XI

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Era verano en el año que mi vida había cambiado por completo. Todos los niños estaban de vacaciones y terminé entendiendo que en el orfanato nos seguían dando clases para no dejarnos sin nada que hacer, pese a esto, una vez que salí de allí seguí tomando este método en mi nuevo hogar.
La primera semana en esa linda casa fue increíble, ellos estaban siempre con nosotras y salíamos todos los días, las mayorías de las veces nos llevábamos a Motita a pasear con nosotros. Se encargaron de que conociéramos todos los lugares posibles de la ciudad en tan solo una semana, parecían como unas vacaciones en una ciudad que ahora sería en la que residiría por un largo tiempo de mi vida.
Fuimos a muchos lugares turísticos muy divertidos y otros preciosos y calmados, mi favorito fue Preserve Kaweah Oaks, que es una reserva natural celestial con varios animales muy lindos y bien cuidados.
En ese momento supe que la calma era lo mío cuando se trataba de lugares de estar. Podría haberme quedado todo el día ahí, viendo las flores y detallando lo verde de la grama. Pidiendo a Angélica que me tomara una foto con cada animalito, sentándome en el suelo y analizando todo a mis alrededores mientras que mi mente no paraba de maquinar y a la par me burlaba un poco del aburrimiento de Carissa, ella era más de jugar todo el tiempo. Aquel lugar se quedó marcado para siempre en mi memoria por aquel gran impacto emocional que tuvo sobre mí. No solo me transmitía calma, los rayos del sol se reflejaban en las hojas de los árboles, en los pétalos de las flores y en el pasto, llenando todo el lugar de luz y haciendo que hasta las sombras dejaran ese aire sinirstro de lado. Tanto brillo llenaba mi corazón de esperanza y alegría.
En aquella reserva, había un pequeño río que estaba lleno de unas hermosas flores las cuales cobraban un intenso color rosado, se esparcían en las orillas de aquella corriente de agua haciendo parecer que no había ni un rastro de césped, todo era de aquel vivo y resaltante color que no solo estaba en el suelo, sino también en los árboles. Fue de los lugares donde más tiempo nos quedamos a petición mía, y no recuerdo cuántas fotos fueron, pero sé que pedí muchísimas en ese sitio porque era el que más feliz me ponía. Quince minutos fueron gastados en ese pequeño río, y el resto de la estadía recorrimos lo que quedaba. Lamentablemente no podíamos quedarnos más de una hora en aquel sitio, según las reglas del establecimiento.
Aún con toda mi emoción, puedo admitir que lo mejor de esa semana no fueron los sitios que visitamos, sino que Chris era nada más y nada menos que mi vecino. Las cantidades de veces que rogué ir a jugar con él durante una de las tardes o en las noches fueron inimaginables, mi sonrisa se expandía sabiendo que nunca me aburriría estando en aquel lugar, se sentía asombroso.
Nunca en mi vida había sentido tanta emoción, pues nunca había hecho amigos que me duraran más de un día de juegos, siempre me sacaba una sonrisa el levantarme y ver a Carissa salir de su habitación, o por los atardeceres, cuando sacaba a pasear a Motita junto a Angélica, el destino hacía de las suyas para que yo pudiera encontrar con la mirada a aquel niño de rebeldes cabellos rubios y ojos de un intenso y atrapante esmeralda, quien gritaba mi nombre y terminaba de llamar mi atención para al final, saludarnos.
Tuve la dicha de adquirir nueva ropa, al igual que Carissa, sin embargo, seguía usando aquel viejo vestido de color esperanza, raído por el uso y el tiempo y reenmendado por el hilo y aguja de Olivia, la madre de Chris, que pedía a gritos el descanso eterno y bien merecido en una gaveta de mi habitación, pero el hecho de que me recordaba a mis padres me hacía no querer soltarlo nunca.
Durante las primeras semanas comentaba cosas de mis padres, sin darme cuenta de que en los ojos de Angélica y Gregorio se reflejaba la lástima y ternura, en ese momento lo identificaba como una sensación rara de la cual no quería indagar mucho.
Se presentó la oportunidad de estrenar un lindo vestido y unos zapatos que Angélica había elegido para mí en una tienda del centro comercial, Gregorio y Carissa fueron los jueces de aquella prenda y yo di la decisión de llevárnosla, pues me gustó bastante como lucía en mí. El lindo conjunto lo usé por primera vez el fin de la primera semana, pues Olivia nos había hecho una invitación para cenar en su casa y yo estaba más que emocionada, algo me decía que aquella mujer iba a ser para mí algo más que la madre de mi amigo.
Ese domingo por la tarde me encontraba en el patio, echada en el pasto junto a Motita, viendo las nubes en el cielo y buscando alguna forma que identificar, como una mano, un helado, un perro; no sé, pero las buscaba con tanta insistencia que me entretuve en ello por espacio de, al menos, una hora.
La brisa de verano era perfecta y ese día el calor no parecía tener planes de arruinar mi pacífico estado con una de sus características temperaturas sofocantes. Motita dormía y yo apoyaba mi cabeza en su grueso cuerpo viendo al cielo, a veces sonriendo por las cosas que me venían a la cabeza al detallar la figura que las nubes me sugerían. No era consciente de que mis prendas se ensuciarían, tampoco me importaba mucho.
Llegó un momento en el que la nada misma invadió mis pensamientos, esparciendose tan rápido y quedandose estática como la sangre en el agua, mis ojos tan solo observaban sin pensar y sin apuro de encontrar alguna cara que me sonriera en el cielo. Podía escuchar aquel silencio ensordecedor que eventualmente fue reemplazado por el latido de mi corazón que sentía en mis oídos. La calma plena se apoderó de mí por primera vez, hoy puedo asegurar que era la más pacífica de todas ellas, incluso más que aquella que escuchas, mas no siempre se siente, cuando se está bajo el agua.
Lo único que me sacó de aquel trance fue cuando advertí que un cuerpo de porte algo grueso, específicamente el de un adulto, se sentaba a mi lado.
—¿Qué haces?—susurró Angélica de la manera más sutil que nunca había oído en mi vida. Se escuchaba como se sentía la caricia en la piel de un bebé, eternamente suave y sin la mínima intención de alterar.
Cuando volteé la vista resultó angelical. El sol daba de lleno en su dirección y resaltaba el brillo de aquellos ojos oscuros, aunque bajo la intensa luz pude darme cuenta de que no era negro, sino un castaño tan pigmentado que tendía a confundirse con la pupila. La brisa jugaba con su cabello liso y sus labios curvaban una sonrisa que sentí mía, pues aquel momento estaba dedicado tan solo a mí y que compartiría con alguien en algún momento de mi vida, pero que nunca estaría allí para decir que ese brillante y tierno gesto era dirigido hacia alguien más. No, era para mí sola.
—Viendo las nubes—contesté sonriéndole, como si quisiese pagarle por haberme brindado aquel lindo escenario digno de ser capturado.
—¿Y te quieres quedar aquí hasta que anochezca? ha surgido una invitación de la que estoy segura que disfrurás.
Entonces sentí mi cuerpo entumecido, consecuencia de mi invariable y prolongada posición por espacio de una hora. Mientras me estiraba y Motita comenzaba a despertar abajo de mí, le di una perezosa y relajada respuesta inducida más que todo por la calma de la cual venía de aventurarme.
—¿Invitación? son las cinco, estoy muy bien aquí—susurré estrujando mis ojos.
Ella rió melodiosa.
—Entonces le encargaré a Olivia que le de el mensaje a Chris, que has decidido quedarte a gusto en el patio en vez de ir a cenar en su casa—sus labios curvaron una sonrisa torcida y divertida.
La mención de mi rubio amigo fue lo que llamó mi atención. Me incorporé sin prestar atención a como Motita se levantaba desperezándose y volvía a la casa.
—¡Ya, olvídalo! ¡Sí quiero ir!—dije un poco alarmada. Su risa resonó pese al espacio en el que nos encontrabamos.
—Entonces levántate y ve a darte una ducha.
Antes de que ella pudiera cumplir dicha acción, entré a casa con prisa y en menos de diez segundos me encontraba escaleras arriba a la velocidad de un cohete.
Cuando llegué a mi cuarto pasé directamente al baño y mi aseo resultó preciso pero no apurado. Me he sabido tomar mi tiempo para ser una niña de cinco años, aunque siendo sincera, lo único que pensaba en ese momento era en que estaba cada vez más cerca de ver a Chris.
Cuando salí del baño, en mi cama se encontraba tendido el vestido que había decidio llevarme de aquella tienda. La prenda consistía en una tela suave y floreada en tonos rosas y el blanco como color base, con mangas y un volado en la falda que llegaba hasta dos dedos arriba de la rodilla, mientras que las sandalias le terminaban de dar ese toque infatil y coqueto correspondiendo al mismo color base. Me puse el vestido con facilidad, pero a la hora de abrochar las sandalias casi pierdo el quicio por la frustración de no poder hacerlo sola.
Con la cara roja, producto de mi arranque en cólera, salí de mi habitación y fui en busca de manos adultas y expertas. En el sillón de la sala encontré a Angélica haciéndose cargo del agua y comida de mi mascota, por un momento me invadió la culpa pues, había olvidado hacerlo yo, pero de inmediato me acerqué plantándome a su lado.
Le miré, un poco tímida. Siempre he tenido ese pequeño defecto, cuando no virtud, de querer hacer todo sola.
—¿Algún problema, Zaph?—dijo reparando en mi presencia y volteando a verme con dulce sonrisa.
Pude notar que se enfundó en un vestido rojo oscuro, se enclntraba descalza aunque me percaté de que habían unos tacones negros, pulcros y brillantes al lado de una de las sillas pertenecientes al comedor. Su rostro, pese a que no necesiraba nada de eso, se enclntraba ligeramente retocado por polvo y colorete.
Suspiré y estiré las sandalias, un segundo después alcé mi vista hacia ella.
—¿Podrías ayudarme a ponermelas, por favor?—pregunté en un volumen algo bajo, que le sorprendió pues yo solía ser muy expresiva.
Ella dio respuesta afirmativa diciendo que no había problema alguno, siempre con su semblante amigable y dulzón como terrón de azúcar. Me indicó que me sentase en la silla y ella se arrodilló frente a mí, de manera delicada comenzó a calzarme las sandalias de correas color blanco inmaculado.
Una vez terminada la tarea le he mirado con una sonrisa y como de costumbre, exclamé un agradecimiento. Su sonrisa iluminó un poco más mi felicidad y me bajé de mi estancia.
—¿Y si te ayudo a peinarte?—ofreció amable. En primer lugar hubiese dicho que no, pero a duras penas sabía desenredar mi pelo ya que Carissa me había enseñado.
En el orfanato, cada día antes de asistir a nuestras clases, ella me ayudaba con mi nido de pájaros incontrolable. Fue una de las cosas que la hizo tan cercana a mí, siempre me ayudaba y no nos dejábamos solas.
En cuestión de minutos frente al espejo de mi cuarto, lucía como una niña pulcra, como esas pequeñas modelos de revista. Me sorprendí a mi misma con mi aspecto, mi ya no tan húmedo cabello caía sobre mis hombros, mientras que los mechones que tendían a irse hacia mi rostro estaban religiosamente detenidos por un lazo en la parte trasera de mi cabeza. Sonreí satisfecha y sin pensarlo dos veces agradecí y le di un abrazo que apenas envolvía sus muslos. Se agachó para devolverme el gesto.
—No hay de qué, linda—susurró suave, maternal.
Entonces sentí como si el mundo se hubiera detenido solo para aue yo pudiera apreciar ese hermoso momento en el que mi pecho se regó una sensación de calidez embriagadora. Un silencio predominó mi oído, haciéndome ajena al ajetreo que se escuchaba por parte de Gregorio y Carissa, cerré mis ojos y apreté con mi frágil fuerza abrazando sus hombros.
La voz de Carissa en el pasillo pidiendo ayuda con su vestimenta fue lo que me robó ese momento, aunque no lo robó por completo pues, seguía siendo solo presenciado por mí.
Angélica se separó del abrazo y me sonrió, diciéndome que le acompañara para ayudar a Carissa. Ya en la habitación de la morena, esta se encontraba luchando contra su vestido agua marina claro, me senté en la cama de la inquilina de aquellas cuatro paredes observando como, entre risas, se iba resolviendo aquel pequeño atolladero con el vestido.
En un cuarto de hora, cuando el sol se ponía y bañaba el cielo de un naranja que peleaba ferozmente con el rosa, rojo y amarillo por dominar la vista, nos encontrábamos frente a la casa Foley. Tres féminas y un hombre que tocaba la puerta con ímpetu, escenario de una familia común y corriente.
La puerta cedió bajo la manipulación del señor Mike, quien nos recibió con cálidos saludos y una sonrisa, tras él se escuchaban los pasos apresurados de Chris. Sonreí al verle enfundado en un pantalón de tono no muy claro y una camisa a cuadros azul marino. Pude notar como miraba a Carissa de arriba abajo y ella, como solía hacer con todos, le dedicaba una encantadora sonrisa que a mi parecer tuvo un brillo que nunca antes había visto, una vez adentro aquel muchacho decidió saludarnos adecuadamente.
—Hola, Cari—la llamó por su apodo y abrazó rápidamente, ella correspondió el gesto.
Me hice un poco ajena en aquel segundo hasta que le escuché pronunciar otro saludo, dirigido a mí.
—Hola, Zaphiro—esta vez me sonrió y yo él, mientras que esperé un abrazo que nunca llegó ya que había empezado a hablar con Carissa de cualquier niñería.
De aquella pequeña conversación no formé parte, sabía que hablaban pero no me dediqué a escucharle. Los adultos conversaban y en ese momento me di cuenta de que nunca había detallado aquella cálida estancia en la primera oportunidad que tuve de estar aquí.
Las paredes estaban casi desnudas de cuadros y fotos, en su lugar las vestían un hermoso color azul cielo y trazos que formaban dibujos de enormes espirales y figuras raras pero hermosas, dibujadas con lo que supuse que era marcador. Los muebles eran suaves a la vista de un color beige, el piso era madera y al lado derecho de la sala se encontraba el comedor, separado por una pared diseñada a medias con una obvia entrada y jarrones de decoración encima de estos muros pintados del mismo color que el resto de las paredes. Una vibra de orden y control se esparcía dominante en toda la estancia.
El sonido de tacones traqueteando fue lo que me distrajo de mi interés por observar todo lo que se encontraba entre esas cuatro paredes. Me volví y pude visualizar a Olivia, un vestido azul oscuro cubría su esbelta figura y su cabellera rubia caía sobre sus hombros, se aproximaba sonriente y expresando un cálido saludo y se dirigió a mí particularmente con felicidad. Yo, por alguna razón, también estaba muy feliz de verle. Atrás de ella pude ver a los hermanos de Chris caminando tímidos, pero igual de sonrientes y educados que su madre.
Ambas familias conversaron un poco y nos ofrecieron a los menores ir a jugar a otra habitación, o tal vez en el jardín mientras que la comida se iba terminando de preparar. Aceptamos, no centramos en ello y aunque los tres nos lleváramos nuy bien, aquella noche sentí que no encajaba por completo, incluso en la cena solo me dediqué a terminar mi comida y hablar para mis adentros, pensando en cualquier cosa, como solía hacer.
Al día siguiente nos despertaron temprano, la verdad es que no esperabamos ninguna salida. El cansancio del lunes por la mañana se hacía presente en los movimientos de Angélica y Gregorio, con quienes, en cuestión de minutos, ya nos encontrábamos desayunando en la cocina.
—Lindas, nuestras vacaciones se han acabado y hoy ambos debemos volver a trabajar—habló Gregorio.
Vi como en el rostro de mi hermana adoptiva se reflejaba la decepción, ella quería seguir explorando y conociendo la ciudad. Yo solo me limité a comer otro bocado, tenía sueño aún.
—La verdad es que, al menos hoy, no queremos dejarlas cuidando con alguien más—continuó.
—¿Y qué harán?—preguntó la chillona voz de Carissa y suspiré irritada. Su voz podía llegar a ser verdaderamente molesta sobre todo cuando deseaba dormir.
Noté que a Angélica le hizo gracia mis deseos por volver a la tranquilidad de mi cuarto y entre mis sábanas.
—Pues, una de ustedes me acompañará a mi trabajo y la otra se irá con Greg—explixó Angélica llamando a su esposo por su apodo.
—¡Yo voy con él!—exclamó Cari.
La mesa quedó en silencio un segundo y levanté la mirada, noté que todos me miraban y me sentí incómoda. Entonces me di cuenta de que debía decir algo, no había hablado desde que me levanté, tan solo me había quejado porque quería seguir durmiendo.
—Hmm...¿En qué trabajas?—pregunté insegura a Angélica, ya que obviamente me tocaba irme con ella.
Ella se limitó a sonreírme y luego respondió una pequeña frase que me dejó algo desconcertada: Ya sabrás.
Con mi actitud cansina me centré en terminar mi desayuno, luego subí junto a Cari las escaleras quien terminó mirándome curiosa. Llegamos a las puertas de nuestras habitaciones y su voz me detuvo.
—¿No te gusta estar aquí?—preguntó algo preocupada. Mi irritación matutina era obvia.
—Sí, por supuesto que me gusta—suspiré y me fui a bañar.
Tan solo en cuestión de minutos ya nos encontrabamos los cuatro en el auto. El agua se había llevado mi malhumor, pero el sueño seguía ahí, por lo que después de haber cerrado mis ojos y haber cabeceado varias veces pude conciliar el sueño.
Cuando abrí mis ojos ya no estaba en el auto, me encontraba en una cómoda silla de oficina frente a un escritorio. Lo primero que vi fue a Angélica escribiendo en una hoja sobre un piano. Me incorporé rápidamente y casi de un salto fui hasta ella, muy emocionada pese a haber recién despertado.
—¿Trabajas tocando el piano?—pregunté estrujando mi ojo derecho, pero sin dejar atrás mi expresividad.
Ella me miró parando de escribir y rió suavemente.
—Cerca, doy clases de música—sonreí en grande al escucharla. Sin responder aún, rodeé el instrumento y me senté a su lado.
Mi mano derecha se deslizó por las teclas negras y blancas que se intercalaban. Una emoción crecía sin parar dentro de mí.
—¿Podrías tocar algo?—la miré suplicante. Sonrió y asintió.
En cuestión de segundos, una hermosa canción llenó el aula por completo. El sonido continuo me llevó a una ensoñación de la que no quería salir jamás. Vi como sus manos presionaban las te las a distintos tiempos pero llevando un mismo ritmo, la armonía me hacía no parar de sonreír y en ese momento reconocí a la perfección la pieza. Comencé a cantar con gran sentimiento, y no me di cuenta de que ella se había volteado a mirarme sorprendida, tampoco pude saber el momento en el que mi corazón había empezado a latir tan rápido, mucho menos supe cómo había surgido aquel gran nudo en mi garganta que no bajó hasta que paré de cantar.
La melodía era nada más y nada menos que Can't Help Falling In Love. Me la había aprendido para cantarla junto a mis padres las noches en las que conciliaba el sueño son sus hermosas voces, pero el cansancio siempre terminaba ganándome y terminaba balbuceando la letra hasta estar completamente dormida.
Yo no cantaba de maravillas, no tenía ningún tipo de conocimiento en el canto, apenas afinación por escuchar a mis padres todas las noches e intentar entonarme con ellos. Mi voz era chillona, como la de cualquier niña pequeña, pero al menos podía entonar.
—Linda, no tenía idea de que cantabas. ¡Tienes una voz preciosa!—la miré y reí un poco, aún conmocionada.
—¡Gracias! ¡Tocas tú muy hermoso!—no me molesté en ocultar mi emoción.
—Gracias a ti, pequeña—me regaló una de sus sonrisas de miel.
En aquel momento volví mi vista al piano, mi mano se acercó a él y presioné la primera tecla que sentí bajo mi tacto. Una nota estrindente y gravísima fue emitida por el emotivo instrumento, lo cual hizo sobre saltarme y reír suavemente.
—¡Quiero aprender!—exclamé y la vi. Se tardó unos segundos en responderme.
Me sonrió y apartó el pelo de mi cara de manera suave y cariñosa.
—Está bien, pero tienes que saber que esto va a tomar mucho tiempo y debes ser paciente. Yo te enseñaré—asentí, con tal de terminar tocando así de hermoso claro que podía esperar el tiempo necesario.
—¿Cuando empezamos?—presioné un poco, sonriente.
—Ahora es un buen momento—entonces vi como iba a buscar algo en la gaveta del escritorio.
Aquella mañana supe que conocería a fondo a la que sería mi salvadora. La que me acompañaría en mis mejores y peores momentos, la que me sacaría sonrisas y lágrimas, a su vez la que las limpiaría y me daría consuelo en noches de desvelo. La que acariciaría con amor cada pedazo de mi alma.
La música.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora