La dama de blanco y la ira de Kregar

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La culpa lo había invadido, le impedía concentrar su atención en la búsqueda de Brutacio, víctima de su parloteo. Sabía que había sido lo correcto; guardar el secreto solo hubiera ocasionado mas problemas. A pesar de todas las reflexiones, Hipo, no podía convencerse de que su acción había sido la correcta, sintió enormes deseos de retroceder en el tiempo, y cubrirse a sí mismo la boca para evitar el problema en el que se encontraba inmerso.

—¡La niebla es demasiado espesa! —vociferó Astrid, esforzándose por divisar a su esposo —¡Tal vez Brutacio ya volvió! ¡¿Qué tal si Kregar se siente ofendido por nuestra huida repentina?!

Cabizbajo, Hipo analizo las palabras de su amada, y tras escasos segundos, le lanzó una mirada a Astrid, cuyo semblante irradiaba preocupación. La expresión gris de su esposa, lo obligo a asentir, y con pesar, exclamó lo siguiente:

—¡Regresemos! 

El complicado clima no parecía afectarle a la dama de blanco que, a paso firme, pero lento, se transportaba por los arduos caminos rocosos de Heitr, sus ojos blanquecinos permanecían fijos en un punto, una cabaña modesta, situada a la orilla del camino era su objetivo. La luz de las velas que huía por las ventanas de la vivienda era débilmente visible entre la niebla, por lo que para un viajero común, era casi imposible percatarse de la existencia de la construcción; lo que realmente atraía a la escuálida fémina rubia, era el llanto de un bebé, y el olor a leche, que a pesar de la distancia que la separaba de la morada, era capaz de percibir. 

Cuando logro llegar a la cabaña, la doncella abrió la puerta súbitamente, y sin pedir permiso irrumpió en el hogar de la joven madre, que, al advertir su presencia, soltó un chillido de horror, pues la imagen de la rubia era perturbadora, sus ropajes nacarados, se hallaban cubiertos de sangre, y su rostro se encontraba herido, como si hubiera participado en una violenta batalla.

—¡Por todos los dioses, muchacha! —exclamó la madre, depositando a su bebé en una rudimentaria cuna —¡¿Quién te lastimó de semejante manera?! —interrogo la anfitriona, mientras acariciaba delicadamente el rostro de la muchacha de blanco.

—Ayúdame...—murmuró la huésped —Me duele...

Las palabras de la rubia conmovieron a la dueña de la cabaña, quien bajo la guardia, y le ofreció refugio a la ensangrentada muchacha, quien, tras tomar asiento, poso su atención en el saludable niño, que dormía apaciblemente.

El calor de la lugar, y la atención que le brindaba la madre del bebé que no paraba de observar, le hicieron olvidar por un segundo a la dama de blanco, la razón de su interrupción; cerró los ojos con fuerza, cuando sintió que su anfitriona humana recuperaba el control, sin embargo, las heridas que poseía el cuerpo, le permitieron recuperar el control, y, cuando esto sucedió, la dama de blanco se puso se pie torpemente.

La joven madre se sobresaltó por la acción de la rubia y retrocedió preocupada.

—Perdón, ¿te lastime? —preguntó la dueña de la cabaña.

La mujer de blanco hizo caso omiso a las palabras de quien le había brindado ayuda, y controlada por una fuerza que contraía la piel de su nuca y que además ningún humano podía percibir, tomo al niño que dormía en su cuna. 

—¡Por el amor de Thor! ¡¿Qué haces?! —vociferó la madre.

La mujer, ignoró las palabras de su anfitriona, y tras emitir unos gruñidos, mordió la delicada garganta del infante. 

—¡¡¡NO!!!—aulló desesperada la fémina castaña, mientras intentaba liberar a su hijo de las fauces de la aterradora dama escuálida.

El llanto del niño fue breve, pues, la insolente invitada le arrebató la vida en un santiamén.

La maldición del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora