VI

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   El viaje de regreso duró un día entero. La carretera no se hizo muy tediosa, pues Chris y yo veníamos jugando entretenidamente, y cuando nos cansábamos simplemente volvíamos a dormir. Éramos solo él, Olivia, Motita y yo.
     Iba luciendo mi lindo vestido blanco, lo amaba mucho porque me lo regalaron mis padres en mi último cumpleaños junto a unos dulces y una muñeca.
     Al llegar a Fort Worth, tal fue mi sorpresa cuando pisé aquel sitio, que mi humor cambió repentinamente. Ya no estaba feliz, tampoco enojada, sino confundida y con una pizca de miedo.
     Habían otras niñas en el sitio, y unas señoras de avanzada edad con una especie de trapo negro que cubría sus cabezas y sus cabellos.
     Miré hacia arriba y mis ojos se concentraron en una imagen de Jesús crucificado, nunca antes había visto una que me inspirara tanto temor. Bajé mi cabeza sintiendo mi corazón golpeando contra mi pecho fuertemente.
     Olivia estaba hablando con una de esas señoras y me mandó a sentar. Chris se había quedado en el auto con Motita, así que no tuve más opción que obedecer. Me senté en una silla y comencé a mecer mis pies, sin prestar atención a las niñas que paseaban por el lugar ya que no estaba de humor.
     Por alguna razón quería correr o echarme a llorar. Tal vez ambas. Lo único que tenía seguro era que aquellas niñas me miraban, pero yo no quería mirarlas ellas.
     A los minutos, Olivia se acercó junto a una de las señoras y se arrodilló frente a mí.
     —Linda, yo volveré pronto, mientras tanto, ella te va a cuidar—vi a la señora un segundo y luego la vi a ella.
     Entonces, ahí estaba de nuevo, ese extraño brillo que había visto en los ojos de mis padres se hacía presente en los de Olivia, aunque esta vez deseaban transmitir otro mensaje.
     —¿Y-y papá y mamá?—pregunté. No tenía las más mínimas ganas de quedarme ahí.
     Ella se quedó callada y miró a la mujer de una manera extraña, aquella negó con su cabeza y luego volvió a mirarme.
     —Solo prométeme que te portarás bien, tu mami se va a poner muy feliz si ve que haces caso—Ladeé mi boca y suspiré asintiendo.
     —¿Y Motita?
     —Lo cuidaré yo, será poco tiempo.
     Sentí aquella rara sensación comenzar a alojarse en mi pecho, la misma que apareció cuando desperté en el bosque, pero esta vez fue apareciendo de una manera lenta.
     Asentí insegura y aquella mujer me dijo firme pero con tacto que me levantara y la siguiera, Olivia besó mi frente despidiéndose de mí. Entonces comencé a caminar, pero me di cuenta de algo.
     Me di la vuelta a mitad de camino y le grité para que me escuchara.
     —¡Adiós a Chris!—fue lo único que mis labios pudieron pronunciar con claridad luego de internarme en aquel sitio tan raro. Sólo deseaba irme a mi casa, pero en ese momento no sabía lo imposible que era.
     El lugar era enorme, pero muy tétrico y gris. Nada expresaba calidez, nada me hacía sonreír.
     Había muchas niñas caminando, unas eran mayores, otras de mi edad como mínimo. Pero algo que todas tenían en común es que eran bastantes silenciosas.
     —Regla número uno: Sin gritos—habló con un característico tono de autoridad y tragué pesado.
     Entrelacé mis manos y empecé a doblar mis dedos de manera inconsciente, me estaba sintiendo incómoda y con ganas de llorar. No respondí, y aunque no hubiese tenido aquel feo nudo en la garganta, tampoco lo hubiese hecho.
     Llegamos a un patio común, destechado, y rodeado por un pasillo. El lugar completo era de forma rectangular. Había muchas puertas y supuse que se trataba de habitaciones.
     Nos detuvimos frente a una de las puertas, estaba alejada de las demás. La mujer cuyo nombre desconocía tocó de manera suave la puerta y esta se abrió, la responsable de esta acción era otra mujer vestida igual que ella, pero muchísimo más joven.
     Tenía los mofletes rojitos, su piel era pálida y su nariz delgadita. Daba la impresión de que si soplabas, podría agrietarse su rostro. Emanaba tranquilidad y dulzura, pero no la suficiente para cubrir toda la que faltaba en aquel lugar.
     —Jessica, necesito hablar contigo y presentarte también a nuestra nueva compañerita—y por primera vez, vi una sonrisa en los labios naturalmente estirados de aquella anciana.
     Me vio y pude notar que sus ojos eran marrón oscuro, casi no se diferenciaba la pupila de la iris. Bajé mi cabeza viendo mis manos.
     —¡Claro, madre Nelly!—escuché la voz alegre de la muchacha y me calmé un poco, sabiendo al fin el nombre de la mujer—Pasen.
     Nos adentramos en aquel pequeño pero cálido despacho y la nombrada Jessica me ayudó a sentarme en una silla. Tenía la estatura de una pulga.
     —¿Cómo te llamas, linda?—preguntó sentándose frente a mí, y pude ver un atisbo de unos cabellos rubios, pues un pequeño rizo se había escapado de aquel extraño trapo.
     —Zaphiro—dije con voz baja.
     —Oh, es un nombre realmente hermoso—sonreí fugazmente.
     —Gracias.
     Vi a Nelly acomodar sus gafas de media luna y anotar algunas cosas mientras Jessica trataba de establecer una pequeña relación conmigo, lo cual le costó mucho porque me encontraba totalmente ajena a aquel lugar, pero logró ganarse un pequeñito porcentaje de mi cariño. Tenía unos lindos ojos azules que anestesiaba esa inquietud dentro de mí, pero no completamente.
     —Puedes hablarle con tranquilidad, es una niña especial—dijo Nelly sin levantar la mirada y me quedé pensando.
     ¿Especial?
     Luego de unos segundos, la linda muchacha comenzó a explicarme que estaría un tiempo ahí, y sería como mi hogar. Los domingos iría a misa, asistiría a la escuela de lunes a viernes y todos los sábados en la tarde haríamos juegos entre todas las niñas de mi edad. Lo único que me agradó de todo lo que dijo fue la mención de los juegos, pero tenía cierto temor de que si decía que no quería ir a misa o algo por el estilo, me regañarían. No tengo ni idea de donde saqué eso, pero estar ahí me daba miedo.
     Y otra incógnita que nunca podré resolver era porqué tenía que ver clases en vacaciones, pero mi timidez y temor me obligaron a guardar silencio.
     Nunca mencionó el por qué estaría ahí y yo tampoco pregunté, pues realmente no tenía ganas de hablar.
     Al rededor de media hora después, Jessica me bajó de aquella silla y me llevó a una habitación donde había mucha ropa, pero toda era igual. Tomó un vestido de mi talla azul grisáceo, descolorido y triste, me lo tendió y lo tomé algo confundida.
     —Ahora usarás esto—me sonrió levemente y miré la prenda disgustada.
     —Pero me gusta mucho mi vestido blanco—dije viéndola.
     —Lo siento mucho, linda, pero son las reglas—acarició suavemente mi pelo y me alejé inconscientemente, asintiendo.
     A los minutos ya parecía una niña triste, y creo que iba a serlo durante mucho tiempo.
     Fuimos a otra habitación acogedora, con dos literas. Dentro estaban tres muchachas que parecían haber estado esperando unos minutos.
     —Niñas, ella es Zaphiro—las mayores me miraron con recelo y yo solo bajé la mirada al piso, sin notar que había otra niña de tez morena, quien parecía tener mi misma edad—Será su nueva compañera.
     —De acuerdo, señorita Jessica—habló una de ellas, no sé cual.
     —Necesito que le enseñen el sitio—me miró un segundo—Y por cierto, mañana inicias las clases—suspiré suavemente y asentí.
     Ella se fue, dejándome sola con las otras niñas. Una se me acercó.
     Ella parecía ser la mayor, diría que tenía como trece años.
     —Duermes abajo—señaló la cama de la litera a la derecha de la habitación—Si necesitas el baño, pues es la única puerta que ves aquí además de la salida. Mi nombre es Gret, y no te me acerques—mi corazón latió rápidamente sin saber por qué me trataba así, solo sabía que se sentía horrible.
     La otra mayor salió junto a ella de la habitación, ni siquiera me di la tarea de detallarla y lentamente fui hasta la que sería mi nueva cama y me senté ahí, a pensar en cuanto tiempo se tardaría Olivia en volver. Ya me quería ir.
     —Me llamo Carissa—dijo una vocecilla frente a mí. Con miedo, alcé mis ojos que amenazaban con ponerse vidriosos.
     La miré fijamente, sin expresión alguna.
     —¿Quieres ser mi amiga?—insistió. Bajé mi cabeza nuevamente, sin responder—Hmm, ¿Me puedo sentar?—no se dio por vencida. Suspiré y asentí.
     Acto seguido, sentí cómo el espacio a mi izquierda en la cama era llenado por aquella linda niña morena.
     Nos quedamos en silencio varios segundos.
     —Tengo siete años, ¿Y tú?
     —Cinco—hablé por fin.
     —No te preocupes por Gret y Michelle, son malas, pero si las ignoramos no nos molestarán.
     Asentí suavemente.
     —¿Qué es este lugar?—pregunté de repente.
     —Un orfanato—contestó con simpleza.
     —¿Y qué es eso?
     —Es a donde vamos los niños que no tenemos padres—la miré impresionada y también confundida.
     —Pero, yo tengo mamá y papá.
     —Umm, pero ahora estás aquí—alzó sus hombros levemente.
     Tuve ganas de llorar porque no sabía donde estaban mis padres, porque estaba en un lugar que odié desde que entré, porque quería abrazar a Motita y no podía, porque quería volver a casa, porque quería jugar con Chris. Pero algo dentro de mí no me permitió soltar las lágrimas.
     Estrujé mis ojos y luego de unos minutos de silencio le respondí.
     —Sí quiero ser tu amiga.
     Entonces, vi como el rostro de la morena se iluminó y sus labios curvaron una sonrisa.
     Fue la primera vez en toda mi vida, que sentí que le daba felicidad a alguien.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora