II

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     Como el silencio conlleva al recuerdo, el recuerdo conlleva al dolor.
     Todos lo conocemos, aunque hay varios tipos de dolores. Sabemos del dolor físico, que no es fácil que nos afecte gradualmente, este desaparece con aspirinas, operación, terapia o cualquiera de estos procedimientos que tienen lugar en la jerga médica de cualquier hospital. En algunos casos estos cuadros clínicos pueden volverse graves, y como secuela dejan un dolor completamente distinto al físico.
     Hablo del dolor emocional.
     Creo que ningún dolor podría compararse a ese, y aliviarlo es una tarea que se nos escapa de las manos la mayoría de las veces, aunque a veces dependa de nosotros dicha acción. Sientes una agonía, una sensación de asfixia permanente hasta que el dolor se va.
     Es como si algo te hiciera sentir más pesado, con un paso lento, cuando no tienes ganas siquiera de levantarte de la cama. O cuando sientes unas ganas de llorar increíblemente fuertes. Se manifiesta de distintas maneras.
    Es irónico el desagrado que me causan mis recuerdos, pero amo los retrocesos, con esto me refiero a que debemos volver un poco atrás. El silencio conlleva al recuerdo, y mi recuerdo me lleva a un dolor emocional muy agudo que no he podido superar.
     A veces me hace querer caer de bruces a un sueño duradero, casi eterno.
     Y es aquí donde mi historia comienza.

     —Zaph, ¿Quieres ir de viaje?—preguntó mi papá.
     Sonreí entusiasmada. Adoraba los viajes, los disfrutaba mucho, siempre había árboles por doquier y solía quedarme dormida mirándolos, eran muy hermosos.
     —¡Sí, claro que sí!—aplaudí y salté con gran emoción.
     Papá rió suavemente mostrando sus dientes brillantes, y me alzó por mis bracitos, al tenerme en sus fuertes brazos —me impresionaba mucho que pudiera cargarme, no sé por qué— empezó a atacar mi abdomen con cosquillas. Me retorcía de la risa, la presión que provocaba era tanta que al reír tenía mis ojos cerrados, solo escuchaba su vibrante risa y no podía ver sus lindos ojos, para saber si en ese momento sentía lo mismo que yo.
     —¡Zach, me la has robado!—unas manos delgadas pero suaves me sacaron de los brazos de papá y sus palabras me hicieron volver a reír.
     Era mamá.
     Déjenme describirla. Ella es la mujer más hermosa que verán en sus vidas; es bajita, algo robusta pero se podría decir que también delgada, sus ojos son marrones, su nariz es recta y un poquito respingada, su piel es muy suave, delicada y de un tono café con leche y su cabello es de un rubio castaño muy brillante. Cada vez que me abrazaba me sentía muy feliz, no podía explicar lo mucho que la amaba. Era cariñosa, sabia, serena, y sabía hacer los mejores pasteles.
     No sabía por qué siempre decía eso cada vez que me iba con papá, pero siempre me causaba risa.
     —Por Dios, Anna, qué exagerada eres—respondió en un tono divertido el hombre de mis ojos.
     Papá era, al contrario de mamá, alto y delgado. Sus ojos eran de un peculiar gris, lo más curioso es que pese a ser una tonalidad fría, ellos expresaban una calidez que te envolvía y te hacía sentir amado. Su piel era un tanto pálida, su cabello era negro azabache, ¡Y era bastante fuerte! inteligente y astuto.
     Él intentó besar los labios de mamá, pero mi alma traviesa hizo que pusiera mi mano entre ellos y sus labios terminaron impactando contra mi piel. Comencé a reír.
     —¡Aéra!—exclamó mamá riendo. Me miró con sus lindos ojos cafés y no lo entendí en ese momento, estaba muy pequeña y no conocía todos los sentimientos que podían expresar las simples acciones y los ojos, pero había algo en su mirada. Era un brillo inquietante, expresivo, y no podía descifrarlo.
     —Zaphiro—corregí inmediatamente con un pequeño puchero en mi boca. Odiaba mi primer nombre, no combinaba con mi apellido y mucho menos con el segundo nombre, o eso pensaba cuando estaba más pequeña.
     «Aéra Zaphiro Davis Standall, uhg» era mi pensamiento más recurrente a la edad de cinco años.
     —Solo no lo hagas más, linda—dijo mi papá aún riendo por mi acción, fue cuando me di cuenta de que en sus ojos también estaba ese brillo que había visto en los de mamá, en sus lindos ojos grises. Asentí en respuesta con una pequeña sonrisa.
     Ella me bajó y de pronto los vi muy grandes por mi baja estatura, para tener cinco años, parecía de dos.
     —Zaph, mejor ve a recoger los juguetes que te llevarás al viaje, y no te olvides de ponerle comida a Motita—ordenó con suavidad mi mamá.
     Al escuchar el nombre de mi perrito salté de emoción y asentí, fui corriendo a cumplir mis tareas sin percatarme de que mis padres empezaron a hablar bajo, de manera discreta en lo que abandoné la sala.
     Motita era un perrito que papá recogió de la calle al ver que su patita estaba herida. Logró curarlo y se lo quedaron, meses después nací yo. Su pelaje era blanco aunque con algunas motas negras, de ahí su nombre.
     El tiempo pasó, y el día se fue entre los preparativos para el viaje, por lo que salimos de la ciudad a eso de las cinco de la tarde, teníamos como destino a Visalia, California.
     Durante el viaje jugué con mis juguetes y con Motita, a veces mi papá hacía chistes y reíamos todos juntos, luego lo último que recuerdo de lo que pasó durante el viaje, es haberme bebido un delicioso jugo de fresas y comido un sándwich de queso.
     Me quedé viendo fascinada los árboles y todas las plantas que bordeaban el camino, y no sé en qué momento, pero me quedé dormida sobre Motita.

     *-*-*-*-*

Holaaa, no se crean que terminé el libro, es solo un regalo ahr.
     Feliz navidad, espero que la estén pasando mejor que yo ahr (en serio). Se les quiere.

Se despide, su loca escritora:

Vicky_Maldonado__💕

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora