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La nave fue recibida por las calles muertas de Nueva York. Los soldados de Shield fueron los primeros en verla ensombrecer la ciudad y oponerse al miedo de su amenazante cercanía; compañeros se observaban por última vez encontrando valentía y alegría en la presencia de sus iguales. Sujetaban sus armas, abrazando el horror de la extinción, y sabiéndose héroes. Pues eran ellos la primera línea de la resistencia que traería la supervivencia a su pueblo.

Los edificios empequeñecían bajo la penumbra que proyectaba. Los guerreros aguardaban a que la sangrienta batalla se desatara y veían el mundo venirse abajo producto el peso de la nave extranjera.

Las compuertas se abrieron.

Shield alisto las armas.

El enemigo descendió sucumbiendo al planeta a un nuevo ciclo de devastación. En la adelantada, una mujer humana alzo su singular arco, y rugió un grito de guerra que hiso temblar al mundo. Sus compañeros la siguieron, enseñándole al cielo sus propios bramidos y deseos de vivir.

Nueva York fue envuelto por el salvajismo y la valentía. Desde la nave Corvus Glaive observo el ejército de terranos, su arrogante rostro surcando por una sonrisa jocosa.

Patéticas criaturas, sus muertes servirían solo como un entretenimiento mediocre.

Levanto su lanza, aquella arma especial, y ordeno a los ourtriders atacar. Él debía iniciar la búsqueda de las gemas en lo que permitía la bestialidad de su ejército de criaturas.

La sonrisa se deslizo fuera de su expresión poco a poco.

Mientras terranos y ourtriders se enfrascaban en una batalla sanguinaria, y peculiarmente, nivelada; él se alejo, observando con un incomodo sentimiento al ejercito que desgarraba y desfilaba sobre las criaturas que comandaba. Como si aquellos violentos guerreros humanos fueran el preludio para un insatisfactorio desenlace.

Los antiguos agentes de Shield, ahora guerreros consumados y endurecidos, se alzaban con dignidad por sobre el enemigo. Eran salvajes, y habían tenido que reconquistar sus sentimientos, ya no carecían de amor o amistad. Ante cada compañero derrotado, cada cuerpo mutilado, sin vida o agonizante la ira los nublaba, el terror al escuchar los gritos suplicantes o de dolor de sus camaradas se convertía en el combustible que les impidia detenerse. Para ellos solo existía un camino, y ese era por sobre esas criaturas.

La sangre de sus amigos les nublaba la vista y los bañaba en conjunto con los fluidos de sus enemigos. Rotos, adoloridos y sangrantes continuaban alzándose por sobre los extraterrestre. Saltaban, sus armas bailando junto a ellos en una danza mortal; arañando, ensartando, cercenado, disparando, pateando, mordiendo y golpeando.

El interminable ejército de ourtriders sucumbía bajo la ira de la humanidad.

O lo hacía, hasta que el primer civil decidió aparecer.

Era un chico, apenas un niño, que detenido junto a un automóvil destruido y olvidado, pretendía ocultarse de los combatientes. Su teléfono trasmitía la verdad que Anthony Stark había tramado ocultar bajo la mentira de una pandemia.

Aquel insignificante chiquillo, que pronto estaba a morir, había sido el desencadenante que provocaría la muerte de millones. Pero detrás de la imprudente acción del curioso niño estaba el irresponsable actuar de otro mucho mayor, un hombre arrogante que se supo demasiado para escuchar la voz de la razón y libero una información para la cual la humanidad no estaba preparada.

Pero en ese entonces Steve Rogers observaba al mundo desde la torre sin ser conocedor aún del daño que había provocado, o de la cantidad de víctimas que su arrebato de soberbia cobraría. Sujetaba aún el teléfono con el cual había desmentido la coartada que Stark había esparcido; la ignorancia era mucho más peligrosa pensaba y la población tenía el derecho de conocer su situación. Steve confiaba en que la verdad no significaría una invitación para inundar las calles, que aún mantendrían un prudente encierro, pero nuevamente el Capitán había errado.

Mente maestraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora