Disculpas a medias

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Narrador Omnisciente:

Mina creyó estúpidamente que la suspensión había sido un regalo de Dios, luego de lo sucedido en la casa de los Im, creyó que, como estaría castigada- lo cual no pasó- y encerrada en su hogar no existiría ninguna posibilidad de saber algo de la vida de Nayeon por lo menos en aquella semana, pero, para su mala suerte Momo estuvo los siete días de vocera mandando audios y mensajes de textos exigiendo algún tipo de respuesta, por lo que la japonesa había leído a base de la rubia, se enteró que la castaña había estado de forma hostigosa preguntando por ella, y a pesar de que saber aquello le había dado un calor repentino en las mejillas como también el sudor y el incremento de su alocado corazón, la extranjera se había prometido a sí misma el mantenerse alejada de Nayeon, debía cuidarla y no lo haría si estaban aquellos crueles sentimientos de por medio. La japonesa suspiró recostada sobre el sofá observando en silencio como su teléfono nuevamente comenzaba a sonar, se cuestionó si Momo en algún momento se cansaría de marcarle, ¿Es que acaso no tiene mejores cosas que hacer? se preguntó completamente frustrada de notar la insistencia de su vieja amiga.

La japonesa se quedó inmóvil viendo el blanquecino techo, la característica canción que Momo se colocó de tono de llamada nuevamente se hizo notar provocando que la pelinegra girara sobre el sofá colocando su rostro de frente contra el respaldo de cuero. Mina lo sabía, era más que consciente que no debería estar ignorando a medio mundo, pero es que Momo ni mucho menos su madre estaban comprendiendo lo que pasaba por sus pensamientos, la japonesa anhelaba volver a ver a Nayeon, abrazarle y hasta armarse de valor para probar nuevamente el dulce sabor de su boca, pero cada vez que se sentía verdaderamente valiente para buscar a la coreana las palabras de Jennie se encargaban de abatir aquellos pensamientos provocando que, simplemente siguiese manteniéndose en su hogar atormentándose en silencio por su poca valentía duradera.

Mina escuchó la puerta siendo aporreada con fuerza, pero en vez de preocuparse y levantarse a ver quien era el susodicho impaciente, la joven había decidido mantenerse en la misma posición esperanzada que, quien fuese la persona del otro lado terminase por cansarse e irse de su hogar. Un golpe, dos golpe y al tercero el sonido de la madera chocando contra el borde de la puerta, se detuvieron por completo, dejando la habitación principal en un silencio sepulcral. La japonesa sonrió con su mejilla apegada en el asiento de cuero, lo había conseguido- o eso creyó- nuevamente había quedado a solas con sus pensamientos retumbando con fuerza en su mente, pero, de repente, sin siquiera tener tiempo de poder reaccionar el cuerpo de la pelinegra fue fuertemente azotado contra el suelo.

La extranjera chilló completamente aterrada en el instante que su rostro terminó contra el frió suelo de madera, con el corazón desbocado y la piel ligeramente húmeda a causa del sudor, Mina giró su cuerpo observando el rostro inexpresivo de la rubia viéndola con sus ojos rebosando en malestar. La japonesa entreabrió sus labios apoyando sus codos contra la madera, sus ojos se mantuvieron observando como Momo se cruzaba de brazos juzgándola con la mirada, la pelinegra intentó hablar, explicar lo que sea que se le viniese a la mente, pero para su sorpresa la rubia había doblado sus rodillas para luego estirar sus manos atrapando el cuello de su camiseta, Mina jadeó en el instante que sintió su cuerpo elevándose como si fuese una pluma para luego caer con fuerza contra el incómodo sofá.

—Dame una buena razón para no abofetearte Myoui—gruñó Momo mientras que veía como la pelinegra se arrastraba sobre el cuero intentando quedar en la otra esquina del sofá, viéndose completamente intimidada por la forma en que la rubia le veía.

Mina entreabrió sus labios pero ningún sonido desprendido de su garganta, para su no tan grata sorpresa Momo se acercó plantando firmemente su palma contra la mejilla de la pelinegra, la japonesa jadeó levantándose rápidamente del sofá, para luego, por instinto empujar el cuerpo de la rubia logrando que esta retrocediera un par de pasos.

SilenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora