XII

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La impaciencia es terriblemente exasperante.
A veces sientes que te ahoga, sobre todo cuando tienes el corazón golpeando tan fuerte el pecho por culpa del nerviosismo. Esperando resultados de algún examen, una respuesta a alguna pregunta importante, no sé.
Llamo a la impaciencia un tipo de asfixia sometida voluntariamente que se puede controlar con el tiempo, pero con mucho esfuerzo.
Siempre he sido realmente impaciente y me cuesta trabajar este aspecto en mi vida, sigo intentándolo.
Me caracterizo por mi terquedad, ya lo he dicho antes, y aquel verano fui en verdad terca con mi aprendizaje. Cada minuto me iba enamorando más y más de todo; cada segundo lo dedicaba a pensar en lo mucho que quería tocar igual de hermoso que Angélica. Casi todas las veces que me iba con ella al conservatorio donde daba clases, le pedía que me diera algo nuevo que aprender, y no me despegaba de las hermosas teclas blancas y negras que deslumbraban mi vista y eran el motivo de mi sonrisa cada día, pero también frustración cuando algo no me salía.
Debo admitir que todo fue bien hasta finales de agosto. Debía comenzar clases en tan solo tres días y no tenía las más mínimas ganas de ello. Estaba bien jugando con Carissa y Motita, a veces yendo a visitar a Chris.
¡Oh, Chris! esos últimos días me trajeron las sensaciones más raras. Ese sentimiento de que no pertenecía a un momento, lugar y grupo de personas persistía. Jugaba porque deseaba en serio hacerlo, pero me costaba disfrutarlo a pleno y no entendía por qué.
Un día estaban ellos en el patio de mi nueva casa, a la cual no terminaba de acostumbrarme. Faltaba poco para el atardecer y Olivia había venido a cuidarnos ya que Angélica y Gregorio debían atender situaciones en las cuales nosotras no podíamos figurar.
El sol daba de lleno en el patio, una vez más me pareció hermosamente conmovedor la cantidad de luz, brillo y esperanza que aquellos rayos transmitían. Las risas de Carissa siendo perseguida por Chris inundaban mis oídos y yo reía ante lo graciosa que resultaba la escena. Sentada al pie de la puerta de cristal, vi cómo Motita decidió unirseles, entonces yo también traté.
Me levanté y comencé a correr en su dirección, intentando seguir las reglas del juego a las que había prestado tanta atención aunque no tenía en primer plano la idea de jugar. En un momento dado, sin realmente tener intenciones, hice que Carissa casi cayera y ensuciara su ropa, yo muy apenada le he ofrecido disculpas desenfrenadas.
—¡Zaphiro!—me miró ella molesta, recuperando su equilibrio con ayuda de Chris.
—L-lo siento mucho—dije por enésima vez en un hilo de voz.
—Eres muy pequeña para jugar a esto con nosotros. Si te caes vas a llorar y nos van a culpar—excusó de repente Chris sin tener razón tan rotundamente. Supe entonces que querían jugar ellos solos.
Sentí mis ojos cristalizarse, pero los limpié y sin recitar una palabra abandoné el patio para entrar a la casa. Sintiéndome molesta y frustrada busqué a Olivia por todas parte hasta encontrarla en la cocina, bebiendo lo que me pareció ser jugo. Mis lágrimas cesaron rápido, pero seguía encolerizada. Sin prisa, sin presión y a mi tiempo, apliqué una vez más mis habilidades de subir a sillas altas, la cual había perfeccionado desde el día en que pisé aquella cocina por primera vez.
—Linda, ¿Qué haces aquí?—la miré cuando me regaló la interrogante.
—Me cansé de jugar—mentí. No quería acusarlos con Olivia, más bien mi orgullo se apoderó de mis deseos y lo primero que se me cruzó en ese momento fue no demostrar que ellos me habían apartado, sino que yo había querido irme, aunque fuese mentira.
—Vaya, ya veo—habló no muy convencida y me ofreció jugo. Mi malhumor me hizo rechazar la cálida sugerencia—¿Y qué quieres hacer ya que te has cansado de jugar?
Apoyé mi cabeza en mis manos y pensé, pero nada pasó por mi cabeza.
—No lo sé—dije encogiéndome de hombros.
—Bueno, yo creo que ya sé qué—me sonrío y yo alcé levemente mi ceja derecha.
—¿Qué?—pregunté no muy interesada aunque curiosa.
Sus ojos verdes destellaron y se levantó, me ayudó a bajarme —sorprendentemente acepté su ayuda—y tomó mi pequeña mano. Sus pasos me guiaron hasta el sillón de la sala común frente al cual se alzaba un tocadiscos. Lo miré vagamente sorprendida, pero con felicidad cuando mi vista parafraseó sus movimientos. Puso un disco de vinilo y la suave melodía de un piano comenzó a llenar la sala, sentí entonces mi ceño relajarse y mis comisuras estirarse.
—Ven, te contaré una historia—dijo sonriendome ampliamente y yo la vi.
Entonces me di cuenta de la gran suerte que tenía. Aquellos adultos no eran mis padres, Angélica y Olivia nunca podrían reemplazar rotundamente a la mujer de mi vida, pero sí podían darme mucho de lo que mis padres ya no. Los rubios cabellos de la dama vestida de gris destellaron cuando volteó dirigiéndose al sillón, se sentó y palmeó el lugar a su lado. Comprendiendo el mensaje, me acerqué pero terminé sentándome entre sus piernas.
—¿De qué será la historia?—pregunté ya recobrando mi ánimo habitual.
—Esta será de princesas, dragones y un caballero de brillante armadura, pero no será la misma que siempre oyes—habló suave y maternal mientras que acariciaba mi cabello.
Cuando comenzó a contarme la historia cerré los ojos mientras sentía que hacía algo con mi cabello, supuse que lo peinaba. Sus suaves manos me trajeron paz, lo que me facilitó imaginar todo lo que me contaba con fluidez.
Entonces, comencé a sentirme impresionada. ¿Cómo podían las personas crear cosas tan hermosas? ¿En serio existían aquellos cuentos o solo eran producto de una mente llena de ideas? fuese lo que fuese, me parecía una magia absoluta.
Llenaba mi corazón de emoción, a veces tristeza, otras impotencia o euforia, pero pese a todo adoraba poder tener otra realidad.
La historia que me contó Olivia me transportó a un reino de hace muchos años, donde una princesa se hacía pasar por un caballero para combatir todos los males que en sus tierras se presentaban. Ella era fuerte, capaz de sí misma y de un corazón puro como el agua de un manantial. Su cabello era castaño oscuro, sus ojos de un gris que expresaba una calidez muy contradictoria a la que este color normalmente traía, de piel tigreña y tersa y una estatura baja; justo como yo.
Escuchando las hermosas palabras con las que me relataba la asombrosa historia, agradecí sin darme cuenta lo especial que se sentía aquel momento. Agradecí haber olvidado que Carissa y Chris no me querían en sus juegos, agradecí estar entre las piernas de una mujer que me dedicaba un momento de su valorada vida, agradecí sentir una hermosa paz que nada ni nadie me arrebató hasta que sus palabras cesaron.
Cuando abrí los ojos noté que mi cabello ya no caía sobre mis hombros, sino que estaba recogido en dos trenzas hechas con dedicación y cariño. La vi sonriente.
Ese día supe que aquella mujer significaría un montón para mí.




El tiempo pasó volando, ya era la mañana del primero de septiembre. Me encontraba con un pequeño bolso en mi espalda, trenzas cayendo sobre mis hombros, y un uniforme vestía mi pequeña figura. Sin muchos ánimos y queriendo volver a la cama, me despedí de Motita y los cuatro salimos de casa para entrar en el auto.
Sería mi primer día de clases y estaba feliz porque estudiaría junto a Carissa, pero me sentía nerviosa aunque no sabía identificar dicho sentimiento. Mis manos se retorcían en mi regazo mientras que veía mis pies moverse de manera inquieta, ¿Siempre he sido así de ansiosa? Me toca suponer que sí.
La semana previa a aquel día, Angélica y Gregorio habían estado muy ajetreados. No los veía en un sitio durante más de cinco minutos, sin embargo se los veía seguros en lo que hacían y ninguna pizca de pánico asomaba en sus expresiones. Supongo que en su interior era una cosa totalmente distinta.
A veces me ponía al pie de las escaleras, como mi primera mañana en aquel caserón. Escuchaba sus conversaciones, pero no entendía absolutamente nada. El tono de sus voces era veloz, a veces irritado, cansado o triste. Entonces comprendía que discutían, pero, ¿Por qué no entendía nada?
Fácil, discutían en su lengua materna. El español.
¿Qué era tan discreto que no podían hablarlo en inglés?
Se me ocurrió tomar una palabra de las que escuchaba, se trataba de "Cálmate". Fue lo que más simple se me hizo de pronunciar.
Durante el primer día de clases no paré de repetir esa palabrita en mi cabeza, no me permitiría olvidarla. Para mi sorpresa, dejé de hacerlo cuando a mitad de mañana fue que noté finalmente la presencia de Chris en el aula donde yo estaba, reparé en él ya que el timbre había sonado indicando el descanso.
Todos los niños salieron del salón ansiosos por devorar su comida, Cari y yo decidimos hacerlo también, fue entonces cuando la voz del pequeño de ojos verdes llamó nuestra atención. A Carissa se le iluminó el rostro, mientras que yo los veía figurativamente ausente en la escena. Me di cuenta de que al lado de Chris había un niño de cabello rizado y castaño, estatura baja y tez clara, quien también los miraba con el mismo semblante que yo.
Una vez nos habíamos saludado, todos salimos del salón y ellos tomaron su propio camino. Me indigné ante ello, pues me habían dejado sola. Me senté en una banca que estaba frente al salón y comencé a comer, no conocía en absoluto el lugar y tenía miedo de perderme. Pensé que estaba sola, hasta que escuché por primera vez en mucho tiempo una nueva vocecilla que se dirigía hacia a mí.
—Hola—alcé mi vista nerviosa y a mi lado hallé al muchacho de rizos.
—Hola—respondí y entonces sonreí.
Él se sentó a mi lado y sacó su comida también.
—¿Cómo te llamas?
—Zaphiro, ¿Y tú?—lo miré. Pude detallar que sus ojos eran cafés.
—Michael, ¿Cuantos años tienes?—preguntó curioso.
No reparé en que estaba en grado más avanzado al que me correspondía por mi edad. Había en hecho lo mismo que en el orfanato debido a mi intelecto.
—Cinco—contesté y vi su rostro de impresión. Reí ante la exagerada mueca.
—¡Pero si eres muy pequeña para ir en segundo grado!—alcé mis hombros.
—¿Qué edad tengo de tener?
—Siete. Bueno, yo tengo siete.
—Pues no lo sé—reí un poco.
Se quedó callado y miró mi comida, luego pareció recordar algo y vi como sacaba de su pequeño bolso lo que supuse era su desayuno.
—Yo también traje sándwich de queso—me miró con una gran sonrisa.
—Son mis favoritos—imité su gesto.
—¿En serio? ¡Los míos también! —reímos a la par y no dudé un segundo más en que me había caído bastante bien.
Tampoco dudé en que sería mi primer verdadero amigo.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora