Capítulo 2:

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Los copos de nieve se acumulaban en el cristal de mi ventana: El invierno pasaba despacio y silencioso tratando de que nadie lo notase, más dejaba tras de sí una estela de nieve cubriendo toda la ciudad.

Aún desde la cama podía ver el cielo gris que ocultaba el azul haciendo el día de mi cumpleaños más triste. Encendí la tele buscando algo de compañía, sonó el presentador del noticiario de la mañana: "Ayer pudimos presenciar la inauguración del nuevo carril magnético que abría la puerta de una de las fronteras más cruzadas" Bajé el volumen del televisor mientras buscaba en el armario algo que ponerme. "Actualmente solo se encuentra una línea en pleno funcionamiento, las demás se encuentran en obras debido a que han tenido lugar una serie de desprendimientos, por este motivo el resto de líneas..."

Terminé por apagarlo, me acerqué al espejo del tocador para peinarme como cada mañana. Bajo la cuenca de mis ojos había unas pronunciadas ojeras, mientras me hacía la coleta de todos los días me di cuenta de que tenía algo raro, diferente al día de ayer. Me comenzaron a temblar las manos cuando comprendí lo que era: En mis ojos verdosos, al rededor de mi iris tenía un anillo de color amarillo. Sabía lo que eso significaba y comencé a hiperventilar, era el síntoma más conocido del Síndrome Ferrosed, como explicó el profesor de biología. Me alejé del espejo, no quería que la gente me tuviese lástima por estar enferma... No podría soportarlo, si ya era la hija renegada del gran George no deseaba ser además la pobrecita que necesitaba un tratamiento especial para vivir...

Alargué la mano para coger el móvil parecía apagado, ¿quizás estaba sin batería? Pero recordaba haberlo puesto a cargar antes de irme a dormir. Bajé a la cocina, pensaba que no había nadie en la casa. Dejé mi móvil en la encimera mientras me preparaba el desayuno, cuando terminé vi que estaba encendido, alargué mi mano para cogerlo pero se apagó. De repente la puerta de la cocina se abrió, como si de un imán se tratase el aparato se pegó a mi mano.

- ¿Se puede saber qué haces?- Mi hermana me observaba desde el marco de la puerta.

La hija perfecta: Rubia de ojos verdosos, alta de cuerpo esbelto. La heredera del imperio King. Me miró de arriba a abajo y se cruzó de brazos esperando una respuesta:

- Nada- Respondí bajando la mirada.

Estaba nerviosa al parecer no había visto lo que acababa de suceder, el móvil estaba pegado a mi mano y con la pantalla en negro.

- Pues date prisa, o llegarás tarde- Giró sobre sus talones y se alejó.

Escuché el repiquetear de sus tacones en el suelo de mármol blanco, me sacaba de quicio. Terminé por dejar mi móvil en la cocina, y me dirigí a la entrada. Allí estaba mi madre con una falda de tubo azul marino, camisa blanca y una americana negra, con su rubia melena cuidadosamente recogida en un moño. Como hoy no llevaba la bata supuse que me acompañaría a hacerme las pruebas al hospital. Unas pruebas médicas que me dirían algo que yo ya sabía. La observé detenidamente: No dejaba de frotarse las manos. La miré directamente a los ojos y su rostro claramente palideció, pudo ver mi angustia. Iba a abrazarme cuando mi padre puso su mano en su hombro. El gran George King llevaba puesto un traje negro junto con una corbata de color magenta, su pelo negro azabache estaba cuidadosamente peinado y sus ojos negros parecía que podían ver lo que pensabas.

- Cariño, ¿nos vamos?- Ese tono de falso cariño casi me produjo una arcada.

Salimos por la puerta principal y George entró en su coche privado, mi hermana se marchó en otro hacia la universidad y mi madre y yo tomamos el último. Un miembro de la familia King jamás designaría una acción tan vulgar como conducir.

Recorrimos la ciudad, la nieve comenzaba a acumularse de forma notable en las aceras y edificios, hasta llegar al hospital. El edificio céntrico de líneas rectas y con una fachada completamente blanca, para mí más parecido a una cárcel. Subimos las escaleras que conducían a la entrada principal. Mi padre iba en primer lugar, nada más atravesar la puerta uno de los trabajadores lo saludó educadamente y nos guió hacia la sala donde me harían las pruebas. Era temprano y no había a penas personas en la sala de espera por la que pasamos, nos paramos frente a una puerta y dijo:

- Pasa por aquí- Dejé atrás a mi madre y a George que se alejó por el pasillo como si estuviera en su casa, seguramente iría a saludar al director, ya que en parte este hospital era financiado por su empresa.

En aquella impecable, un señor de bata blanca muy amablemente me hizo una prueba de constitución física, muestra de saliva y la más difícil para mí: una muestra de sangre. Fue ver la aguja y ya estaba mareada: cuando vi el botecito con un líquido espeso rojo casi negro la cosa empeoró notablemente.

Me sentía muy cansada y mi madre no tardó en llegar en mi ayuda en cuanto la enfermera le dijo que me encontraba mal.

- ¿Te encuentras bien?- Entró de repente en la sala ni siquiera saludó al hombre que hizo como si nada- ¿Te duele algo?

- No se altere madre, estoy bien- Traté de tranquilizarla- es un mareo, se me pasará.

Aun así ella insistió en que la acompañase a por algo dulce para descartar un bajón de azúcar. La notaba algo extraña, no dejaba de mirar hacia el techo parecía buscar algo. Se detuvo en una esquina vigilando que no hubiera nadie y que no había cámaras de vigilancia cerca me dijo como si nada:

- Lo último que mi madre me dijo era que si me encontraba en peligro fuera a la Antártida...- Suspiró- Quizás no iba dirigidas hacia mí esas palabras...

- Mamá, ¿qué quieres de- No me dejó terminar la frase.

- Será mejor que vayamos a la sala de espera, tu padre estará preocupado.

- Ya claro- Solté un bufido- No necesito que se preocupe por mí.

Ella se rió débilmente y mientras me acariciaba la cabeza añadió:

- Eres igualita que él cuando lo conocí- En su rostro se dibujó una sonrisa triste y su mente parecía evocar aventuras ya pasadas.

¿Yo igual que George? ¿Tanto había cambiado? Bueno cabezota era, e independiente también pero me negaba a parecerme a él, quería pensar que solo me parecía a mi madre. Clara se sentó en uno de los asientos de la sala de espera y puso la mano en el contiguo, invitándome a sentarme a su lado, y así hice. Aún me duraba el mareo, apoyé mi cabeza en su hombro y traté de quedarme dormida mientras esperábamos por los resultados. Desde la recepción dos mujeres cuchicheaban en la lejanía de vez en cuando miraban hacia nosotras, eso inquietó a mi madre y a mí, me molestó bastante.

A lo lejos vimos a mi padre que se acercaba a nosotras seguido por un médico, una enfermera que llevaba un montón de papeles entre sus manos e iba susurrando a aquella comitiva, detrás de todos ellos los seguían dos personas más vestidas con monos grises y con máscaras que cubrían sus rostros. Instintivamente todo mi cuerpo se tensó, era obvio que sabían que estaba enferma, mi madre se levantó y se interpuso entre George y yo. Él la agarró por el brazo y la apartó bruscamente cogiéndome a mí el médico que lo acompañaba y sin consideración alguna me clavó en el brazo una jeringuilla con un líquido blanco.

Mi corazón latía con fuerza- ¡Más sedantes no!- Intentaba zafarme de los brazos de los guardias pero mi cabeza comenzó a dar vueltas, me hormigueaban las yemas de los dedos, sentía las gotas de sudor cayendo por mi espalda y de fondo oía los gritos de mi madre, pero no llegué a descifrar lo que decían. Empecé a ver borroso, me estaban arrastrando... Me arrastraban hacia un sótano, eran fuertes, aunque mis pies apenas tocaban el suelo me resistí como pude hasta que no vi nada.   

MagneticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora