Aquella noche pude conciliar el sueño pese a haberse cumplido un mes sin hacerlo con los armoniosos cantos y mimos de mis padres. Sin embargo, soñé con ellos, con los labios de mamá moviéndose para pronunciar alguna canción, y al minuto papá comenzaba a cantar con ella y sus suaves manos acariciaban mi pelo mientras que mi boca intentaba seguir la letra de Can't Help Falling In Love, ya que de manera irónica, no podía evitar enamorarme de esa canción, pero simplemente el sueño terminaba venciéndome cuando mi papá se aunaba a la preciosa melodía.     
     Descansé debidamente, no me fue difícil recargar las energías que el largo viaje me había quitado. Desperté y lo primero que vi fue la puerta del baño cerrada y reflejando un resplandeciente blanco ya que la luz que entraba por la ventana parecía tener una tarea por seguir al pie de la letra, y era dirigirse rigurosa hacia la puerta.
     Apreté mis ojos y estiré mis brazos, desperezándome y me quedé en la cama observando mi nueva habitación, entonces sonreí por un espacio de unos cinco segundos, el resto del tiempo que estuve tendida en la cama lo dediqué a pensar.
     Ya había dicho que mi paz es pensar, y desde muy pequeña es así. Me encantaba plantearme preguntas y resolverlas yo misma, a veces dando respuestas carentes de lógica, otras veces en serio me empeñaba con que la duda fuera resuelta correctamente. Pero el sesenta por ciento de los casos, era hablar conmigo misma y plantearme las cosas que podría hacer en el día. Lo primero que se me venía a la mente era jugar en el patio con Motita después de desayunar, aún no lo había visto bien.
      Decidida, me levanté de mi cama y fui hasta el baño, cepillé mis dientes y la verdad no me importó mi desordenado cabello. Salí descalza de la habitación vi que el cuarto de Cari estaba cerrada así que supuse que seguiría dormida. Bajé las escaleras en silencio, deteniéndome a admirar cada escalón pues nunca antes había vivido en una casa de dos plantas.
     Antes de finalizar mi recorrido pude escuchar voces en la cocina, entonces de manera silenciosa, me senté en un escalón pegada a la pared, escuchando.
     —Esto es nuevo, y créeme que será una linda experiencia—habló Gregorio de manera suave.
     —¿Y si no les agrado?—preguntó Angélica, con una voz apagada y algo ronca. ¿Había estado llorando?
     —Oh, cariño, claro que les agradarás—hubo silencio por un lapso de veinte segundos.
     Imaginé la escena: Angélica con unos ojos un poco hinchados y una expresión preocupada inundando su rostro y alma. Por otro lado, estaba Gregorio, quien se aproximó a abrazarla y acariciar su espalda.
     —Solo espero que mis pérdidas no me afecten lo suficiente—fue perdiendo el volumen a medida que hablaba, se oía algo decaída, triste.
     Desplacé las preguntas fuera de mi cabeza y me levanté decidida a conocerlos hoy un poco más y tratar de levantar los ánimos. Quería empezar a hacer las personas felices.
     —¡Buenos días!—exclamé, pero no de manera escandalosa, mientras bajaba el último escalón y entraba a la cocina, los miré con una sonrisa.
     Pude confirmar la escena en mi cabeza, hasta el aspecto era el correcto. Se separaron del abrazo en lo que me vieron Gregorio me sonrió con sorpresa, vi a Angélica frotar sus ojos.
     —Linda, ¿Qué haces despierta tan temprano?—preguntó Gregorio.
     —¿Temprano? ¿Qué hora es?—respondí un poco ingenua, no tenía idea de la hora a la que me desperté.
     —Son hmm...—volteó y revisó el reloj de la pared—Las siete y cuarenta de la mañana—me miró un poco gracioso, sonreí.
     —Hay que aprovechar el día, ¿No?—me encogí mis hombros y alcé mis manos, sonriendo divertida.
     Vi como la pareja me miró impresionada, supongo que por mi vocabulario.
     —Ah, bueno—escuché una pequeña risa por parte de Angélica, la vi limpiar sus ojos. Sonreí al escucharla reír y bajé mis brazos, adoptando una posición normal—¿Tienes hambre?
     —De hecho, sí—puse una mano en mi estómago en señal de estar hambrienta. Mi sonrisa persistió, a veces cambiando a un sentido divertido.
     —Bueno, iré a despertar a Carissa para que no se pierda el desayuno—sonrió un poco.
     Se levantó de su asiento y asentí. Salió de la cocina y subió las escaleras.
     Después de que desapareció de mi vista, mi cabeza giró hacia Gregorio y volví a sonreírle. Caminé hacia la silla y comencé a subirme.
     —¿Quieres que...
     —No, yo puedo—interrumpí, sabiendo que me ofrecería su ayuda para sentarme. Di un pequeño brinco y pude lograr mi objetivo.
    Las sillas eran altas.
    Sonreí orgullosa y luego escuché su pequeña risa, apoyó sus manos en el mesón y me miró unos segundos.
    —Bien, Aéra...
     —Zaphiro—corregí interrumpiéndolo. Me miró extrañado pero siguió.
     —Zaphiro—asentí—¿Cual es tu comida favorita?—preguntó y quedé pensando en la respuesta, nunca me la había planteado.
     Después de cinco segundos de meditación, respondí con una sonrisa.
     —El queso—lo hice reír nuevamente.
     Sonreí al darme cuenta de que estaba cumpliendo mi propósito.
     —No creo que pueda darte solo queso para desayunar—contestó divertido.
     —¡Claro que puedes!—exclamé haciendo que en su rostro quedara una sonrisa. Negó con su cabeza y miró detrás de mí.
     —Buenos días, Carissa, ¿Cual es tu comida favorita?—habló de manera animada pero sin llegar exclamar.
     Volteé y sonreí divertida al ver a una despeinada morena recién despertada, con una expresión de confusión bañando su rostro completo. Detrás de ella venía una nueva Angélica, mostrando en alto una cara limpia y sin rastro de haber llorado, quien puso la misma expresión que su, ahora, hija.
     —¿Por qué?—preguntó Cari y comenzó a caminar hasta sentarse a mi lado.
     Por un momento envidié su facilidad de poder sentarse en aquella silla, pero me decidí por darle un pequeño abrazo de buenos días mientras escuchaba la respuesta de Gregorio.
     —Solo contesta—presionó con tono divertido. Logré ver a Angélica negando con una pequeña sonrisa en su rostro.
     —Chocolate—contestó finalmente y pude escuchar un bufido salir por parte de Gregorio. Reímos las tres—No puedo darles chocolate ni queso para desayunar, pero...—miró a Angélica.
     Ella asintió con su mirada de manera cómplice, y luego sus profundos ojos marrones nos miraron mientras que una pequeña sonrisa torcida adornaba su rostro.
     —¿Alguna vez han probado la comida latina?—Carissa y yo nos miramos y luego negamos.
     —Pues eso comerá hoy—finalizó Angélica y  miró a Gregorio sonriendo. De inmediato imité su acción emocionada.
     En los cuentos e investigaciones que mandaba a hacer nuestra profesora, a veces se hablaba de los países hispanoamericanos, y con aquellos argumentos aprendí la diferencia entre «Latinoamérica» e «Hispanoamérica». Mi curiosidad me hizo querer conocer todo sobre dichos lugares.
     Quería quedarme a ver cómo hacían todo, pero los labios de Angélica nos advirtieron a Cari y a mí que tardarían un poco, así que nos alentó a que fuéramos a hacer lo que quisiéramos. Lo primero que se me vino a la cabeza fue jugar con Motita en el patio de mi nuevo hogar, sonreí denotando emoción ante aquel pensamiento.
     Casi de inmediato bajé de la silla, sin darme cuenta de que dejaba a Carissa atrás, y mis eufóricos pasos me guiaron hasta la hermosa puerta de cristal que dejaba entrar la luz a borbotones, permitiendo apreciar la verde grama y un gran árbol que se alzaba en una esquina, aproximado al cercado, dejando a la vista un grueso y fuerte tronco. Sus hojas eran de un verde intenso que brillaban con los rayos del sol que se alzaba a la copa del árbol, inspirando pulcritud. Mi sonrisa persistió ante tan hermosa imagen.
     Lo que me sacó del pequeño trance fue el suave pelaje de Motita que rozaba mi pierna al posicionarse justo a mi lado, también los labios de Carissa pronunciando mi nombre.
     ―¿Zaph?―volteé encontrándome con unos ojos cansados, supuse que no quería pararse de la cama, pero al escuchar la mención del desayuno su cerebro comenzó a maquinar lo suficientemente rápido.
     —¿Sí?―respondí con una sonrisa.
     —¿Qué hacemos?
     —Pues, tenía planeado jugar con Motita en el patio—señalé el mencionado con un poco de emoción, volviendo mi vista hacia el mismo.
     Tenía los sentimientos a flor de piel, había vivido mis cortos cinco años en un departamento deteriorado por el tiempo y la falta de cariño y atención a las estructuras. Era pequeño, y mi entretenimiento lo tenía en mis juguetes y mi imaginación.
     Papá estaba fuera de casa todo el día y solo en la noche podía verlo, mientras que mamá se ocupaba en lo que podía el poco tiempo que pasaba en la casa, pues ella también debía salir, dejándome con una chica joven quien era mi niñera. Admito que nunca llegué a aprenderme su nombre, tampoco compartía mucho con ella, solía llevarme al parque y ahí era donde jugaba con Motita o con otros niños, el simple objetivo de aquella chica solo era distraerme y cuidarme. Esto duró un tiempo, hasta que un simple día ella dejó de venir y mamá se quedó en casa, recuerdo estar muy feliz de compartir mi día entero con ella, aunque cuando se encontraba ocupada no la molestaba y me las arreglaba yo sola, fuese leyendo los mismos cuentos que tenía en casa o realizando cualquier otra actividad.
     Creo que desde muy pequeña estuve acostumbrada a que mi única compañía fuese Motita, pero era feliz con ello. Viajaba a mundos maravillosos que yo misma creaba, me sentía dueña del universo y al final del día, creo que todos los somos. Somos dueños de nuestras acciones, nuestras almas, solo nosotros sabemos nuestra verdad y es lo que nos hace dueños de absolutamente todo lo que emprendamos en esta vida, todo aquello que quepa en nuestras manos.
     Con esto quiero decir que fui feliz a pesar de todo, la inocencia no me permitía ver las cosas desde otro punto de vista que no fuera el de arreglar las grietas con un poco de imaginación y sonrisas. De niños sabemos inconscientemente lo que vamos ignorando a medida que crecemos, y es que la felicidad es una decisión, un camino que podemos tomar sin importar qué pase, pues mientras nos mantengamos de pie, firmes, tendremos más que claro el norte.
     En un caso contrario, a veces parece que todo va a empeorar más de lo que ya está, pero hay que estar siempre conscientes, no nos levantamos hasta que realmente nos decidimos por hacerlo, en lugar de quedarnos tendidos en el piso. De otro modo, tocarás fondo, aunque lo bueno de esto es que no tendrás más opción que subir.
     Me sentía feliz de estar en aquel lugar, pienso que el destino fue bastante generoso conmigo. Aquella puerta de cristal ya tenía mis huellas en ella, no había puesto un solo pie en el patio desde que había llegado, solo lo había visto desde donde me encontraba en ese momento.
     —¿Puedo jugar contigo?—preguntó Cari. Volví a verla y con una sonrisa asentí.
     De pequeña siempre me pareció un poco tonto que me preguntasen, ya que lo que menos me importaba era con quien jugaba. Me dispuse a abrir la puerta, pero mi ignorancia me detuvo.
     No tenía idea de como cruzar aquella pequeña barrera.
     —Pero hay un pequeño problema—dije deteniéndome a pensar una solución.
     —¿Qué pasa?
     —No sé como abrir esto—la miré con una expresión un poco confusa.
     Sus ojos dejaron de mirarme para posarse en algún objeto atrás de mí, vi una pequeña sonrisa crecer en sus labios.
     —Tú no, pero creo que yo sí—pasó a mi lado y me volteé, observando como se ponía de puntas para intentar alcanzar con sus manos lo que a primera vista me pareció un pequeño gancho blanco que impedía al cristal que se hacía pasar por puerta se deslizase para abrir paso al exterior.
     Por unos segundos, ella insistió en quitar aquel seguro sola, lo que me hizo recordar a un cuento que había leído en una clase, entonces a mi mente llegaron tres palabras: trabajo en equipo.
     Comencé a pensar en una solución, dos segundos después ya la tenía.
     —Cari, tengo una idea—dije directamente acercándome a ella.
     Me miró por un segundo, parando sus intentos por resolver el problema.
     —A ver, dime.
     —Ya que ninguna alcanza, cárgame. Si lo haces entonces podremos abrir esto—dije un poco y astuta. Ella pareció saborear la idea entre las fauces del pensamiento.
     —Está bien—accedió.
     Con una pequeña sonrisa en mis labios me posicioné frente a ella, sentí sus brazos rodearme y se impulsó, alzándome durante un segundo y así fue como levanté el pequeño gancho. Cuando me bajó, deslicé el cristal hacia la derecha.
     Con una sonrisa de victoria, cuando estuvimos afuera junto a Motita, chocamos los cinco sabiendo que habíamos hecho un buen trabajo. Nos dedicamos a disfrutar la espera al desayuno jugando con Motita, y cuando nos cansamos un poco, comencé a contarle a Carissa la historia que papá me contó a mí sobre cómo aquel noble perrito había llegado a nuestra familia.
      Hice lo posible por llevar mi mente al momento exacto donde me relató la pequeña historia. Era diciembre del pasado año a ese verano y yo jugaba en la nieve de Fort Worth junto a mamá, papá y Motita. Este último se esforzaba por corretearme sin que la nieve atrasara sus veloces patitas, pero ese día me cansé rápido y terminé acostándome sobre su cuerpo tibio, mientras que mis padres se sentaban a mi lado y sonreían divertidos.
      Me dediqué a pensar en lo mucho que quería a Motita, lo abracé con fuerzas. Al ver la cercanía de mi compañero y yo, papá decidió hablar.
      —Cuando naciste, Motita te cuidaba más que nosotros mismos. No quería salir de tu habitación durante las noches—lo miré riendo un poco.
      —¿En serio?—papá asintió y mi mente comenzó a hacer más preguntas—¿Cómo llegó Motita a casa, papi?—volví a interrogar, ya consciente de que aquel animalito estuvo ahí desde mi venida a este mundo.
      Mamá y papá se miraron, compartieron una pequeña sonrisa cómplice y comenzó a explicarme.
      Traté de invocar en mi mente las mismas palabras que él me había dicho y las recité para Carissa.
      Mi mamá era una fiel amante de los animales, papá no mucho ya que siempre tuvo malas experiencias con ellos. Una noche de lluvia, iban apresurados por llegar a casa ya que los vientos eran fuertes y se estimaba una tormenta para aquella húmeda noche.
      Apretando el paso, vieron a lo lejos un cachorro cojeando y muy delgado, con su pelaje totalmente empapado. El corazón de mamá se enterneció ante aquella imagen y convenció a papá de llevarlo a casa y curarlo. Al principio, él se oponía pues yo aún no nacía, aunque tampoco faltaba mucho, y no sabía como podría afectar al embarazo o cuando naciera en caso de que aquel animalito tuviera alguna enfermedad.
      Entonces, se prendió el foco sobre la cabecita de mi inteligente madre. Ella prometió que en cuanto sanara su patita y estuviera bien alimentado, le buscarían hogar inmediatamente. El débil corazón de mi padre no pudo aguantar mucho tiempo más, así que en un acto de precaución y preocupación, se despojó de su chaqueta y tomaron al perrito inofensivo en brazos, envolviéndolo en dicha prenda con muchísimo cuidado de no hacerle daño.
     Me contaron que cuando mamá se dispuso a cumplir su promesa, él se había vuelto contra la misma gracias al gran cariño que le habían agarrado. Aquel era un nuevo espíritu animal, más alegre y sano, se dieron cuenta que en su pelaje blanco habían motas negras, y papá propuso el nombre de "Motita" ya que era muy pequeño en aquel entonces. Después de un buen tiempo de sanación y atenciones, nací yo.
     Carissa sonrió ante mi historia, nos encontrábamos recostadas contra el tronco del árbol, bajo la sombra que las frondosas hojas brindaban y Motita descansaba del anterior correteo para entretenernos los tres. De un momento a otro, mi mente retrocedió un mes atrás, cuando desperté desorientada en aquel campo, podría jurar que casi empezaba a desesperarme ante el recuerdo de no ser porque evoqué la imagen de mis padres, uno de los últimos momentos que compartí con ellos. Cuando mamá me sacó de los brazos de papá y yo impedí en un inocente acto el último beso que vería de mis amados padres.
     —Zaphiro, Carissa, el desayuno ya está listo—anunció Angélica apoyando su mano en la puerta de cristal, la cual reflejaba un destello de brillante luz, igual que su sonrisa.
     Carissa levantándose y corriendo hacia el interior de la casa fue lo que me hizo reaccionar. De manera un poco lenta, me levanté y llamando la atención de Motita caminé en la misma dirección. Levanté la mirada y entonces vi en los ojos de aquella dulce mujer un deje de lástima, lo que me desconcertó un poco ya que en aquel momento no sabía cómo identificar esa sensación que sus ojos me transmitían, instintivamente bajé la cabeza y seguí mi camino.
     Gregorio nos envió a lavar nuestras manos para luego empezar a comer. Nos sentamos en el comedor que estaba frente a la puerta de cristal, aquel de madera oscura.
     Delante de cada una descansaba un plato con una cosa amarilla doblada a la mitad, con algo derritiéndose a causa del calor y desbordándose de la comida. Su olor me hizo reconocer el queso, sonreí un poco ya que olía espectacular, pero lucía muy raro.
      —¿Qué es?—pregunté y miré a Angélica y a Gregorio quienes estaban sentados frente a nosotras.
      —Pues, dijimos que sería comida latina. Si pruebas un bocado, prometo decirte su nombre—tomó la palabra Gregorio.
      Asentí y miré el plato insegura, luego vi a Cari quien observaba ansiosa.
      —Si tú comes, yo también—me susurró y volví a ver al plato.
     Olía delicioso, no podía negarlo, pero el aspecto era en verdad extraño, para mi suerte, se me ocurrió una idea. Si no veía cuando me lo llevara a la boca, no pasaría nada.
      Así que lo hice. Tomé el cubierto y piqué un trozo, con ayuda de Angélica ya que me costó un poco. Cerré mis ojos y al masticar aquella comida los abrí, comenzando a disfrutar los sabores en mi boca.
     Lo que supuse que era la masa amarilla, era suave y dulce, contrastando con el sabor del queso y la mantequilla. ¡Sabía tan espectacular como olía!
      Llevé aproximadamente otros dos trozos a mi boca, disfrutando plenamente de los sabores. Pude oír una pequeña risa por parte de los adultos.
     —¿Te gusta?—preguntó Angélica con una sonrisilla de esperanza.
     —¡Claro que no! ¡Me fascina!—exclamé después de tragar con una gran sonrisa.
     Después de dar mi abierta opinión, Carissa probó bocado y quedó igual de embelesada el sabor que yo.
    —Pues, niñas, eso se llama cachapa y es un plato típico de mi país, Venezuela—declaró Angélica y desde ese momento, mi curiosidad por los países del habla hispana fue en aumento.
     A la final, Cari y yo obtuvimos lo que queríamos. Dentro de aquel fascinante plato estaba mi comida favorita: el queso, y como bebidas obtuvimos unas chocolatadas deliciosas, para compensar la petición de Carissa por el chocolate.
     Fue un gran desayuno, al igual que resto del día. Tuvimos la oportunidad de darnos a conocer un poco más ante aquellas personas con las que compartiríamos una gran parte de nuestras vidas. Ellos también rompieron un poco el hielo, respondiendo todas las preguntas que hacíamos acerca de ellos.
     Durante la tarde de aquel día también salimos y hasta jugaron con nosotras. Conocimos un pequeño y hermoso parque de la ciudad donde se nos fueron las horas entre risas y goces, mundos que exploramos y también muchos perritos que conocimos. Luego, en la noche estuvieron con nosotras hasta que el cansancio nos venció.
     Durante largos minutos estuve realizando cuentas o leyendo en voz alta, practicando mi lectura. Eran cosas que de verdad disfrutaba y me servían para matar el rato, entre Cari y yo nos turnábamos aunque ella menos entusiasta, a diferencia de mí, ella prefería hacer de todo menos cosas que tuvieran que ver con la escuela.
     Aquel día cerré mis ojos y descansé a gusto, había compartido un gran momento especial con los que aún, en aquel entonces, no reconocía como familia, pero así se sentía. Sentía ese amor y dedicación, ese disfrute pese a estar cansados, sentí de la más pura felicidad ese día.
     Aquellas personas se habían ganado mi cariño rápidamente, aunque no completo. Por un momento me dediqué a disfrutar, y olvidé absolutamente mi preocupación por mis verdaderos padres.
     Me sentía bien, siempre lo hacía, pero esa vez era especial.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora