El canto japonés.

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Narrador omnisciente:

Sana esperaba de forma paciente a que Mina terminase de arreglarse, la joven de cabello tintado no se iba engañar, desde que el llamativo tono oscuro se posó contra su mirada acaramelada la joven mayor no había sido capaz de alejar su mirada de la belleza ajena, ahora, ambas jóvenes se encontraban en la habitación de la menor, la pelirosa se mantuvo en silencio admirando como la pelinegra se retocaba su sutil maquillaje, sinceramente, Sana no comprendía el por qué la joven había osado en arruinar su belleza natural con aquellos químicos indeciados, pero al notar como a Mina le gustaba la forma en que color oscuro hacia contraste con su mirada no pudo evitar el simple suspirar.

—Sigo pensando que, no era necesario que te vistieras tan bien, o sea, no me malinterpretes te ves genial, pero simplemente te llevaré a mi casa a comer—comentó Sana verdaderamente avergonzada de notar como la japonesa le había alzado una de sus cejas para luego arrugar el puente de su nariz.

Mina no se había arreglado para ella en específico, lo había hecho porque deseaba ir donde Nayeon luego de que su amistosa cena con la nueva conocida diese por finalizada. La japonesa se levantó observándose en el espejo, no se veía mal, que va, se veía extremadamente bien con aquella camiseta blanca y sus vaqueros ajustado contra sus caderas. La pelinegra se giró observando la sorpresa y confusión plasmada firmemente en el rostro ajeno, la joven no pudo evitar el reírse sintiéndose verdaderamente bien consigo misma por causar ese efecto en la pelirosa, Mina caminó alrededor de su habitación tomando con delicada el brazo de la mayor, su mente no la dejaba en paz, sus pensamientos le gritaban que, si consiguió ese efecto en Sana, ¿Qué sucedería con Nayeon? La extranjera deseaba de corazón el no acobardarse y por fin dar por finalizada aquella tensión que se creó cuando Momo le retó de manera vil y descarada.

Ambas chicas salieron de la casa de la pelinegra dirigiéndose con calma hacia la casa vecina, Mina no iba mentir en que se le hacía verdaderamente raro oír como Sana le respondía de forma animada, había pasado tanto tiempo con Nayeon y su cómodo silencio, que, interactuar con otra persona que no tuviese su discapacidad se le hacía sumamente incómodo, ni siquiera con Momo le sucedía aquello, habían días donde simplemente se quedaban en silencio compartiendo la compañía de la otra, pero entonces, ¿Por qué con Sana no sucedía aquello? Mina quería creer que era porque no se conocían, debía ser esa la razón, aunque muy en el fondo no creía en esa respuesta.

La pelirosa amablemente abrió la puerta de su vivienda haciendo un suave ademán para que la pelinegra fuese capaz de ingresar de las primeras. Mina quedó encantada con la belleza de aquel cálido hogar, Sana había adornado las paredes de un bonito tono pastel siendo aquel color acompañado por el blanco de sus muebles.

—Puedes sentarte donde gustes, mientras tanto estaré en la cocina—comentó Sana sintiendo su cuerpo temblar en el momento que Mina posó su palma contra la parte baja de su espalda, fue un movimiento inocente, casi sutil, pero aquello no era lo que pensaba la mayor quien, completamente nerviosa intentó caminar lo más rápido posible hacia la cocina.

Mina la siguió en silencio sintiendo verdaderamente curiosidad por la extraña forma en que se había comportado, hasta podía jurar que la muchacha se había colocado completamente nerviosa por su cercanía.

—¿Por qué has decidido mudarte a corea? —cuestionó la pelinegra mientras se adentraba en la habitación observando como la pelirosa comenzaba a sacar los platos de uno de sus muebles.

La joven mayor dejó los platos sobre la mesa de mármol posando de vez en cuando sus ojos sobre los oscuros de la contraria.

—Me aburrí de Japón—contestó Sana con simpleza, como si, sus verdaderas razones no fuesen tan importante como lo que realmente eran.

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