Me levanté un poco y empecé a estrujar mis ojos, escocían levemente y no podía describir la sensación que se hacía presente de manera lenta en mi estómago.
Había despertado, inevitablemente tenía que abrir mis ojos, por ende, me vi obligada a detallar el lugar donde me encontraba. Creo que nunca había sentido una desesperación creciendo tan rápidamente, y de la nada quise llorar pues, estaba aterrada. Mis manos empezaron a apretar lo que había entre ellas, era suave y débil. Seguí apretando hasta que escuché un leve chillido, me asusté y retiré mis extremidades de manera frenética. Volví a cerrar mis ojos.
Me costó mucho ver a donde estaban mis manos anteriormente. Estaba temblando y el miedo era cegador, pero no podía llorar por muy asustada que estuviera, tampoco podía gritar, pues mi aguda vocecilla estaba atorada en mi garganta creando un nudo monumental y una sensación de ahogo que nunca antes había experimentado. Estaba muy pequeña, era la primera vez que me pasaba algo así.
Cuando sentí la misma suavidad recostarse en mis pies, casi suelto una patada, pero abrí mis ojos nuevamente y pude ver que era Motita. Algo dentro de mí dio un vuelco y me lancé a abrazarlo, fue cuando por fin pude empezar a llorar.
Mi primer ataque de pánico había tenido lugar en un campo, lleno de árboles y yo recostada contra el único que hoy puedo diferenciar a la perfección, se trataba de un roble. Con tan solo cinco años mis problemas ya comenzaban a asomarse.
El motivo de mi pánico, de todas esas desagradables sensaciones mezcladas, no había sido tan solo la nada. Estaba sola, mis padres no estaban y no los veía pos ningún lado, no había otras personas y mucho menos animales, tan solo motita y yo.
Fue él quien me hizo poder pasar el pánico y desahogarlo en lágrimas.
¿Dónde me encontraba?
¿Por qué solo estaba con Motita?
¿Papi?
¿Mami?
Eran las únicas preguntas que pasaban por mi cabeza.
Tantas veces las repetí que comencé a pronunciarlas con mis pequeños pero regordetes labios contra el suave pelaje de Motita, que volvía a apretar con mis manos pero sin hacerle daño. Perdí la noción del tiempo, aunque tampoco tuviese mucha gracias a mi corta edad, así que no podía determinar cuánto estuve llorando. Diría que alrededor de quince minutos.
Los peores quince minutos de mi vida. Donde el miedo y el nerviosísimo me consumían.
Motita se movió, por lo cual tuve que recostar mi espalda del tronco, retiré mi cabello oscuro de mi cara y fue cuando sentí los lengüetazos de Motita en mi cara. Sin pensarlo, el miedo se fue alejando y fue reemplazado por unas pequeñas risillas.
Cuando se es niño es tan fácil alejar las sensaciones.
―M-motita, para―susurré un poco ronca, no con muchos ánimos pero sí los suficientes para empezar a acariciarlo.
Paró de lamer mi rostro y todo quedó en silencio, por alguna razón ya no pensaba en que mis padres no estaban. La brisa movía las ramas de los árboles y el rumor de su roce me adormitaba. Estaba extrañamente tranquila. El sol brillaba y su luz bañaba la copa de los árboles, las hojas y las ramas se tornaban frondosas a la vista y el sol bajaba en pequeños rayos, todo tan celestial.
Supongo que ese recuerdo marcó mi gusto por la serenidad silenciosa de hoy en día.
Motita se recostó sobre mi regazo y lo abracé, haciendo que la serenidad se convirtiera en una tristeza que parecía acariciar mis brazos, devolviendo las lágrimas a mis ojos en unos segundos.
Nunca había sentido tantas cosas, y tampoco tan serias. Eran desagradables. Estaba muy confundida, ni siquiera reconocía cada una de las emociones que afloraban en mí porque era un torbellino que aumentaba la velocidad cada vez más, y arrastraba todo a su paso.
Las lágrimas viajaban de espacio, no las quitaba porque estaba concentrada en abrazar a mi único compañero. Y sin darme cuenta comencé a cantar una canción de cuna para alejar el silencio aabrumador.
El rastro mojado en mis mejillas se seguía humedeciendo constantemente, pero no paré de cantar, al menos no hasta que escuché unos pasos apresurados y una risa infantil, un poco chillona.
Me quedé donde estaba, pensando en las palabras que mamá una vez me dijo:
Si te pierdes, quédate en el lugar donde lo hiciste. Así te encontraremos más rápido de lo que tu cabecita podrá imaginar.
Suspiré en mi puesto repitiendo esas palabras, sintiendo mi corazón calmarse con solo casi escuchar la voz de mamá. Pero mis ojos demostraban otra cosa.
Los empecé a cerrar, dejándome llevar por el pensamiento.
Entonces fue cuando lo conocí a él.
—Hmm, ¿Por qué lloras?—al escuchar esa voz de niño me sobresalté y abracé a Motita rápidamente—Tranquila, no te haré daño—sonrió.
Mis ojos recorrieron al pequeño, aunque más grande que yo, que estaba frente a mí.
Se trataba de un niño risueño, que emanaba calidez con solo mirarlo. Su piel era pálida, su rostro tenía la forma de una especie de óvalo, la nariz que tenía era delgada y un poco larguirucha, su pelo era de un rubio castaño, mientras que su sonrisa muy tranquilizante, brillante y llena de vida; y donde me quedé atrapada fueron sus ojos verdes, sus lindos ojos de un esmeralda suave y claro. Me encantaron a primera vista.
—¿Me puedo sentar?—me tomó unos segundos asimilar la pregunta y salir de aquel pequeño hechizo. Asentí levemente, sin mucha seguridad.
Mis lágrimas habían parado. El frunció sus labios un poco y ladeó su cabeza, mirándome.
—¿Cómo te llamas?
—¿C-cómo te llamas tú?—el niño sonrió al escucharme hablar, provocando una sensación cálida en mi pecho.
—¡Tú acento, eres del sur!—me confundí un poco por lo cual mis cejas se tornaron hacia abajo.
—No, soy de Forth Woth y eso queda en Texas.
Escuché su risa y esta me hizo relajar un poco el ceño.
—¡Bueno! Texas queda en el sur.
Asentí y mis ojos fueron hacia su mano, tenía un pedazo de sándwich en ella. Mi estómago rugió y mis mejillas se enrojecieron por alguna extraña razón.
—N-no respondiste mi pregunta—mis ojos se paseaban desde el pan hacia sus orbes verdes.
—Me llamo Adrian, pero dime Chris —sonrió y se dio cuenta de mi mirada— ¿Quieres?—alzó su comida cerca de su rostro y asentí—Toma un poco.
Sonreí levemente y solté uno de mis brazos del abrazo en el que tenía preso a Motita, estiré un poco mi mano hacia el alimento, pero el lo retiró hacia atrás.
—Te lo daré si me dices tu nombre—bufé y rodé mis ojos.
—Aéra Zaphiro Davis Standall—solía decir mi nombre entero cuando me presentaba.
Chris sonrió.
—Ten, Aéra—me dio lo que le quedaba del pan y lo tomé rápidamente.
—No me llames así, dime Zaphiro—dije y comencé a comer, me sonrojé al darme cuenta que no le agradecí— Gracias—finalicé con la boca llena.
Soltó una suave risilla.
—Te ves graciosa comiendo— tragué y reí un poco, olvidándome de que mis padres no estaban.
—¿Por qué quieres que te lleme Chris?—pregunté con algo de dificultad al pronunciar su nombre, aún me cosataba la pronunciación de la r.
Vi que comenzó a acariciar a Motita.
—Por que es mi segundo nombre, me gusta más ese—comenzó a reír cuando Motita se soltó de mi abrazo y comenzó a lamerle la cara. No pude evitar reír también—Tu perrito es muy lindo, ¿Como se llama?
—Motita.
—Es un nombre muy lindo. Hey, ¿Cuantos años tienes?—preguntó Chris muy curioso—Yo tengo ocho—dijo evidentemente orgulloso de estar creciendo.
—Tengo cinco años—respondí sin problemas para diferenciar los números, sonreí con un poco de alegría al darme cuenta de ello.
—Me caíste bien, ¿Quieres venir con mi familia a jugar?—al escuchar la última palabra sonreí con emoción y asentí, tragando el último pedazo del pan.
Él se levantó y me tendió la mano, ayudándome a hacer lo mismo. Fue cuando me di cuenta de que el collar de motita estaba amarrado a mi mano, me quedé viendo un segundo el nudo.
—Hey, tu vestido se ensució un poco—observó Chris.
Miré de repente horrorizada la pequeña mancha de tierra en mi vestido blanco.
—¡Ay no! este es mi favorito, se ha arruinado—mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Tranquila! no llores, se puede arreglar. Te ves más bonita ssonriendo, por favor no llores—dijo algo atropellado con la intención de calmarme.
Hoy, si un chico me dijera eso, me pondría tan roja como un tomate, pero en ese momento lo que hice fue limpiar mis lágrimas y asentir. Al ver como Motita movía su cola escuchando al pequeño blondo no pude evitar reír. Alcé mi vista, y el rostro del muchacho mostraba sus blancos y bien cuidados dientes.
—Ven, sígueme—y comenzó a correr un poco, por lo cual lo hice yo también ignorando por completo las palabras que una vez me había dicho mi mamá y pensando solo en divertirme.Creo que con él aprendí que dentro de lo malo siempre hay algo bueno, por muy pequeño que sea.
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Gotas y Retrospección. ©
Non-Fiction¿Sabías que cuando una gota cae en el agua no se integra por completo como parece a simple vista? el cuerpo de la misma rebota sobre la concentración y se divide en muchas partes hasta integrarse al resto del agua. Algo así es la memoria. ...