El secreto de Heitr

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Tras la repentina huida de la dama pelirroja, Hipo, se mantuvo perdido en sus pensamientos durante un tiempo considerable. Gracias a los potentes rayos del sol, y a los rugidos de Chimuelo, logro salir de su ensoñación.

Luego de reaccionar, el castaño se subió al lomo de su dragón, que, sin que se le ordenara, agito sus alas para despegar.

Mientras que el furia nocturna trataba de localizar a la jinete perdida, Hipo, continuaba pensando en la mujer; sus comportamientos extraños le recordaron al protagonista de la historia que Brutacio había contado la noche anterior, a pesar de que trato de convencerse de que solo era una mujer loca, el temor por la vida de sus amigos, madre y esposa, no tardó el hacerse presente en la mente del joven líder. Aquel pensamiento, motivó a Hipo a regresar al campamento. Angustiado, obligó a Chimuelo a cambiar de rumbo; el dragón, que ya había percibido el olor de los compañeros de su jinete, se rehusó a volver, cosa que, preocupo aún más, al ya asustado vikingo. 

No sabían si gritar de emoción, regañar a la rubia, o simplemente brindarle un gran abrazo. Todos los jinetes, quedaron paralizados al ver la joven Torton con los ojos abiertos; sin embargo, su felicidad de esfumó notaron que la chica era incapaz de moverse.

—¿Hermana, estas bien? —pregunto el rubio, mientras se acercaba a su gemela, para ayudarla.

La respuesta de Brutilda demoró en salir de su boca, y lo único que fue capaz de articular fue un simple quejido.

—Aún está helada...—murmuró Brutacio, para luego, cargar a su hermana, tarea que le costó bastante trabajo.

—Tenemos que encontrar a Hipo...y...y ponerlo al tanto sobre esto...—interrumpió Valka, quien no le quitaba los ojos de encima a la famélica muchacha. 

Las palabras de la mujer provocaron que Astrid recordara abruptamente la desaparición de Hipo. Mientras sus compañeros, asentían la rubia, comenzó a formular una serie de teorías en su mente; se negaba a creer en la idea de que Hipo se hubiera marchado sin razón. "Seguramente se perdió mientras buscaba a los gemelos..." "fue con Chimuelo...dudo que algo malo les haya pasado...", pensó la muchacha, mientras se montaba en el lomo de su dragona. 

Cuando todos estaban listos para partir, el furia nocturna aterrizó bruscamente sobre la montaña de espinos. 

Los jinetes se sorprendieron ante la acción tan torpe del dragón. Preocupados por la seguridad de Hipo, intentaron buscar a este rápidamente con la mirada, él, se encontraba ileso sobre la espalda de la criatura alada, pero su semblante denotaba preocupación.

Al ver a su amado, Astrid, salto de la silla que se encontraba sujeta a Tormenta, y corrió con los brazos abiertos hacia Hipo.

Antes de que el desconcertado joven fuera capaz de poner las dos piernas en la tierra, Astrid, ya se encontraba aferrada al torso de este.

—¡No vuelvas a desaparecer de esta manera! —gruñó la vikinga, quien tras el reproche tiró el cabello de su esposo con ternura.

—Lo siento mi lady —susurro Hipo, rodeando la cintura de su amada —Pero tuve algunos...—el castaño guardo silencio de súbito. Sus ojos se posaron sobre la figura indispuesta que descansaba sobre el cuello de guácara —¡Por todos los dioses! —exclamó, mientras se acercaba al cremallerus —¿Qué le sucedió a Brutilda? —pregunto anonadado, al mismo tiempo que pensaba en el perturbador parecido que su vieja amiga tenía con la mujer que hace solo minutos atrás lo había atacado.

—Brutacio la encontró inconsciente...—respondió Valka.

—Pensamos que estaba muerta...pero al parecer es más dura que la cabeza del tío Daven —agregó Brutacio con una sonrisa, algo forzada.

La maldición del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora