La sala de la muerte.

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Hacía frío y allí estaba ella, plantada enfrente de la fachada de aquel edificio, sola en aquel bosque tan peligroso, siguiendo a su amiga para adivinar en que estaba metida. Tras aquella puerta secreta se hallaba la respuesta. Mientras ella pensaba sobre lo que podía haber allí dentro, siempre en lo peor para luego no llevarse una sorpresa, la puerta acababa de abrirse finalizando el desplazamiento de los ladrillos con un sordo ¡CRUNCH!

-Eah, pues aquí estoy, persiguiendo a mi mejor amiga - comenzó Martina antes de entrar en la catedral-. Soy una mala amiga, no debería hacerle esto. Si no me lo quiere contar será por algo -dijo en voz alta autoconvenciendose de que aquello era una locura a la par que una ofensa a su amiga.

La puerta tras unos segundos comenzó a cerrarse. Era un mecanismo automático. Tenía que tomar una decisión. Con lo mala que era ella para decidirse. O entraba y lo descubría o se quedaba a las puertas. Su cabeza le dolía, le pasaban pensamientos de traición, amistad, respeto y por otro lado pensamientos sobre la ayuda, comunicación y ¡meterse en donde no le llaman! - finalizó por pensar. Pero ella era muy curiosa, quería ser periodista de mayor, y le podían estos misterios. Debía tomar una decisión. La puerta se cerraba cada vez más deprisa.

"Lo hice. Tomé una decisión. ¿Habrá sido la correcta?"- se decía Martina cerrando los ojos.

De repente hacía más calor. Aquellas paredes eran gruesas y desprendían un calor un tanto reconfortante. Estaba muy oscuro, no había ni una luz por allí cerca. ¡CRUNCH! No había vuelta atrás. Estaba dentro dispuesta a averiguar que se traía entre manos su amiga.

Martina comenzó a andar a tientas por la amplia, circular y oscura sala. Tras unos pasos tropezó con un escalón muy grueso, alto y cayó encima de él mirando hacia arriba.

"Mierda. Vaya caída - se dijo -. Me he dado fuerte en la espalda"

Se disponía a levantarse cuando abrió los ojos y divisó una luz en la sala a la que llevaba aquella escalera. Aún le dolía la espalda y decidió quedarse tumbada un rato. Oía ruidos. Dos personas discutían. Una voz femenina. ¿La reconocía o era imaginación suya por el golpe? Y la otra no llegaba a oírla con claridad para saber si era hombre o mujer. Martina se levantó lentamente y silenciosamente embobada por intentar averiguar a quiénes pertenecían esas voces. Sin darse cuenta estaba subiendo peldaños de la escalera sin haberse quejado ni una vez por el dolor. Cesaron las voces. A Martina le entró un dolor repentino en la espalda y se sentó pensando en aquellas voces. Pero tras un momento de descanso se despejó la mente y siguió subiendo peldaños. Eran enormes y gruesos y oscuros, todo estaba muy oscuro y cada vez más iluminado y más claridad y llegó.

Aquella sala estaba muy bien iluminada con antorchas como en la Edad Media. Una sala circular con más escaleras que llevarían a una torre o a otro piso mayor. La sala estaba desierta. Una mochila era el único objeto de la sala. La reconocía. La mochila de Clara.

"Había ido a su casa a por su mochila. ¿Por qué? ¿Que tenía que traer? - dedujo y se cuestionó al verla en un rincón de la sala-. ¿Por que no se la había llevado con ella?"

Se apresuró a ella y la abrió. En su interior había libros y un estuche, su estuche. Profundizó más al fondo de la mochila metiendo su mano. Tocó algo. Al tacto no podía reconocerlo y sacó todo del interior de la mochila. Era una bolsa de cuero negra que nunca había visto a Clara.

"¿Que habrá?- Martina se preocupó y su cara se descompuso-. Sabes qué es perfectamente" Se podían encontrar en la tienda de un viejo amigo de su padre. Aún no lo había confirmado pero ella ya estaba convencida. Metió su mano y lo sacó. La mano le tembalaba. Nunca había tenido una pistola en su mano. Le daban pánico.

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