IX

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     Me esperaba una nueva ciudad, momentos con una nueva familia, un nuevo hogar, nueva escuela. ¡Hasta nuevo médico!
     Podía ser superdotada, pero eso no significaba que me preocupase o al menos supiera todo lo que se avecinaba. Hoy de solo pensarlo me aterra profundamente; considero que uno de mis miedos más grandes es el cambio.
     Aunque siempre estemos expuestos a él, y tengamos que movernos en conjunto, nunca podré aceptarlo con libertad. Mi zona de confort tiene ciertas cosas a las que me adapto fácilmente, por supuesto, ya que es a lo que estoy acostumbrada y no quiero otra cosa, sea "mejor" o peor, es lo que quiero. Punto.
     Soy terca y quisquillosa con mi comodidad. Me cuesta seleccionar aquellos aspectos que me gustan y moverlos conmigo, a veces ni siquiera se puede. Por eso veo al cambio como estar acostada en una cama y que de la nada el colchón se convierta en clavos. Lo considero peligroso, hostil.
     Sin embargo, considero que es aún más peligroso no moverse junto a él. Cuando te niegas a un cambio, todo lo que gira en torno a él se destruye y es muy difícil reponerlo. Como si causaras voluntariamente un terremoto y quedes atrapado entre escombros, haciendo que las posibilidades de salir de ahí sean muy escasas, tal vez hasta imposibles.
     Cuando pisé aquella casa, supe que ya era un nuevo cambio en mi vida.Estaba igual de sorprendida que con la de Chris. Aunque Motita me atacó a lengüetazos y yo riera como nunca, no podía sacar de mi cabeza el desconcierto.
     ¿Es que acaso había vivido encerrada en una burbuja? Hoy puedo responder que sí.
     Mientras Chris y Carissa jugaban, y mis nuevos padres hablaban con la madre de Chris, me escabullí abriendo paso a mi curiosisad y me di a la tarea de explorar cada rincón de aquella casa. Todo era muy limpio y organizado, había cuadros y fotos colgadas en las paredes, lucía tan perfecto y brillante.
     El lugar tenía un toque moderno, pero cálido y artístico. Caminado a paso lento mi vista recorrió cada pintura, y en la firma pude reconocer el nombre de Gregorio. Sonreí para mis adentros al darme cuenta de que tendría a alguien quien me enseñase a dibujar y a pintar. La sala estaba adornada por todos estos cuadros y fotos, los muebles eran negros y cómodos a la vista, posicionados frente a una chimenea de madera oscura.  Las paredes eran de un blanco de perfección y paz que tocaba cada rincón del alma; cabe destacar que tras los muebles había un comedor con sillas de madera oscura, y justo al lado se encontraba una puerta corrediza de cristal que daba vista al patio, desde mi posición no lograba ver mucho de él, entonces decidí dejarlo para el final. Fue entonces cuando me di cuenta que me había detenido al pie de la escalera, observando la cantidad de cualidades que se alojaban tan solo en aquella área de la casa.
     Giré mi cabeza hacia la izquierda, donde en vez de haber una pared había una entrada, entonces advertí que se trataba de la cocina. Por espacio de unos tres minutos estuve detallando la hermosa combinación que hacían los mesones negros, las sillas altas que rodeaban al mismo, las paredes blancas y despensas de una tonalidad clara que asemejaba a un color piel.
     Me di la libertad de seguir explorando y subí las escaleras, hechas de la misma madera que la de la chimenea.
     Todo inspiraba luz, pulcritud, paz. En ese momento mi mente no lo supo discernir, pero era algo que en mi hogar original no había.
     Caminé por el pasillo del segundo piso hasta toparme con la primera habitación, muy linda y acogedora, decorada con flores pintadas por una mano especialista y suaves tonos pasteles de rosa y morado. La lampara tenía dibujos de rosas y estrellas, en el piso había una alfombra blanca y el suelo era parqué. Sonreí adentrándome en el lugar y pude ver mi reflejo en un espejo de cuerpo completo. Mi aspecto desaliñado me hizo reír y comencé a peinar mi pelo con las manos, que pasaron a acariciar mi vestido blanco. Pude notar en él algunas enmiendas hechas con hilo y aguja, pero no presé atención, tampoco a mis zapatillas desgastada por el uso y el tiempo. No me di cuenta que mi aspecto no pertenecía al calmado ambiente de aquella habitación, pero la adoraba y desde que mis ojos la detallaron la hice mía.
     —Veo que te nos has adelantado—habló Angélica  con su brillante sonrisa y sus profundos ojos mirándome.
     Volteé en lo que la escuché y reí. Estaba ella sola y entonces supuse que Cari estaba con Gregorio, Chris y Olivia.
     —Esta habitación es hermosa—sonreí emocionada y ella rió acercándose.
     —¿Te gusta?—se agachó frente a mí y corrió un mechón de mi pelo tras mi oreja, asentí inmediatamente, casi eufórica.
     —Claro que sí.
     —Hmm, entonces creo que no tendrás ningún problema porque esta es tu habitación—sonrió de lado.
     Di un pequeño brinco y aplaudí sin ocultar mi felicidad.
     —¡Muchas gracias!—vi como su sonrisa se iluminó y creció. Se quedó viéndome, detallándome y sin pensarlo me asusté, recordando la cicatriz—¿Qué? ¿T-tengo algo en la cara?—tartamudeé y palpé mi rostro con mis manitas, ocultando así, de manera inconsciente, una de las indeseadas marcas bajo mi nariz.
     Su ceño se frunció.
     —¿Cómo? No, no, claro que no. Estás perfectamente—negó con su cabeza. Fue cuando me relajé y bajé la mano de mi rostro.
     Quedamos en un momento de silencio, donde ella acariciaba mi pelo y yo comencé a bostezar.
     —¿Quieres darte una ducha?—preguntó—Si tienes sueño, así dormirás más fresca y cómoda—habló dulcemente.
     En silencio asentí, y me guió hasta el baño de mi habitación. Inconsciente y con la confianza de aquellos que aún pueden contar su edad con los dedos de las manos, agarré la suya, y sentí una calidez en mi pecho que nunca olvidaré.
     En ese momento supe que estaría bien, que me encontraba en buenas manos y no habrían días perdidos ya que en todos sonreiría de verdad y con buenos motivos.
     Cuando comenzó a ayudarme con mi camisa, ya que mi ligera actitud adormilada me entorpecía de a poco, mis labios pronunciaron algunas palabras.
     —Pero, aún no iré a dormir. Quiero ir a jugar con Cari y Chris—ella me miró con una pequeña mueca mientras que me ayudaba con los pantalones.
     —Chris y su mamá se han ido a su casa, ya es muy tarde, linda—la vi un poco decepcionada, asintiendo en silencio.
     Me metí a la ducha después de que reguló la temperatura del agua. Vi sus manos manipular las manijas y, mientras pensaba en que se había hecho de noche durante el viaje, pude notar que en sus uñas estaba el cielo mismo, un azul claro se apoderaba de las mismas y solo faltaba algo de blanco para simular las nubes. Ladeé mi cabeza confundida.
     —¿Por qué tus uñas son azules?—pregunté cuando me ayudó a entrar bajo el agua.
     Ella rió melodiosa y alcé una ceja, no entendía qué podía resultarle gracioso.
     Mientras me ayudaba a asearme, me explicó que solo se trataba de una pintura especial para las uñas, denominada esmalte. Continué haciendo preguntas como cualquier niño de mi edad, algunas sin sentido y otras que resultaba interesante responder a una personita de cinco años.
     En menos de lo esperado, ya tenía una pijama encima y estaba a punto de acostarme cuando recordé algo.
     —Espera, tengo que ir a ver cómo está Motita—dije volteándome hacia ella.
     —¿Ahora? Ya es tarde.
     —¡Sí! es que si no le doy su abrazo, no podrá dormir—dije pensando en que Chris u Olivia habían abrazado por mí a Motita todas las veces que no pude.
     Me miró con algo de dulzura y gracia, a la final terminamos bajando las escaleras.
     —También tengo que darle las buenas noches a Cari—dije mientras bbajábamos.
     Ella solo asintió, y cuando estuvimos en la sala, justo al lado de la puerta corrediza se encontraba un Motita echado en una cama para perros, pero con sus ojitos abiertos. Me agaché, lo abracé y lo besé muchas veces.
     —Te extrañé mucho—le susurré y empezó a mover su colita. Reí y me levanté luego de desearle una buena noche y ver si tenía agua y comida.
     Pude notar como cerró sus ojitos.
     —¿Ves?—le dije a Angélica, ella sonrió divertida.
     —Eres mágica—dijo casi riendo. Sonreí y luego fuimos al cuarto de Carissa.
     Este era parecido al mío, pero en vez de rosado y morado, era azul turquesa y verde en tonalidades pasteles. En lugar de flores, habían mariposas y animales preciosos de los cuales estaba segurísima que los hizo Gregorio.
     Me acerqué a abrazar a Cari para desearle una buena noche, ella me correspondió con una gran sonrisa en su rostro, no pude evitarme sentirme feliz también.
     No tomó mucho rato despedirme también de Gregorio y volver a mi habitación, para que Angélica me diera las buenas noches y cerrar mis ojos.
     Cuando escuché la puerta cerrarse, los abrí, miré a la luna a través de la ventana que estaba al lado de mi cama y me arrodillé apoyando mis manos en el marco de la misma. Comencé a orar, tanto por costumbre como por gusto.
     Di gracias por el viaje, por la nueva casa, por la nueva familia que, aunque no sea en la que nací, era muy cálida. Di gracias por todo, y lo único que pedí, fue que mis padres volvieran. Con unas pequeñas lágrimas en los ojos, susurré cuanto los extrañaba, cuanto quería volver a Forth Worth sin importarme vivir en un pequeño piso de un edificio, con goteras y algo de suciedad; sin importarme comer poco aunque quedara con hambre, porque comía las tres veces al día; sin importarme usar prendas desgastadas. Sin importarme nada, susurré cuánto los quería conmigo.
     Con muchas fuerzas lo pedí, me recosté nuevamente y casi pude sentir los labios de mamá en mi frente, su suave voz cantando y la de papá creando una cómoda armonía y amoldándose a su voz.
     Cerré mis ojos, y con mi corazón latiendo en el vivo recuerdo, partí a las lejanas tierras de los sueños.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora