Déjala ir.

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Narrador omnisciente:

Mina humedeció sus labios sintiendo los ojos escocer y sus párpados pesados, la joven no había sido capaz de descansar aquella noche, la angustia y el agobio por cerrar los ojos y no ver nuevamente a su castaña favorita le había causado que se mantuviese lo mas atenta posible, admirando en silencio como la mayor descansaba de forma pacífica sobre sus pechos, y aun podía sentir su cabeza punzar por culpa del llanto, pero se le hizo imposible el no brotar las lágrimas de desesperación que descendían por sus ya empapadas mejillas, porque cada vez que veía los sus bonitos labios entreabiertos de Nayeon y su nariz ligeramente arrugada por culpa del sueño que debía estar viviendo, la muchacha no podía evitar el cuestionarse que sería de su vida sin la presencia de aquella silenciosa coreana.

La japonesa cerró sus párpados al sentir como los primeros rayos de sol comenzaban a colarse cruelmente por debajo de las persianas, indicándole con tan solo su luminosidad que la noche ya había cesado y que su mayor pesadilla estaba por comenzar. Mina se mordió el labio inferior alejando con sutileza su palma de la cintura ajena, para luego simplemente levantarse manteniéndose por un par de minutos sentada sobre el colchón con sus oscuros ojos fijos en el cuerpo de la mayor, la extranjera arrugó el puente de su nariz por culpa de lo que estaba observando; lentamente su corazón se había hecho añicos al notar como la coreana había buscando con un toque de desesperación la almohada que había ocupado con anterioridad llevándola de forma posesiva hacia su pecho para resguardarse de lo que sea que estuviese soñando. La extranjera no fue capaz de soportar ver aquello, porque era débil, así que simplemente se puso de pie y huyó de la habitación arrastrando sus pies por el pasillo hasta llegar a las escaleras donde, descendiendo con lentitud observaba atentamente cada escalón, al llegar al primer piso se dirigió con cautela en dirección de la cocina, hoy iba hacer algo que jamás en su vida hubiese creído que se atrevería hacer, Mina iba aprovechar cada segundo con la castaña y le haría sentir que era el ser más precioso del mundo- o por lo menos de su mundo- hasta que alguna de las madres de la joven llegase para arrebatarle de los dedos el amor de su vida.

Mina suspiró ingresando a la cocina para comenzar rápidamente una búsqueda de ingredientes para cocinar algo decente. Media hora después donde quedó con sus pantalones completamente empolvados de harina y con uno que otro giro que debió realizar por culpa del estornudo que soltaba a causa del polvo que ingresaba a su nariz, la joven había conseguido con total éxito el realizar unos panqueques decentes. La extranjera se quedó quieta observando su trabajo sintiéndose de repente mal por comprender que Nayeon no debería ingerir a aquello-no cuando se irá a operar- así que con enojo y frustración lo dejó encima de la mesa caminando de regreso hacia la habitación de la mayor, sintiéndose verdaderamente estúpida por olvidar aquel detalle, ¿Es qué todo lo que intenta hacer lo hará mal? se cuestionó mientras limpiaba sus pantalones, sintiendo su mentón temblando ligeramente a causa de la impotencia.

Con la harina aun cubriendo parte de su anatomía, la japonesa ingresó en la habitación de la coreana sintiendo como su corazón se había paralizado al igual que sus piernas al observar a Nayeon sentaba sobre el colchón con sus ojos fijos en su dirección, la joven tragó saliva notando la mirada apagada de la contraría; estaba triste, y Mina no podía evitar que aquella tristeza también la consumiera a ella.

—Hola—saludó Mina agitando su palma notando como la contraría simplemente elevaba sus comisuras en un vano intento por demostrar felicidad—¿Dormiste bien?—preguntó moviendo sus manos mientras que, con rapidez lograba que sus piernas reaccionaran acercándose hacia la mayor—¿Te duele algo?—cuestionó con la preocupación emanando de sus poros al notar que la mayor simplemente la seguía observando como si la estuviese analizando.

Y Nayeon simplemente envolvió sus brazos sobre la cintura de la japonesa en el momento que esta tomó asiento a su lado, Mina apretó sus labios sintiendo como la castaña aferraba sus manos contra su espalda intentando de una manera casi desesperada el mantenerse adherida a su torso, la japonesa no pudo evitar el cuestionarse si ella se estaba despidiendo, ¿Realmente lo estaba haciendo? se preguntó en silencio teniendo la irremediable necesidad de pasar sus puños por sus húmedos párpados, sintiéndose agotada de tanto  llorar, de sollozar en alto siendo cruelmente ignorada por el amor de su vida. La extranjera apretó sus dientes inclinando su rostro para plantar con suavidad sus labios sobre la coronilla de la castaña sintiendo como, por una milésima de segundos la mayor le arrebataba el aliento con sus brazos, la pelinegra se mantuvo con el ceño fruncido deslizando sus dedos por la espalda de la contraria intentando vanamente el relajarla, e hizo una promesa, en aquel instante donde sostenía a la coreana.

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