Dear Lover | Jenlisa

9 | Un lema de pequeñas

No creí que mi madre se tomaría tan bien lo de Lisa en el momento que decidí contárselo. Supuse que su reacción no fue porque se alegraba por mí o algo parecido, lo hizo porque jamás le había hablado de esto. Para ser un poco sincera, Rosé me ha hecho falta estas semanas, no he tenido a quien contarle mis días y era aburrido llegar de la preparatoria y echarse en su cama solo a pesar y charlar contigo misma, y realmente no tenía más amigas; era estresante.

Mi madre me notó riéndome mientras vagaba en mis pensamientos del día anterior. Verdaderamente no pude dejar ni a Lisa ni a su poema por varios días. Sacaba la hoja que en momentos la usaba para marcar páginas y las leía, y emitía la misma sonrisa, y recordaba el beso en la frente y el resplandor de la luna tras la hoja. En lo que ella dijo, en el abrazo, en los vagabundos... no podía escapar fácilmente.

—¿Algo pasó con la chica no es así?

Responder la verdad o no responder la verdad era la pregunta. Igual no había razón para ocultarlo, empezando por el hecho de que mi expresión demostraba absolutamente todo.

—¿Se nota mucho? —le pregunté sonriendo.

—Jennie, eres mi hija. No es necesario que se note para darme cuenta.

Y supe que tenía razón.

—¡Ay Jen! –exclamó. —Parece que te has enamorado.

Reí y supe nuevamente que tenía razón.

Igualmente fue la única vez que hablé con mi mamá al respecto, pero me alegró tanto que lo supiera. Jamás pensé que bromearía con esto aunque la sorpresa cayó muy bien.

No obtuve mensajes de Lisa y aunque no era alertador, sentía que la extrañaba mucho aunque hace horas estuviera con ella en frente de una playa diciéndome que nuestra próxima cita sería con vagabundos. Y al recordarlo, reí.

El buen humor de mi madre nos arrastró a un centro comercial no tan lejos de casa que abre especialmente los domingos. No tiene muchas tiendas de ropa porque mayormente se equipa de locales de comida y alcohol; igual nos gusta ir y disfrutamos al estar ahí solo nosotras dos. Y en serio que hace tiempo no lo hacíamos lo cual hizo la ocasión mucho mejor.

Mientras esperaba en la fila del McDonald's una voz muy familiar gritó mi nombre desde la otra esquina, y aunque no había terminado de voltear a ver quién era, ya la sonrisa se expresaba en mi rostro y fue tan grato verla de nuevo. Y sentí tanta coincidencia haberla encontrado justo cuando más la necesitaba.

—¡Jennie! —gritó.

—¡Nayeon! —y nos abrazamos.

Un abrazo largo, fuerte. Uno donde se reencuentran momentos tan inolvidables. No quería separarme de Nayeon aunque tuviera que hacerlo. Quise llorar por un instante pero mis lágrimas jamás terminaron de brotar.

Nayeon fue mi amiga en la escuela e incluso años antes de eso. A ella le confiaba todo aunque tuviera miedo de decir mis secretos. Danielle era una amiga increíble y nunca la olvidé, ni tampoco nuestra estancia en el colegio. Todo había sido perfecto hasta que terminamos el instituto y tuvimos que ir a secundaria; y pensándolo bien no fue tan malo pues a Nayeon le salió una beca en una facultad en Nevada mientras a mí me seleccionaron para una en Manhattan; y aunque yo nunca asistí, Nayeon si lo hizo y fue tan duro alejarme de ella. Pero ya eso no importaba porque me estaba abrazando y era tan confortable.

Después de eso tomé mi pedido y me dirigí con Nayeon a donde mi madre que desde lejos extendió sus brazos para abrazarla. El día terminó siendo como una "salida de chicas" lo cual me hizo muy feliz a pesar de que por dentro me fuese gustado mucho que Lisa estuviera, igual estoy alegre porque Nayeon esté conmigo nuevamente.

—Ugh. —dijo ella. —La facultad terminó siendo una porquería. Por eso estoy aquí de nuevo. Aunque la decisión fue de mis padres.

—Igual me alegra que estés aquí.

—¡A mí también! —y nos abrazamos de nuevo.

Aproveché que mi madre había entrado en una tienda de discos de antaño para contarle mi amorío con Lisa. Y aunque al principio se creía una broma de que era con una mujer, terminó oyendo mi historia sin problema alguno; y es que así era Nayeon. Le conté de las notas y las flores en el escritorio, del restaurante, el día en la playa y del poema. A parte de eso le conté lo de Rosé y lo de Jisoo, algo que por el momento me entristeció hasta que se animó y me dijo que quería conocer a Lisa, algo que para mí era de mucho agrado.

Nayeon ese día nos acompañó hasta el vecindario y se despidió de mi madre quien decidió entrar. Nosotras nos quedamos afuera como solíamos hacerlo siempre; sentadas en las escaleras de la puerta principal mirando la desolada calle, y aunque sonara aburrido, realmente no lo era, y es que Nayeon lo hacía especial. El tiempo pasó y sus historias divertidas de la facultad en Nevada llegaron a su fin y fue cuando el silencio hizo ruido.

—Extraño mucho a la escuela y a las chicas. —me dijo un poco entristecida.

Y yo asentí porque no sabía que más hacer. Era cierto todo. Por eso el silencio hacía ruido, porque es peor cuando los pensamientos quedan en el aire.

Y a pesar de que haya sido ya hace muchos años, las cosas han cambiado mucho y es difícil no extrañar tu antiguo yo. O a tu antiguo nosotros.

—Rosé... —empecé a decir. —No lo sé. Jason era todo para ella y simplemente cambió. Tenía otros intereses.

—¿Y ahora que no está junto a él?

Esperé un segundo para responder.

—Creo saber que me extraña y en el fondo quiere hablar conmigo con respecto a todo, pero no sé si sea ego o es que yo siento lo mismo.

–Todo estará bien Jennie, ha sido tu mejor amiga por cinco años...

—Jisoo también lo fue hasta que descubrió que me gustan las mujeres porque desde ese día no volvió a ser igual. Y nada es igual desde que la oí hablar junto a Jason en aquella oscura vereda, y nada es igual desde que Mary Jean decidió cargar con la culpa de que era Jisoo quien salía con Jason y no ella, y nada es igual desde que Jisoo supo que yo lo sabía y tenía miedo de que se lo contara a Rosé. Ninguna de las tres somos las mismas ahora, Nayeon.

—¿Por qué no me habías contado eso?

—Porque prometí no hacerlo. Al prometérmelo lastimé a Rosé porque decidí guardar el secreto de Jisoo y me siento tan culpable ahora.

Nayeon se acercó a mí y me abrazó rodeando mi cuello y me empujó hacia su pecho. Supo lo que necesitaba sin habérselo dicho. Ella apartó la chaqueta de su cuello y me mostró la luna que colgaba de su collar. No pensé que aún lo tuviera consigo y eso hizo sentirme muy bien; porque aún nos mantenía junto a ella. Yo hurgué en mi pecho y saqué el dije en forma de sol, y estoy segura que Nayeon se sintió igual. Ahí recordamos el lema de nuestra infancia. Y no hicimos más que sonreír, porque recordar lo que más amamos de aquel entonces, fue lo que nos hizo sentir vivas.