13

1.5K 181 128
                                    


Steve Rogers había sido un hombre de principios, amado en América y admirado por el mundo. El acostumbraba estar seguro de sus acciones, quería lo mejor para su país y ¿Por qué no? Para el mundo. Las personas confiaban en su honorable forma de cuidarlos y nadie nunca cuestiono sus maneras.

El enclenque muchachito bajo el disfraz de héroe venerable festejaba y reía de júbilo por la atención y fascinación que provocaba. Porque ya no era Steve Rogers, el triste huérfano enfermizo, ahora al mirarse en el espejo observaba al poderoso Capitán América, atractivo y fuerte, digno receptor de fe y amor.

Hoy, en este mundo futurista que lo entristecía y que tanto dolor le causaba tenía la libre oportunidad de vivir. Luchaba porque lo hacía sentir la estimulante adrenalina del superviviente, lideraba para mantener al inseguro niño de su interior bajo control y amaba porque (al fin) ya nada se lo impedía.

Oh, Tony, cuanto lo lamentaba. Su pequeño y caprichoso genio, el amor no había sido suficiente para ellos. Demasiada pasión, demasiada entrega. ¿Cuál había sido el cáncer de su relación? ¿Habían sido acaso sus inseguridades las que destruyeron la alegría del otro? ¿o la infantil inmoralidad de su amante?

No, jamás podría llamar relación a lo hubo entre ambos. Ninguno tuvo nunca paz en compañía del otro, en aquellos besos robados y miradas cómplices, en el deseo no concretado de poseer al otro. Era el placer ante el dolor de querer sentir a Bucky en los labios de Tony, era la agonía ante la dulce mentira.

El desconsuelo de un heredero rechazado, de un hombre solitario que agonizaba con cada día y con cada beso. Y que amaba, oh, cuanto amaba la idea de sentirse correspondido. De conseguir la única fortuna fuera de su alcance.

Steve se sintió culpablemente satisfecho cuando el vacio no devoro su corazón mientras lo sepultaba golpe tras golpe en Siberia. Cuando destrozo el cuerpo que antaño deseo y vio aquella mirada de ultraje, de traición y amor.

Y entonces vino el asco, dado que todo lo que una vez creyó sentir por ese magnífico hombre había desaparecido ante Bucky. Porque ahora, la amistad y la pasión que alguna vez hubo no eran más que un obstáculo. Y se odio por no sentir nada ante la miseria de Tony, y que al comprender que este no respondería los golpes (porque el genio podía amar aun cuando lo destruyera) solo aprovecho para acabar, con lo que él se convencía era la amenaza.

Entonces noto en Bucky aquella mirada, esa tan parecida a la de Tony ante el inminente último golpe: La insensibilidad. Lo veían con ojos de extraño, como si no fuera su Steve.

Desde entonces nada había sido como lo había esperado, frente a Bucky volvía a ser el niño indefenso y vergonzoso. Con el nada fluía como con Tony.

Recuerda vívidamente la expresión de Wanda, la única (con excepción de Natasha) que había conocido sus secretos, al susurrarle durante una noche de camaderia.

— ¿No has tomado en cuenta la posibilidad de que Stark fuera el hombre al que amabas? —sus ojos, profundos y llenos de magia lo observaban con una sabiduría inusualmente antigua—. ¿Y qué tal vez, Bucky solo representa un pedazo de tu pasado que te niegas a soltar?

Steve sintió un escalofrió recorrerlo, las pupilas de Wanda se agrandaban y en ellas vio el rostro destrozado en dolor de Tony. Aparto la mirada, aterrado.

— No, por supuesto que no. —contesto.

La bruja no había insistido, pero permaneció pensativa, como si estudiara algo sumamente complicado.

La había evitado desde entonces.

— Tony tiene problemas. —anuncio aquel día. Frente a él su equipo (o quienes quedaban) lo observaban con apatía. Interesados en sus propias y aburridas vidas habían acudido por compromiso, renuentes a alejarse de los lujos que T'Challa y Wakanda les ofrecían rutinariamente.

Mente maestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora