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No podía ser verdad... no... no de nuevo.

¡Ya no más!

Si existe un Dios, por favor, por favor... ¡Escúchame!

Pensé cuando volví a ser dueño de mi cuerpo y no del sueño.

Intenté controlar mis sentidos, pero algo estaba mal, sentía claramente como la respiración me faltaba. Abrí los ojos de golpe, y entonces, me di cuenta.

Estaba bañado en sudor. Mi frente, mi cuello y toda mi cabeza estaban empapadas; sentí que las lágrimas salían de mí como río desbordado recorriendo mis mejillas. En un vano intento por sentarme en aquella inmensa cama y en mi ansia por respirar el pánico se apoderaba cada vez más de mí.

Pataleando y enredándome entre las frías sábanas abrí mis ojos tanto como pude en busca de algo para aferrarme a la realidad, mientras clavaba mis manos en la cama rogando porque parara esto.

Quería que parara.

Pero no lo hacía.

Lleve mi vista a la puerta de mi habitación.—No vayas.—muy dentro de mí me repetía una y otra vez.

Como pude permitirme intenté ponerme de pie, caminando hacia aquella puerta... y un sollozo escapó de mi boca... seguía llorando, temblaba, seguía con la respiración agitada... sentía como estaba empezando a hiperventilarme.

Caí de mi cama, pero el impacto no me trajo a la realidad, seguí avanzando hacia la puerta a pasos lentos, y luego de una eternidad, llegué.

Mis manos temblaban, mi cuerpo débil y cansado apenas y reaccionaba; giré la manija de mi puerta, coloqué todo mi peso en ese pequeño pedazo de metal para usar bien mis pies y, a pasos lentos, camine hacia los dos cuartos que se encontraban exactamente a unos pasos de mí y entonces pasó.

Me derrumbé por completo.

Dejé caer mi cuerpo ya sin fuerza para sostenerlo, quedando con mi frente en el suelo, dejé salir un grito desde lo más profundo de mí mientras juntaba mis brazos en mi pecho en un débil intento por abrazarme a mí mismo.

Levanté mi rostro enfurecido ante mi debilidad y mi patético intento de ahogar mi terror. Mis ojos se clavaron en aquellas habitaciones prohibidas, rabia e impotencia se sumaron a mi agonía por alcanzar aire... hice lo que puede, grité.

Gritaba, gritaba tanto como podía permitirme con el poco aire en mis pulmones, gritaba para que este dolor que día a día me consumía se fuera, gritaba porque sabía que nadie me escuchaba. Me senté para robar un poco de aire, recargué mi cuerpo sobre aquella pared blanca mientras mis manos se posaban en mi cabeza y se enredaban en mi cabello, entre sollozos y gritos, rogaba... rogaba por que parara esto, sentía que estaba muerto en vida.

Me dispuse a ponerme de pie; poco a poco, apoyándome en la pared y con la poca fuerza que tenía en mis manos. Quedé parado a mitad del pasillo, mi pelo húmedo estaba pegado a mi piel, casi cubriendo mis ojos en la parte de en frente, mi camiseta empapada dejaba sentir lo frío de la casa y mis pies descalzos a penas y pude notarlos.

Cerré mis puños y junté toda la fuerza que podía... uno, dos, tres y muchos más. Di tantos golpes a la pared en un intento por dejar todo mi dolor marcado ahí, en la blancura del pasillo que siempre recorro cada maldito día de mi vida. Seguía gritando, respirando entrecortado, sollozando de vez en cuando; pronto aquellas paredes blancas estaban llenas de sangre... de nuevo.

Las manchas rojizas a mi vista me trajeron otro recuerdo; aquella ocasión en que mi vida se fue a la mierda.

No había más que ira en mí, me retracté unos pasos sin quitar mis ojos de la pared manchada. Me adentré de nuevo a mi habitación y comencé a arrojar todo lo que había en ella; sostenía con rabia aquellos viejos trofeos que ahora no tenían ningún valor; tomé la lámpara que había en mi escritorio arrojándola contra la pared más cercana, sentí como los vidrios de ésta rosaban mi cuerpo tras haberse hecho trizas, tome la silla de mi escritorio y también la arrojé por la puerta abierta del balcón de mi habitación; mis gritos aumentaban en fuerza y frecuencia empezando a hacer eco en esa gran casa vacía.

MÁS ALLÁ DE LA VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora