IV

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     Creo que nunca había caminado tanto en mi vida.
     Ni siquiera cuando fui al parque con papá caminando porque el auto estaba en el taller.
     Bueno, creo que estoy exagerando un poco, pero a esa edad no solía caminar grandes distancias.
     En ese momento no se me cruzó por la cabeza porque solo pensaba en que al llegar podría jugar con él y sus juguetes, pero, ¿Qué tanto podía alejarse un niño de ocho años en un día de campo con su familia?
     —¿Y por qué le pusieron Motita?—preguntó Chris.
     —Tiene muchas motitas en su cuerpo—dije un poco fastidiada.
     —¿Te gusta el helado?—pronunciaron sus labios casi inmediatamende después de que contesté. Lo miré un poco agobiada.
     —Sí, me encanta.
     —¿Y has comido tacos alguna vez?—interrogó igual de rápido. Me paré y lo vi un poco mareada por las preguntas, llevaba todo el camino curioseando.
     —¡Preguntas muchas cosas!—exclamé moviendo mis brazos y abriendo un poco más de lo normal mis ojos. Una típica expresión en mí cuando era niña.
     Me observó atentamente y serio, unos segundos después una sonrisa torcida pero divertida surcó su rostro.
     —Y tú eres muy callada—sin más, siguió el camino. Fui tras él hasta seguir a su lado, pues no quería quedarme sola
     Motita se detenía a oler algunas cosas y yo miraba a los alrededores, distraída pero también fijándome en que seguía el mismo camino que Chris.
     Todo era muy hermoso. Los árboles eran gigantes y todo era muy colorido, la brisa acariciaba mi cara y jugaba con mi pelo. De verdad quería berrinchar porque cada vez que veía hacia abajo podía notar la mancha en mi vestido.
     Pero, no podía hacerlo, mamá siempre decía que no llorara por este tipo de cosas. Es increíble como pensaba las cosas a los cinco años, a muchos niños apenas y les hubiera importado el hecho de no llorar, pero yo solo pensaba en lo que me había dicho Chris y que mamá hubiese estado de acuerdo con él.
     «Soy linda y las niñas lindas no lloran, ellas sonríen. ¡Si sonrío seré siempre una niña linda!» pensé.
     Seguí caminando y observando las lindas flores, ignorando al fin la mancha en mi vestido. Pude diferenciar entre las demás una bella y delicada flor, que actualmente suelo describir como la falda de una bailarina de ballet, sabía que esa era la flor favorita de mis padres. Me detuve unos segundos acercandome a ella y ladeé la cabeza, fruncí un poco mi boca intentando recordar su nombre, mamá me lo había dicho unas cuantas veces.
     «Mm... ¿sirio? no. ¿landio, estandio? ¡Solo sé que terminaba en io!» pensé en ese momento.
     Sentí a una persona pararse a mi lado, volteé rápidamente y pude ver que era Chris. Le resté importancia y seguí viendo la flor.
     —¿Ya no quieres venir a jugar conmigo—preguntó claramente desilusionado.
     —¿Sabes como se llama esa flor?—apunté a la mencionada ignorando por completo su pregunta anterior, la cual me pareció tonta porque era de lo que más tenía ganas en ese momento.
     —Hmm, ¿Lirio?
     —¡Ah, sí!—sonreí y me acerqué un poco más, sentí que hizo lo mismo.
     —¿Por qué? ¿La quieres?
     Asentí sinceramente ante sus preguntas. La quería para regalarla a mi mamá cuando viniera por mí, no podía estar muy lejos...
     Observé como de repente Chris se acercó a la flor y la arrancó con cuidado. Estuve a punto de comenzar a gritarle pues yo la había visto primero, pensé que se la llevaría hasta que se volvió hacia a mí y con una sonrisa en sus labios, me la tendió diciendo lo siguiente:
     —Ten, Zaphie. Papá me dijo que le dio una a mamá cuando se conocieron—dijo sonriendo.
     Me quedé estática viendo la flor y luego a él, sin entender por qué me decía eso. Me decidí por tomarla y puse una mano en mi cadera mientras que apoyaba todo mi peso en mi pierna derecha, adoptando una nueva postura.
     Y, ahora que lo pienso, el fue quien comenzó a llamarme «Zaphie», adoro ese sobrenombre.
     —¿Y qué significa eso?—pregunté algo confundida viéndolo.
     —Pues, que me agradas—se encogió de hombros.
     —También me agradas, pero hablas mucho. Vámonos—dije y él negó con su cabeza un poco divertido, no parecía molestarle mi actitud levemente irritante y fría.
     Con el lirio en mi mano seguimos nuestro camino. Motita, Chris y yo caminamos hasta llegar a un campo abierto, donde escaceaban los árboles y había varias mesas para comer. El olor a sándwiches de queso y a BBQ inundó mi nariz, la boca se me hizo agua y mi estómago comenzó a rugir, pero los pensamientos relacionados con comida se fueron cuando una mujer joven, rubia y con su pelo recogido en dos trenzas de acercó frenéticamente a Chris y de arrodilló frente a él.
     —¡Adrian Christopher Foley Jensen! ¿Dónde has estado?—preguntó la mujer viéndolo con sus ojos verdes llenos de preocupación y tocó su rostro con la intención de saber si estaba bien. Con su duda ya confirmada, lanzó un suspiró y lo abrazó fuertemente.
     Suspuse que era su madre, pues se parecía mucho a él. Tenía la misma nariz, el tono de sus ojos era el mismo y su piel era igual de blanca que la de él, o incluso más.
     —¡Mamá, estoy bien!—exclamó Chris separándose con gran esfuerzo del abrazo—Solo estaba explorando—y de la nada, una gran sonrisa se plantó en la cara del niño. Sonreí un poco y de manera inconsciente al ver tal alegría.
     —No te vuelvas a escapar así, ¿Me oíste bien?—habló tan severamente que se me borró la sonrisa de golpé. La suavidad de su expresión regresó tan rápido como se fue—Me alegra tanto que estés bien—besó su cabeza y se levantó.
     —Está bien, má—dijo algo apenado y volteó, encontrándose con mi persona. Su rostro se iluminó de emoción y luego se volvió a su madre—¡Ah, he hecho una amiga! ¡Ella es Zaphiro!
     Me presentó con gran emoción y su mamá me miró con dulzura.
     —Qué lindo nombre, cariño. Un gusto, yo soy Olivia—sonreí un poco tímida.
     —Gracias—dije recordando a papá, quien me decía que debía agradecer y ser educada—Es un gusto también—tardé un poco en decir esas palabras, pues se me habían olvidado.
     Motita comenzó a olerla y yo reí un poco.
     »Y él es Motita.
     —¡Pero qué lindo es!—respondió sonriente, acariciando su cabecita.
     —Mami, ¿Puede Zaphie quedarse a jugar conmigo un rato?
     —Claro, dulzura—sonrió comenzando a caminar al lugar donde él y su familia estaban pasando el día, le seguimos—Pero primero tienes que almorzar.
     Chris me miró emocionado y me hizo una ceña para que lo siguiera, y así fue. Motita analizaba el lugar con su naricita mientras que yo caminaba tras el risueño niño con la esperanza de que me dieran comida también.
     Al llegar al sitio, había una parrillera cerca de la mesa de madera. Chris se sentó sin esfuerzo en aquella banca y frente a él reposaba un plato que posteriormente fue llenado con una buena ración de BBQ. Me quedé mirando su comida, hasta que volteó y me sonrió, mirándome con esos lindos ojos verdes que cualquiera podría envidiar.
     —Siéntate acá—palmeó el lugar vacío a su lado.
     Sonreí un poco y me acerqué con la intención de sentarme, pero mi baja estatura no me lo permitió tan fácilmente.
     —¿Quieres que te ayude, Zaphiro?—preguntó dulcemente la señora Olvia. La vi y tercamente negué con mi cabeza, yo quería subirme sola.
     Me costó varios saltos y burlas por parte de Chris hasta que lo logré. Debido a la correa que estaba atada a mi muñeca, pude sentir que Motita se escondió bajo la mesa.
     —¡Eres muy pequeña!—burló Chris a mi lado.
     Lo miré con mis cejas curvadas hacia abajo y mi boca torcida hacia un lado.
     —Y tú un tonto—dije molesta por sus risas.
     —Ya, lo siento. No te molestes conmigo, Zaph—me dijo divertido y me sorprendí un poco, los niños que conocía tendían a seguir burlándose o simplemente a ofrecer un juego cualquiera para iniciar.
     —Um, está bien—dije luego de unos segundos mientras que apoyaba mi cabeza en mi mano.
     —Ten, linda—la suave voz de Livvy, como suelo llamarle en la actualidad, me sacó de la vaga conversación —si es que así se le podía llamar— y acaparó mi atención. Cuando volteé pude ver un plato con BBQ y un sándwich de queso ocupando su superficie siendo depositado frente a mí en la mesa. Mi cabeza estaba a la altura de la misma.
     Sonreí a pleno mientras que mi estómago rugía descontroladamente, aclamando que aquel alimento de fascinante olor llegara a su oscura cavidad.
     —¡Muchas gracias!—exclamé sin la mínima intención por ocultar mi emoción.
     Sin más preámbulo, comencé a comer, y vaya que lo disfruté.
     Mientras que comíamos pude visualizar al resto de su familia.
     Todos eran castaños, menos él y su mamá. Tenía dos hermanos cuyos nombres eran Elizabeth y Jason, este último era el mayor. Su padre se llamaba Mike, y era un hombre alto de contextura delgada, muy risueño y con barba.
     Estaban acompañados de una pareja jóven muy amiga de ellos que más tarde me daré a la tarea de describir.
     No tomó mucho tiempo hasta que terminamos la comida y Chris y yo nos retiramos de la mesa para iniciar nuestra jornada de entretenimiento.
     —¿Qué jugamos?—pregunté emocionada, viendo como Motita salía de la mesa.
     —¿Te gustan los súper héroes?—asentí un poco dudosa, aunque sí me gustaban—¡Imaginemos que somos súper héroes!
     Nos pusimos de acuerdo con las reglas del juego y comenzamos el mismo. Estaba ya corriendo y al instante sentí un jalón en mi mano izquierda, me detuve y a los segundos él se dio cuenta de que no lo seguía, regresó corriendo hacia mí.
     —¿Qué pasa?
     —¡Tengo a Motita atado a mi mano!—exclamé tratando de comenzar a desenredar aquel nudo.
     Él frunció sus labios tratando de pensar en una solución.
     —Le pediré ayuda a mi mamá—y al cabo de pocos segundos, Olivia ya estaba agachada frente a mí desatando aquel pequeño atolladero.
     Una vez que mi mano estuvo libre, Chris y yo no dudamos en reiniciar el juego y comenzar a correr.
     Por supuesto que en ese momento no escuché nada caerse a la grama.
     No me di la vuelta para ver como Olivia tomába unos papeles que habían caído de un paquete atado al collar de Motita, del cual ignoré completamente su presencia.
     Mucho menos vi que entre aquellos papeles se hallaba una carta con la letra de mi madre, tampoco que el rostro de aquella mujer, dulce y sereno, cambió todo rastro de tranquilidad por uno de confusión, que posteriormente pasó a impresión y preocupación al leer su interior.
     Por ende, no pude ver la inscripción del sobre. Porque, sí, con cinco años ya sabía leer en su mayoría, pero no sabría como habría reaccionado a un "Si ha encontrado a nuestra hija, lea esto inmediatamente" escrito en letras grandes, y sé que tampoco habría entendido el contenido de dicha misiva.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora