NUEVE

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La mujer de traje elegante nos observaba, sus finas cejas estaban elevadas, sus labios estaban fruncidos y sus ojos críticos nos repasaban de arriba abajo. Todo en su postura reflejaba que era superior a nosotros. Estaba segura de que con lo que costaba su ropa, podría surtirme por dos años de chocolates, cheetos y Coca-Cola.

La rabia empezó a dominar mi sistema, era estúpido tratar a alguien como basura porque no vestía igual a ti.

—Tal vez se confundieron de lugar.

—Pero maldita sea, ya le enseñamos los boletos—me mordí la lengua para evitar gritarle, estaba perdiendo el sentido de la amabilidad (Si es que lo tuviera alguna vez).

—Sí, solo tengo que revisar si hay lugar disponible—dijo mordaz. Se dio la vuelta y entró al salón.

—Estoy a punto de enojarme—dijo Zack muy serio.

Eso estaría genial, él podía ser un chico envuelto en una capa de chocolate, pero si se enojaba se convertía en algo ácido. El enojo de Zack no se daba muy frecuente, y nunca en la vida me gustaría que ese enojo fuera contra mí.

Me quedé mirando el cielo, estaba despejado y ciento de estrellas se podían admirar. Bajé la vista al suelo cuando sentí que los ojos empezaban a arder, era una mierda que todas las cosas lindas que podía ver trajeran tristeza.

***

—Las estrellas son personas buenas que han muerto, y ahora nos cuidan desde el cielo. — Dijo papá apuntando hacia el cielo. — Mientras más oscura está la noche, más ellas brillan.

Enterré mis manos en la hierba húmeda, mi hermano y yo estábamos acostados a los costados de papá. Desde que mamá se había ido, algunas noches salíamos al patio a acampar y papá siempre nos hablaba de las estrellas.

—Quiero una estrella. — Dije.

― En el cielo se ven bien. — Mi hermano puso la mano en mi cabeza y me despeinó.

― Un día seré una estrella y brillaré muy fuerte para que me puedas ver.

Papá nos abrazó a los dos, y fue el último día que vimos las estrellas con él.

***

—Chicos, pensé que no vendrían—la voz del ñoño me sacó de mis pensamientos.

Llevaba un traje negro con una camisa blanca por debajo, no tenía sus lentes de pasta gruesa. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado a un lado y una mano en el bolsillo de su pantalón. Sonrió haciendo que aparecieran sus hoyuelos.

La mujer estirada apareció junto a él, ahora sonreía con nerviosismo y sus gestos se habían dulcificado.

—Lo siento Samuel, no sabía que eran tus amigos—dijo con la amabilidad que carecía minutos atrás.

Romeo, no soy tu JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora