El ejército rojo y las mentiras del rey I

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Mientras la noche avanzaba para dar paso a la mañana, la puerta que separaba los aposentos de Kregar del exterior, fue golpeada con violencia.

El rey se despertó de súbito, y jadeante invito a quien lo había despertado, a pasar.

—Mi señor...—musito el joven pelirrojo, mientras cerraba la puerta —Lamento ser el portador de tan terribles noticias...

La mirada amenazante que el rey depositó sobre el mensajero, obligo a este a callar, sin embargo, el silencio incomodo que se había gestado, molesto a Kregar, quien emitió un grito colérico, para que el muchacho soltara la información.

—Como...como decía...señor...—continuó el joven— Traigo malas noticias. La compañía que lideraban Sigrid y Jorgen ha desaparecido, o eso especulamos pues no regresaron, y tampoco pidieron alojo a los campesinos, a pesar de las bajas temperaturas que azotaron el reino esta noche.

—Son guerreros fuertes...seguramente regresarán en un par de horas...—interrumpió el monarca.

—Mi señor, también traigo mas noticias terribles...

—¡Habla rápido!

—Una familia de campesinos está en el palacio, dicen que vieron emerger de las montañas del oeste a un ejército de guerreros, cuyos cuerpos se encontraban repletos de lo que parecían ser marcas o llagas rojas. Relataron que entraron a su cabaña violentamente...

Los ojos del monarca se abrieron de par en par al escuchar las palabras del joven.

—Sigue...—musitó el pelirrojo mientras su cara se teñía de angustia.

—La joven berkiana, aún no ha sido encontrada, pero Ragnar y su equipo, creen que los soldados que perturbaron la tranquilidad de los heitrerinos y ella, están relacionados...

Kregar se llevó las manos a la cabeza, angustiado, le dio las gracias al mensajero, quien rápidamente abandonó los aposentos del hombre. Cuando el muchacho se marchó, el monarca salto de la cama y comenzó a vestirse, mientras el sudor frío recorría su frente. 

Antes de abandonar la habitación, el pelirrojo le lanzó una mirada a un lienzo en cuyo centro se lograban distinguir las siluetas de cuatro personas. Una lagrima se deslizo por la mejilla del monarca, pero antes de que esta lograra rodar hasta el suelo, fue limpiada por la mano tosca del hombre. 

Los rayos matutinos iluminaron delicadamente el rostro de Astrid, que era observado discretamente por Hipo. Los brazos del castaño envolvían suavemente el torso desnudo de la rubia, por lo que el calor que le brindaba el abrazo, había sumido a la chica en un sueño profundo, que no podía ser perturbado por un débil haz de luz.

Tres golpes secos y violentos que alguien desconocido le había propinado a la puerta la habitación sobresaltaron a la pareja.

"¡El rey ordena que todos se reúnan en el gran salón!". La orden del desconocido, obligó a los berkianos a levantarse. 

Cuando oyeron los pasos alejándose, se quitaron las pieles de encima y comenzaron a vestirse, tan rápidamente como se habian levantado, culminaron la tarea, y en menos de cinco minutos, la pareja se encontraba camino al gran salón. 

Una enorme aglomeración de personas estaba presente en el salón principal de la fortaleza de Kregar. Fue toda una odisea para Hipo y Astrid encontrar a sus compañeros, pues la cantidad de heitrerinos era tal, que les era hasta difícil respirar con facilidad. Cuando por fin lograron reunirse, el rey comenzó a hablar.

—¡Hombres, mujeres, niños y niñas de Heitr! —exclamó Kregar a viva voz —¡Los he convocado aquí, para darles una noticia! —el monarca suspendió por unos segundos su discurso, para lanzarle una mirada a un anciano que se hallaba a su lado. cuando el viejo asintió, el rey continúo hablando —¡Estamos bajo ataque...!

La maldición del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora