Capítulo 16: La Promesa

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Aquellas palabras, las que se repetían en mi mente día tras día, me atormentaban más que nunca. Mi tía había permitido que Elhibar criara a otro dragón con los que ella llamaba sus hijos. Pero yo no las tenía todas conmigo, ni mi dragona tampoco. La veía crecer más y más. Tras una semana al lado de sus súbditos, mi dragona había pasado a ser el doble de grande que Drogon, el mayor de los hijos de mi tía. Sin embargo no parecía querer tener huevos con ninguno de ellos. Viseryon lo intentó muchas veces, y todas ellas se llevó un manotazo de parte de mi dragona. Y yo sabía bien el porque.
Los dragones no son seres independientes, sí, son salvajes, es imposible domesticarlos del todo. Pero la conexión que les une a sus dueños es tan poderosa como la que une a un niño con su madre. Yo no quería que eso sucediera, en mi interior sabía que no entregarles un huevo a los caminantes, sería lo más adecuado para todos. Elhibar lo sabía también, y, por eso, se negaba a fecundar un huevo.
Sin saber que hacer, una noche, cuando el invierno más profundo hubo llegado, tomé una decisión
Una que cambiaría mi vida por completo. Volvería a más allá del muro. Me subí al lomo de Elibhar, acaricié su cuello, ella me miró, respiró sonoramente por su nariz y antes de que pudiera decirle a donde íbamos, alzó el vuelo. No, no fue hacia invernalia. Elibhar había tomado sus propias decisiones. Voló hasta una llanura. Le insistí para que parara pero no lo hizo. Ella no quería volver al hielo no quería ser como yo, y la entendía. Si volvíamos podían transformarla en el dragón de hielo que tanto anhelaban poseer, pero si no íbamos, me matarían.
-Elibhar, hazme un favor, y quédate con ella. Yo volveré, asumiré mi castigo. Lucha por mi porque...
Mi dragona rugió con todas sus fuerzas mostrándome sus dientes. Fue algo así como decirme que no haría eso ni muerta.
-¡¿Y entonces que, cabezona?! -Dije notando como la rabia me anudaba la garganta. 

Movió entonces sus patas y se acorrucó rodeándome, fue entonces cuando miré a mi alrededor. El paisaje había cambiado. Lejos quedaban las colinas de rocadragón.

-Eli, si no lo hago moriré.- La dragona levantó la cabeza de golpe, y al fondo vi aparecer una dama subida a un caballo negro azabache, oscuro como la noche.  Trotaba con fuerza. Cuando apenas estuvo a un paso me interpuse ante el dragón, protegiendola, como si ella no supiera hacerlo sola.

-¿Quien soys?-Grité esperando que me oyerá desde la lejanía.

-Tú ya estás muerta, aún así, el señor de luz no te hará daño, él te protegerá incluso de la noche.

-¿El señor de luz?

-Él te ha elegido, hija de todas las casas, primogénita del fuego, del hielo y del sol, quiere que seas tú quien lleve su luz tras la larga noche.

-La larga noche... mi padre solía hablar de ella, más allá del muro, con los demás caminantes. La noche era su aliada. 

-Puede que ahora, pero no siempre lo será. Habrá un día en el que dejará de ser su aliada, ese día, serás libre y tu único amo será el señor de luz, si así lo quieres.

-¿Quien es el señor de luz?

-El dios rojo, el lleva calor, fuego y vida incluso donde más azota el invierno.

-Asi que saldría de un amo para ser de otro. No veo la ventaja.

-No has de verla, no la hay. Pero piensa en lo que podrías hacer siendo libre.

-¿Libre? Menuda fantasía, jamás lo seré, mientras el rey de la noche siga vivo, y si muere...

-El señor de luz te dará vida para que lleves su mensaje a los menos creyentes.

-Quieres decir que podré vivir sin ser de hielo.

-Serás de fuego, querida. 

-Entonces acepto.

Juego de tronos: LakiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora