MICHAEL LANGDON

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—Eternety—

Vivir entre estas paredes siempre había sido mi sueño, me encantaba ver la casa de lejos y cuando fue puesta en venta mi padre no dudo en comprarla

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Vivir entre estas paredes siempre había sido mi sueño, me encantaba ver la casa de lejos y cuando fue puesta en venta mi padre no dudo en comprarla.

La emoción no cabía en mi pecho.

Todo era perfecto como lo soñé, pero cosas extrañas comenzaron a suceder, pasos en las escaleras, cosas que se movían de lugar, sentir la mirada de alguien sobre ti, incluso risas de niños. Eran sucesos que convirtieron mi estancia en una maldición.

Y luego llegó él. Tan guapo y perfecto con su cabello rubio que no logré ver sus verdaderas intenciones. Entraba a la casa cuando se le antojaba, no respetaba y eso causaba en mi una gran emoción.

Con el paso del tiempo dejé de sentirme cómoda en mi propio hogar. Cierta noche me desperté con los horrorosos gritos de mis padres. Colocándome una bata corrí hacia el cuarto, encontrando una terrible escena.

El rubio al que creí un chico amable, apuñalaba los inertes cuerpos de mis progenitores. De mi garganta salió un grito y por más que quisiera, no podía apartar la mirada de la escena. Veía al cuchillo enterrarse una y otra vez en el pecho de mi padre.

Cuando mis sentidos se alinearon, intenté correr. Casi tocaba la puerta y huía de la casa maldita, pero él se apareció delante de mí. Fue inútil pedir por ayuda, nadie vino y yo fui condenada a estar atrapada en la casa.

No sé cuantos años han pasado, perdí la cuenta en la década. Ya no importa, estoy harta de esta monótona situación. He visto de todo en esta casa, incontables familias llegan para quedarse para siempre.

En cuanto a Tate, a ese maldito no quiero volver a verlo, y si lo veo siento que voy a vomitar. Si pudiera lo mataría de nuevo.

Me senté en el sillón de la sala junto al cuerpo de Constance. Tomó lo que creyó el camino fácil y vino a este lugar.
Como si mis penas no fueran muchas ahora tendría que verla por la toda la eternidad.

—¿En serio tuviste qué hacerlo aquí?–reproché al vacío cuerpo.—Vas a comenzar a desprender un olor asqueroso y ver los enormes gusanos que se comerán a tu cuerpo no será agradable.

—¡Abuela!–los desesperados gritos de una tierna voz me hicieron girar en busca del maravillosos sonido.

Era un perfecto ángel de luz. Su cabello era rubio y con bucles cayendo por su frente, hacían contraste con sus preciosos ojos azules que resplandecían por las lágrimas que amenazaban con salir, más abajo le seguían unos pómulos altos y cincelados, mejillas rojas y labios gruesos que a su vista resultaban apetitosos.

Era el hijo de Tate, el gemelo de Jeffrey, el pobre bebé que jamás crecería.

—No deberías llorar por ella, te abandonó.–dije y le acaricié la espalda para consolarlo.

—¿Quién eres?–preguntó limpiando sus lágrimas.

—Jane Dallas.–respondí y en un impulso pasé mi mano por el suave cabello del chico. Se sentía como la seda, enrede uno de sus rulos en mi dedo y lo jale con cuidado.

Desde ese día él se mudo a la casa, Ben le ofrecía su ayuda, lo veía como a un hijo, quizás lo era. Yo, por otra parte me convertí en su fiel amiga que no lo dejaba solo ni un segundo.

No podía negarlo, estaba locamente enamorada de Michael. Por primera vez después de mi fatídica muerte, por fin me sentía a gusto. Era difícil de explicar, pero había encontrado felicidad en mi eternidad.

Michael era tierno, un lindo niño atrapado en el cuerpo de un adulto. Tenía mucho que aprender y con ayuda de Ben hacíamos la perfecta tarea de cuidarlo.

Pero como todas las cosas, lo bueno tiene su final y el de Michael se vio presente cuando el monstruo entró en la habitación y le gritó cosas que jamás se irían de la cabeza del pobre rubio.

—¡Lárgate!–ordene empujándolo.—El único monstruo era tú. Mataste a todas esas personas en tu escuela y no bastando seguiste asesinando aquí. Destruyes todo lo que tocas.

Tate me miró por largos segundos, sus pupilas de dilataban y los ojos se veían cristalinos.

—Yo sólo quería tenerte aquí por toda la eternidad.–susurró tratando de acercarse.

—No me toques.–volví a gritar.—Lo único que debo agradecerte de matarme es que gracias a eso conocí a Michael, es lo mejor que has hecho en tu patética vida.

Me aleje de él y fui a consolar al pobre niño que lloraba sobre la cama. Estuve junto a él hasta que la última lágrima cayó.

La maldad logró alcanzarlo y comenzó a volverse más frío, se aisló de todos. Si me acercaba se iba, y luego volvieron a comprar la casa.

Eran las personas que rompían el récord, no duraron ni una noche en la propiedad. La causa fue Michael, le robó el traje de látex a su padre y asesinó a las pobres mujeres.
Yo no podía creer lo que mis ojos miraban, las llamas rodearon sus almas y las consumieron hasta desaparecer.

Ben lo abandonó, se rindió de una manera poco agradable. Como todos los demás sólo dañó su corazón.

Cegada por el amor, lo abracé muy fuerte y prometí que me quedaría a su lado.

Jamás pude cumplir esa promesa. Esas personas llegaron para llevárselo. Descubrí que me enamoré del hijo del diablo, el anticristo que estaba destinado a crear el apocalipsis.

—No te vayas.–pedí casi al borde del llanto.—No me dejes. Eres lo único que volvió a darle sentido a esta eterna agonía.

—Debo hacerlo, es mi destino.–su voz era profunda, decidida, sin ningún rastro de ternura. Había alcanzado su madurez mental.—Ven conmigo.

Lo miré confundida.

—¿No lo entiendes? Estoy muerta y nadie podrá revertirlo.–las palabras me dolieron y terminé llorando sobre su pecho.

Después de dos minutos limpié mi cara y me separé.  Quería admirar su bello rostro por última vez.

—Quiero que sepas que siempre voy a amarte. No como una madre, una amiga o una hermana. Mi amor por ti es...es inefable.

Lo tomé del cuello y lo besé hasta quedarme sin aire. Deseaba grabar cada minúsculo detalle del rubio.

Las personas lo esperaban en la puerta.

—De una u otra manera buscaré la forma de sacarte de aquí.–prometió antes de darse la vuelta y salir de la casa.

Me quedé mirando el mismo lugar por largos minutos, que se volvieron eternos.

—Pobre chica, estás destinada a quedarte aquí para siempre, sin el amor de tu querido ángel de la muerte.–se burló Constance apareciendo a mi lado con un cigarro entre sus dedos.

Esos malditos fantasmas volvieron un infierno mi estancia. De Michael jamás volví a saber nada, no hasta días antes del apocalipsis.

ONE SHOTS (CODY FERN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora