Din don... Din don!

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Faltaban muy pocos días para las celebraciones de fin de año, el ambiente se ponía mucho más festivo y todo el mundo, a pesar de todo, se veía con una sonrisa esperanzadora en el rostro. O al menos eso parecía. O tal vez eso intentaban. Como yo.

Había salido recientemente del hospital, Rossana se había encargado de todo personalmente, a pesar de que ya no estaban aquí, se sentía como que si, solo con ver a esa enfermera tan eficiente, pero tan parametrada, me hacía sentir como si de nuevo hubiera sido arrastrada como la última ficha de su juego. Me encargaría de eso pronto, estaba segura, pero primero debía poder encargarme de mi misma.
No solo había perdido un bebé, también tenía una fractura a nivel distal del peroné, por lo que debía usar muletas por unas semanas más. Definitivamente ya podría volver al trabajo en unos días, podría ponerme al corriente con todo y quería saber todo todito lo que había pasado en mi ausencia, ¿cómo habrían manejado las cosas con los inversionistas nuevos? ¿Habrían cerrado el trato con la agencia? ¿Quién habría ocupado mi lugar mientras yo no estuve?
Mientras estas interrogantes se formaban en mi cabeza, se iba acrecentando la angustia y el dolor, la soledad y la desesperación. No iba a dejar que ganaran, menos ahora.

Llegamos a casa, bueno, si es que se podía llamar casa al pequeño departamento que compartíamos Carlos y yo. Al parecer nadie se había pasado por el piso, ya que toda la correspondencia se encontraba apilada en la entrada bloqueando abruptamente nuestra entrada triunfal. Me sorprendió el hecho de que él no se hubiera estado quedando aquí, mientas estuve en el hospital, pensaba en darle una oportunidad de explicarme, de que él siempre se encontraría esperándome con los brazos abiertos, con una sonrisa franca.

Joselyn, mi enfermera, me pidió las llaves y empezó a apartar la correspondencia. Lágrimas amenazaron con salir, pero el orgullo pudo más que la impotencia y el dolor, esta batalla, ¡la ganamos!
La verdad era que sentía qur Joselyn era un peón más de Rossana y Daniel, no quería encariñarme ni acostumbrarme demasiado, porque ellos eran así, un día te tendían la mano, y al día siguiente te podrían azotar en público. Si, así de contradictorios eran mis padres.

Mientras me instalaba con la ayuda de Joselyn, podía notar el descuido del piso, las estanterías llenas de polvo y los vidrios opacos no hacían más que recordarme que en esta casa ya no existían un nuestro, sino, desde ahora un solo mío. Mi habitación se sentía inmensa, a pesar que Joselyn intentaba hacerla lo más acogedora posible, yo no deseaba estar ahí. Le pedí que me ayudara con mis muletas y enseguida accedió. Felizmente ella no hacía preguntas y yo no tenía fuerzas para contestar ni explicar nada. Absolutamente nada.
Me miraba con recelo, como si fuera una bomba a punto de estallar, o tal vez solo fuera el hecho de que ella estaba bajo las órdenes de mis "perfectos" padres, no lo sé. Le pedí que se retirara al cuarto de huéspedes, realmente su presencia me incomodaba demasiado llegados a este punto y no era porque yo fuera una chica mimada, sino que amaba mi formidable soledad.

A unas cuantas horas de nochebuena, no podía creer que lo pasaría sola, bueno, tampoco podía creer que alguien quisiera pasárselo trabajando, como Joselyn, pero supongo que a veces hay que hacer tripas corazón y seguir. La vida no es sencilla para nadie y tal vez por eso es que Joselyn tampoco se interesaba mucho en mi. Seguramente ella, en su propio mundo, tendría problemas mucho peores que lidiar con un corazón roto.
Las fotos con Carlos eran innumerables por toda la estancia, decidí que si me quedaba, debía remodelar todas y cada una de las paredes. Siempre me decían que "recordar es volver a vivir" y por ahora prefería olvidar.

No recuerdo exactamente en que momento cogí "La princesa de hielo" (uno de mis libros favoritos) y me senté con el en sillón. Lo que supe al poco tiempo fue que cuando tocaron el timbre, ese libro me cayó en la cara y olvidé por completo las muletas que tenía a los lados. Me puse en pie, dispuesta a abrir la puerta. A los pocos segundos mi tobillos había formado unos ángulos tan extraños que ni yo quería verlo. La enfermera bajó corriendo al oír el grito que pegué al verme el tobillo de esa manera, me dijo que me sentara, que iría por hielo. Le indiqué que había alguien esperando en la puerta y se fue a ver quien era.
Definitivamente no me esperaba a quien estaba detrás de la puerta.

—Soy Lizeth. Su hermana —dijo en un tono bastante autoritario.
—Entiendo, pero solo le puedo hacer ingresar si ella me lo autoriza—decía mi eficiente enfermera.
—Entiendo, entonces dígale que...
En ese preciso instante dos pequeñitas figuras ingresaban sin pedir permiso haciendo gala de su picardía y astucia. Joselyn no pudo con ellos y los miraba escrutándolos como si se trataran de delincuentes infantiles.
Cuando llegaron hasta mi, me fundieron en un abrazo. Lizeth se nos unió a los segundos, las lágrimas brotaban rápidamente. Keyla y Peter habían crecido demasiado, Lizeth estaba hermosa como siempre pero con unas arruguitas de más. La emoción me embargaba, no podía creer que esos tres seres maravillosos estuvieran ante mis ojos.

—¿Cómo... ? —me atreví a preguntar.
—En un vuelo, obvio—respondió Lizeth.
—!Ay hermanita! ¡Tu no cambias!
—Ni tu —dijo en tono de reproche, —sigues siendo la chica descuidada y rebelde que dejé hace años.

Ambas estallamos en carcajadas, los niños nos miraban y yo no dejaba de agradecer por la familia que tenía a mi lado. Hoy no sería una noche triste, hoy tocaba celebrar a lo grande. Y comenzaríamos con villancicos hasta que se hicieran las 12...

Din don... Din don...
Campanas de Belén...
Din don...

Creo que una parte de mí, se quedó en MadridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora