VII

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     Carissa fue la primera amiga que tuve en ese lugar, y creo que fue la única que me permití tener, ya que no deseaba relacionarme a aquel entorno.
     Aquella tarde, ella fue la que me mostró el sitio. Hablaba un poco lento, a veces entrecortado y era yo quien corregía sus palabras, pero logramos fraternizar rápidamente. Resulta que ahí no todo era descolorido, había un sitio que ella nombró "zona de reflexión", o algo así. Decía que era para pensar en las cosas malas que habías hecho y pedirle perdón a Dios por ellas, pero más que un lugar para pensar en malas acciones, parecía uno para relajarse y sonreír sin parar.
     Se trataba de una especie de parque al que accedías luego de cruzar un pasillo que se ubicaba en el patio común. Habían muchas flores y arbustos, al igual que bancas y un camino de losas de piedra pulida y blanca, que guiaban a un pequeño cercado en forma de círculo dentro del cual había una fuente, y en su tope, una Virgen, creo que la de Guadalupe o Coromoto. Relativamente lejanas a la fuente, había otro par de bancas.
     —Este es mi lugar favorito—dijo Carissa.
     Sonreí levemente y me centré en ver las flores del sitio. Habían lirios blancos, e inmediatamente me acordé de mamá. Mi sonrisa se borró un poco y me fui a sentar en la banca junto a Carissa.
     —¿Has estado siempre aquí?—pregunté y ella asintió.
     —¿Qué se siente tener papá y mamá?—me miró y yo a ella.
     —Pues, es muy lindo—me encogí de hombros—ellos me daban comida y mimos. También jugaban conmigo y me contaban lindas historias. Me daban muchos abrazos y decían que me amaban...—mi voz se fue apagando de a poco, y de la nada sentí unas lágrimas salir de mis ojos. Las limpié.
     —¿Los extrañas?—preguntó pronunciando con dificultad tal verbo.
     Asentí de espacio.
     —Si te hace sentir mejor, hmm—se quedó pensando. La miré y me di cuenta de que lucía preocupada, ella no quería que llorara—tú eres mi primera amiga—dijo algo dudosa y sonreí al advertir que tenía una nueva amiga.
     —Sí me hace sentir mejor.
     Vi una sonrisa en su rostro y de inmediato hizo otra pregunta, cambiando ek tena.
     —¿Quieres jugar?
     —¡Sí! ¿A qué?—respondí muy emocionada, sintiendo un atisbo de lo que solía sentir siempre.
     —Este me lo enseñó la madre Nelly, alza tus manos—vi como levantaba las suyas al frente de su rostro, mostrándome sus palmas, hice lo mismo.
     Carissa era muy divertida, e hizo de mi primera semana no tan mala, y llenó de calidez el resto de mi estadía. Me enseñó varios juegos con las manos, que no requerían de correr, también me regaló una de sus muñecas para yo poder jugar con ella, aunque me puse triste porque las mías estaban en mi casa, y no sabía cuando las iba a recuperar.
     Esa semana aprendí a orar todas las noches, aunque a veces la maestra nos leía un capítulos de la biblia del cual no entendía nada y tampoco me llamaba para nada la atención.
     En las clases la señorita se impresionaba un poco, pero no sabía por qué. Yo ya entendía mucho de lo que en esas clases se hacía, y por desgracia no estaba Carissa para poder hablar o jugar con ella.
     —Zaphiro, ven un segundo, linda—me llamó la señorita y muy obediente, fui hasta ella.
     —Necesito que me ayudes con estos ejercicios—señaló la hoja en su escritorio y me dio un lápiz.
     Asentí y ahí mismo comencé a resolver todos los problemas. Se trataba de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, no me tomó mucho tiempo. Al terminar ella quedó boquiabierta.
     —Nelly no mentía, esta niña de verdad es superdotada...—escuché un susurro de sus labios. 
     Esa fue la primera vez que alguien más aparte de mis padres y el pediatra que se ocupaba de mí cuando era niña, dijo aquella palabra frente a mí.
     Aunque no sabía muy bien qué significaba, podía intuir que se trataba de que era "especial", pero nunca le tomé mucha importancia.
     Al siguiente día ya me encontraba en un salón distinto y con niñas más grandes que yo, por suerte estaba Carissa. Al final de la clase, la maestra me explicó por qué estaba en aquel salón.
     Por primera vez comprendí que tenía un pequeño aspecto que me separaba del resto. Tenía un coeficiente intelectual más elevado de lo normal para mi corta edad, al saberlo me sentí orgullosa, y esa misma noche se lo conté a papá y a mamá a través de mi oración, pues me habían dicho que así ellos podrían escucharme.
     También desarrollé un lindo amor por la lectura, según la maestra Cathy, debía ejercitarla. Pero no todo resultaba tan tranquilo, lleno de buenas noticias o momentos divertidos con Carissa.
     Esto lo entendí a la mitad de la segunda semana, cuando en clases nadie quería hablarme, excepto Carissa. Me resultó obviamente extraño, pero me refugié en el silencio y me hice la idea de que así era mejor, porque yo no estaría ahí mucho tiempo. Olivia volvería por mí y tal vez hasta vería a mamá y a papá otra vez.
     Pero las cosas no se pueden ignorar por mucho tiempo.

Gotas y Retrospección. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora