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En las ruinas de Asgard había vida.

Una nueva civilización de renegados se asentaba tímidamente en el reino que Hela erigía con puño de hierro y aguda mirada. Ahora regia sobre los incomprendidos, su tiranía era aplaudida bajo la promesa de un hogar tolerante y a ella las armas se rendían.

Su sonrisa astuta y atractivo rostro comenzó a ser sinónimo de aprecio para aquellos que a su pueblo se adherían, más los enemigos aprendieron a temer su cruel belleza, y rehuir de los desafortunados encuentros que con ella tenían.

Thor vigilaba con recelo desde Misgard a su hermana, él y su nación esperaban cualquier señal que augurara una nueva confrontación con el creciente poderío de la Diosa.

Aquel mundo se había transformado en un lugar que cualquier ser honorable o viajero inocente evitaría, víctima de susurros maliciosos la reputación de Hela y su reinado crecía en maldad y barbarie, sin embargo, era indudablemente el sitio favorito para Anthony Stark.

Hela era extraña y con un retorcido sentido del humor, divertida con sus maneras crueles y ademanes cariñosos. Tony aprendió a apreciar su esencia, ella era una mujer exquisita en sabiduría y fuerza, admirable para quien compartió su mal juicio e inmoralidad.

Él ya no era visto por ojos mundanos, se ocultaba en la brisa helada y los rincones oscuros del planeta, contemplando insensible al mundo envejecer, conduciendo almas y barriendo con su aliento letal la vida.

Desde una torre, ocultando su presencia, Tony contemplaba al naciente reino de Hela brillar en aquella nebulosa noche.

La piel de marfil relucía bajo la luna, y las luces de los hogares se reflejaban en la oscuridad de sus ojos calmos. La frágil figura del hombre resistía impasible al viento. Tony dibujo una sonrisa cariñosa cuando dos brazos tomaron su cintura posesivamente y lo presionaban contra un abdomen frio.

Había pasado tiempo -o tal vez no, este era un sin sentido ahora- pero el hombre continuaba ahí, yendo y viniendo, pero siempre al alcance de un pensamiento.

Tony se abrazó a él, ese cuerpo era la calma que su eternidad necesitaba. La figura atlética del Dios se acoplaba a la suya con la amorosa calidez que siempre le fue negada.

Aquel miserable corazón roto que nadie pareció querer aprendía a latir nuevamente bajo la juguetona supervisión de un nuevo compañero, uno que destacaba en devoción y pasión.

- ¿Qué es tan interesante allá afuera? -murmuro el Dios con voz ronca, acariciando su cuello con los labios.

Tony rio despacio, había aprendido que el hombre era celoso incluso de su atención. Giro casualmente el rostro y deposito un suave beso en su boca.

- La vida es interesante.

Loki gruño apartándolo de la ventana. -¿No quieres analizar mi vida? -susurro-. En la cama, de preferencia.

Una sonrisa feroz cruzaba la cara del hijo de Laufey, engatusándolo para un juego que ambos disfrutaban.

- Hela ha dispuesto de la mejor habitación para nosotros. -ronroneaba (>>para mi<< le corrigió Tony divertido) - ¡Que descortés sería ignorar su amabilidad!

- Es un lugar agradable. -contesto volteándose.

Loki se dejo caer de espaldas entre las costosas almohadas y abrió los brazos hacia él. -Pero este es mucho mejor. -invito.

Y como tantas veces antes Tony termino cediendo, sin lamentar demasiado su debilidad para con él. Desplazándose de rodillas sobre la suave cama, siendo recibido por el abrazo frio de su amante la muerte se dejo amar.

Mente maestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora