DOS

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Nada era peor que mi trabajo. No era buena recibiendo órdenes, ni siendo amable con los clientes. No quería ser camarera, pero era uno de los trabajos que podía conseguir una joven menor de edad.

La cafetería donde trabajaba era un lugar pacífico, donde jóvenes enamorados, adultos ocupados o ancianos solitarios venían con frecuencia. Al poco tiempo de estar aquí, entendí por qué mi hermano insistió en que era el lugar adecuado para mí, era un sitio familiar y nunca vendrían aquellas personas problemática de las que tanto JJ me quería apartar.

Después de la escuela iba directo al trabajo. Entré a la cafetería y tiré mi mochila en una mesa. Thomas estaba barriendo y me miró con mala cara. Sonreí ampliamente y subí los pies a la mesa.

—Debes entrar por la puerta de empleados, y llegas tarde, otra vez—sus ojos saltones me fulminaron—. Se supone que tú debías limpiar hoy.

—¿Según quién? —pregunté solo por ver como se enfadaba.

—Según el horario de labores, te recuerdo que te pagan por cumplirlo. Estás aquí para trabajar.

—¿En serio? —Sonreí—pensé que me pagaban por ser encantadora.

—Eres tan encantadora como Medusa.

Mi teléfono vibró con un nuevo mensaje de Lucy, habíamos estado hablando desde la clase de Historia. Le contaba sobre las extrañas miradas de Ryan, y sus insinuaciones inesperadas. Lucy decía que solo lo hacía porque lo rechazaba, pero una vez que me rindiera iba a desecharme. Así eran los hombres. Mi teléfono me dio una alerta de que la batería se estaba agotando.

Yo: Hablamos al rato, se me va a descargar esta mierda.

Lucy: ¿Sabes cuantas veces me he quedado pegada al conector para seguir hablando contigo?

Yo: Que me importa.

Lucy: Muérete.

Thomas seguía con su parloteo sobre mis obligaciones, para que se callara me levanté y empecé a recoger la basura que él había apilado. Dolly apareció con una sonrisa radiante y su aspecto demasiado extravagante, parecía como si sus poros sudaran perfume.

—Vaya, has cumplido con tus labores―me dijo—. Ves Thomas, todo es cuestión de tiempo.

Le sonreí a mi jefa, quién había puesto sus esperanza en mí. Aunque la verdad, mi empleo lo tenía porque ella conocía a mi hermano.

Cuando Dolly desapareció a su despacho, le saqué la lengua a Thomas y este maldijo hasta la quinta generación de mis hijos. Llevaba treinta y ocho días aquí y aun no sabía si Thomas me odiaba o solo quería que me comieran los tiburones.

Una hora después la cafetería estaba llena, por desgracia me tocaba tomar órdenes. Por sugerencia, o mejor dicho orden, de Dolly debía trabajar con una sonrisa. Todo iba bien hasta que un cliente dijo que parecía una psicópata sonriendo tan falsamente, me contuve para no arrancarle un ojo.

—Disculpe, pero ordené un café solo, no con leche—dijo un señor.

Tomé una cucharita de otra mesa y se la coloqué en la del señor.

—Aquí tiene, úsela para sacarle la leche—y sonreí para que no pensara que era grosera―. No olvide dejar una nota en el buzón para el empleado del mes, y acepto todo tipo de billete para la propina.

Quité la vista del cliente y miré hacia la mesa cercana a la puerta. Ahí estaba Ryan. Su postura erguida y sus gestos majestuosos lo hacían sobresalir de todos los demás. Aunque no me estaba observando, su presencia me inquietaba.

—Kristen, yo me ocupo en la cocina, sustitúyeme—dije al abrir la puerta de la cocina.

—¿Un día de mierda?—preguntó Greg, el chef.

—Todos son de mierda—le contesté.

Freír papás era como estar en el paraíso, comparado con estar ahí fuera. Tilo, que también ayudaba en la cocina, hicieron de todo para que cambiara la cara. Al final se rindieron.

—Braden, debes seguir tomando órdenes—Kristen entró quitándose el delantal—, dijo Dolly.

—No.

—Pero...

—Mierda dije no—le grité.

—¡Braden!—me llamó Thomas—Dolly quiere verte.

Salí de la cocina irritada y con un mal humor infernal. Cuando crucé a la oficina de Dolly vi al demonio de Ryan con una taza entre sus manos. Abrí la puerta y me quedé parada rogando a quien sea que controlaba el tiempo que adelantara las horas.

—¿Debo sentarme o qué?

—Deja de estar siempre a la defensiva, cariño—Dolly escribió algo en su computadora—. Quiero que...

—No veo cual es el inconveniente si Kristen hará mi trabajo.

―Quiero que me digas qué clase de relación tienes con ese chico―señaló a la puerta con su dedo.

Me encogí de hombros tratando de parecer que no sabía de quién hablaba. Pero su mirada inquisidora me impedía fingir.

―No lo sé―dije y era la verdad.

―No me da confianza. Él tiene esa mirada que dice que romperá tu corazón cuando le plazca.

Negué con la cabeza y solté una carcajada.

―Yo no tengo un corazón que él pueda romper.

Ella me miró como si me entendiera. Agitó sus manos con despreocupación, el color rosa chillaba en sus uñas. Di media vuelta para marcharme.

―Tengo una escopeta, cariño, por si cambias de opinión―dijo Dolly.

Cerré la puerta tras de mí con una pequeña sonrisa. Por lo que restó del tiempo de trabajo me mantuve en la cocina, peleando con Thomas y sirviendo las órdenes. Cuando llegó la hora de salida, la tarde había caído.

Coloqué mi mochila en los hombros y salí por la puerta trasera. Caminaba a casa por la acera sin prisa por llegar, cuando mi hermano no estaba la casa solía estar demasiado tranquila y aburrida.

―¿A dónde vas?

Solté u bufido y me giré para mirar a Ryan.

―¿Me estás siguiendo?

―Sí.

―¿Hasta cuándo harás esto? ―pregunté exasperada.

―Hasta que te enamores de mí.

Sus palabras me dejaban fuera de juego.

―No me gustas.

―¿Ni un poco?

Se acercó a mí y utilizó sus brazos para hacerme prisionera. Forcejeaba para liberarme, pero la verdad no estaba poniendo todo mi esfuerzo, mucho menos cuando levanté mi rostro y encontré sus ojos. Me perdí en ellos y después supe que su boca estaba sobre la mía. Al principio parecía como si estuviera midiendo mi reacción, pero segundos después parecía que a nuestro alrededor todo estaba en llamas.

La sensación agradable y el cosquilleo en mi estómago duraron muy poco. Mi mente me hizo una mala jugada y justo en ese momento me presentó los recuerdos desagradables que trataba de borrar.

—Ya yo tengo mi respuesta―susurró antes de dejarme desarmada. 


Romeo, no soy tu JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora