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Tenía mucho miedo de recargar mi cabeza en tu hombro y matarte de mi asfixia. De ser una carga para ti. Una carga para mí. De ahogarte en estas lágrimas que no paran. Pero entonces hiciste un barco y nadamos juntos. Al día siguiente desperté siendo más ligero. Pues todo se había ido con tu abrazo.

El viento sigue golpeando el espeso bosque, las ramas siguen chocando entre sí y tú sigues haciendo de mi vida una montaña rusa.

Por más que una persona intente entender el dolor ajeno, jamás podrá. Cada ser tienen su lucha interna; sus demonios y su forma de enfrentarse a la vida, podemos ser testigos, o podemos ser ignorantes.

Nosotros elegimos la forma de vivir y la forma de ayudar a alguien más, ese, tal vez es nuestro propósito al vivir.

Desperté nuevamente para comprobar que seguía en esta pesadilla llamada vida; abrí mis ojos y me quedé viendo a dirección de Jimin. Tragué en seco al ver su pálido rostro muy cerca del mío, llevé mis ojos a sus labios carnosos y luego a su cabello que caía como cascada sobre su frente.

Respiré hondo y a pasos silenciosos me levanté de la cama, caminé hacia afuera de mi cuarto y me quedé parado unos cuantos segundos fuera de la habitación de mamá.

Temeroso, con mis yemas tocaba aquella puerta de madera, me repetía una y mil veces que esto pronto acabaría. Di unos cuantos pasos hacia atrás y bajé las escaleras; me adentré a la cocina y me senté en una de las sillas.

Suspiré derrotado, ¿qué clase de hijo abandona a su madre? me repetía una y otra vez recordando la noche anterior, si no hubiera sido por Jimin tal vez hubiera acabado con mi vida, y ese era mi objetivo sí, pero... hubiera dejado abandonada la urna de mamá, y eso es algo que no podía permitirme.

Caminé al grifo y tomé un vaso con agua, mis manos aún temblaban por los recuerdos, me sentía física y mentalmente cansado. Giré mi vista hasta la pequeña ventana de la cocina y pensé en qué clase de día me esperaba hoy, y tras varios minutos en los que intentaba calmarme un poco volví a subir a mi habitación.

Me paré en seco.

Jimin estaba parado justo en frente de mi escritorio, aquel donde tenía guardadas las nuevas cartas, aquel donde la noche anterior había guardado el lazo que usaría para quitarme la vida, así que a pasos muy rápidos caminé hasta él.

—¿¡Quién te dio permiso de revisar mis cosas!?—grité a dirección de Jimin asustándolo y al verme su expresión era algo temerosa.

—Yo...

—¿¡Tú, qué!?—no le dejé terminar, arrebaté el lazo de sus manos.

—Anoche... cuando estaba buscando tu inhalador, bueno, yo, lo vi.—tenía su vista en el suelo—¿es el mismo qué tenías anoche en el balcón?—su voz era demasiado temerosa y yo sentí pánico por lo siguiente que diría—¿Es con el que pensabas ayudarme a subir?

¿Qué?

El pánico se esfumó de repente. Fruncí demasiado el ceño, Jimin levantó su vista hacia mí y yo trataba de encontrar lógica a lo que acababa de decir. ¿Él pensaba... que quería ayudarlo a subir usando el lazo?

—Creí que... sería perfecto para... un columpio.—pronto todo el rostro de Jimin se ruborizo y bajó su vista al suelo—Lamento revisar tus cosas sin permiso.

No sabía qué pensar. No sabía qué decir. Tan solo podía verlo intentando buscar una señal de que me estaba mintiendo.

Tomé su mano derecha con la mía e inmediatamente levantó su vista hacia mi rostro, puse aquel lazo en su mano y él volvió a poner su vista en el suelo.

MÁS ALLÁ DE LA VIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora