaso no se duchaban en ese pueblo o qué? Bueno, también podía influir el hecho de que yo era una mujer lobo con olfato súper potente. No sé, tal vez.

Cuando conseguí respirar aire fresco, bendito aire fresco, Clara y yo comenzamos a andar por donde habíamos llegado esa misma mañana pero el aire duró bien poco en mis pulmones...

¿Quién era ese pivonazo?

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