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De porte distinguido, traje entallado y gafas oscuras Anthony Stark se alzaba por sobre los mutantes que lo rodeaban, como un engreído Adán expulsado del paraíso. Su rostro se mantenía relajado mientras movía los dedos juguetonamente en el aire, como si tocara las teclas de un piano fantasma, y la tensión entre los x men solo podía aumentar mientras la melodía espectral continuaba.

— Entréguenme a Deadpool y no sufrirán. —dijo, con aquel tono utilizado por padres amorosos y compasivos reyes—. Entréguenme a Deadpool y seré piadoso. Desafíenme y anhelaran el dulce abrazo de la muerte.

— Es un criminal. —Jean Gray se adelanto a sus compañeros. Sus confiados ojos se clavaron en los propios, desafiándolo a contradecirla.

— Y tú una mutante con alto riesgo de peligrosidad. —le explico Tony, quintándose las gafas—. ¿Por qué no estás enjaulada y suprimida también?

Scott Summer llevo violentamente las manos a sus gafas, pero Jean clavo una mano en su antebrazo autoritariamente.

Kurt Wagner, tímido y sin atreverse a ver a Tony a los ojos exclamo con su difícil acento alemán:

— No tiene sentido, ¿Por qué un héroe protegería a tan ruin personaje?

— ¿Es que no te has enterado, niño? —observo con tierna calma al adolescente, como si fuera lamentablemente estúpido—. ¿Para qué desgastarnos en una búsqueda inútil? ¡La vida misma no tiene ningún sentido! —una carcajada irracional escapo de sus labios—. Yo solo quiero a mi amigo. —junto ambas manos, y balanceo su cabeza buscando elegir a la persona que traería a Wade.

— Claramente hay algo mal contigo, Stark. —Ororo lo analizo con detenimiento—. Escuchamos de la guerra, tal vez podamos ofrecerte ayuda.

Tony ladeo la cabeza con sus ojos clavados en los de la mutante. Ororo no era como el profesor o Jean, estaba lejos de poder descifrar los misterios de la mente humana, pero solo le basto un vistazo a aquella mirada desenfocada para comprender que aquel triste hombre jamás podría ser reparado por un simple mortal.

La mujer vio como el dolor y la soledad eran eclipsados por la locura que prometía un arrullador olvido. Noto como se desprendía de los sentimientos mortales, y capto también a un hombre cuyo conocimiento se había elevado por sobre el de los demás humanos y ahora pagaba por eso.

Se sintió tan triste por él y por lo feliz que pudo haber sido, sintió su pena como propia y lamento tener que enfrentarlo. A veces la vida era tan injusta.

— Visto que no están dispuestos a cooperar conmigo a pesar de mi educada petición, tendré que destruir aquella mansión tan pintoresca. ¿Hay muchos estudiantes en el interior? Lamentaría diezmar demasiado las matriculas. —comento desinteresadamente. Pestaño confundido al verlos adoptar posiciones de pelea—. No se pongan así, pensé que estaban acostumbrados.

— Si destruyes la mansión dañaras a Deadpool también. —manifestó Jean, pretendiéndose ganadora.

— Ese desgraciado no se morirá ni aunque la muerte misma exija su podrida alma. —bufo.

Ningún mutante respondió esta vez, se limitaron a prepararse para derribar a aquel héroe, trabajo que no consideraban demasiado difícil. Sin armaduras y confrontándolos sin apoyo no podría jamás derribarlos.

— Bueno, supongo que me tocará recoger los pedacitos de Deadpool. —musito.

Anthony alzo los brazos y su cuerpo se elevo majestuosamente por sobre las cabezas de los mutantes, una suave corriente de aire agitaba su entorno y removía de forma gloriosa el cabello oscuro que enmarcaba su rostro rebosante de esplendido atractivo. Al abrir los ojos estos eran de un sobrenatural dorado.

Mente maestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora