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Toque el timbre cuatro veces antes de que Alejandro se dignara, por lo menos, a gritarme desde el otro lado de la puerta que esperara un minuto.

Con la impaciencia al máximo, característico en mí, decidí buscar la llave escondida en la planta al lado de la puerta para entrar. Si tenía que esperar a que Alejandro abra la puerta se derretiría el helado que había comprado.

Al abrir la puerta, me adentré en una cocina desordenada, repleta de bolsas de comida vacías y cubiertos sucios.

— Fachero, traje helado— grité y cerré la puerta.

Agarré dos cucharas y me dirigí a la sala de estar.

Parada en el marco de la puerta me encontré con una persona que, definitivamente, no era Alejandro. No tenía ni idea de quién era, ni siquiera se me hacía conocido. Estaba sentado sobre el borde del sillón, mirando al piso con las manos en su nuca.

Mi pánico incrementó cuando escuché un sollozo proveniente de él.

Justo en ese momento Alejandro salió del pasillo que llevaba a las habitaciones.

— Ya entraste — dijo al verme — Que bueno, porque no encuentro las llaves.

Su comentario hizo que el desconocido levante la mirada para mirarlo, y luego a mí, analizándome rápidamente. Sus ojos claros se encontraban rojos del llanto, al igual que sus pómulos.

— Me había olvidado de que venías hoy — bromeó mi amigo, intentando calmar la obvia tensión e incomodidad que se sentía en el ambiente. Yo simplemente rodé los ojos.

El silencio parecía eterno.

— Él es Paulo — lo presentó. — Es mi amigo del que te conté, que es futbolista y le está yendo re bien. — Dijo y codeó a su amigo.

— Sí, me acuerdo.

— Ella es Aurora — mi amigo miró a Paulo y me señaló.

Yo sonreí en forma de saludo, aún algo incomoda. Él intentó devolver media sonrisa pero sus labios formaron una mueca extraña.

— Voy a traer una cuchara más y unas tazas — dijo Ale, mirando el kilo de helado en mi mano.

Solos otra vez. Pocas veces había sentido tanta incomodidad como en ese momento. Estaba sola con una persona completamente desconocida que no podía parar de lagrimear y sollozar. Y, como si fuera el colmo, no me acordaba si su nombre era Pablo, Paulo o Paolo.

De la forma más cuidadosa posible me acerqué hasta el sillón individual a la derecha del sofá donde él estaba y me senté.

¿Y ahora? ¿Debería, por lo menos, preguntarle cómo está? Como si la respuesta no fuera obvia. ¿Debería intentar ayudarlo? ¿Cómo?

El futbolista se secó las últimas lágrimas que aún quedaban en su rostro con el reverso de su mano.

Ya fue.

— ¿Estás bien? — pregunté, intentando romper el hielo.

¿En serio?

— Si, ya está. — suspiró pesadamente y se incorporó.

Juro que en el momento en el que terminó de decir la última palabra pude escuchar el ruido de los grillos otra vez. En un intento de no volver al tortuoso silencio tiré el primer tema de conversación que se me vino a la cabeza.

— Dónde jugas?

— En Instituto. — respondió, ya un poco más animado que antes.

Su cara se transformó al ver la mía, que ni siquiera se tomó la molestia de disimular que no tenía ni la menor idea sobre el club.

Él esbozó una pequeña sonrisa burlona.

— No lo conoces, no?

— No te voy a mentir, no sé nada de futbol. Perdón — confesé.

— Está bien — rió, aceptando mis disculpas.

Vamos bien.

Without Me ~ Paulo Dybala Donde viven las historias. Descúbrelo ahora