Capítulo 4:

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Noté movimiento, lentamente abrí los ojos. De nuevo un cristal me rodeaba, ahora tan sólo a mi espalda había una pared opaca. Mi barriga hizo un ruido estrepitoso por lo que supuse que habría pasado por lo menos un día inconsciente. Probablemente mi desmallo y la medicación ayudaron a tenerme dormida. Lo último que recordaba era que me iban a trasladar...

Pero... ¿A dónde? Miré a mi alrededor: mis manos estaban encadenadas a mi espalda. No podía moverme mucho, aquel cubículo estaba hecho para mantenerte de pie y poco más. A mi alrededor había más gente: Todos miraban al suelo para evitar que se notase que la mayoría padecían del Síndrome Ferrosed.

Había un silencio máximo, me fijé en la chica que tenía delante: Su melena corta de color negro le tapaba parcialmente el rostro, supuse que tendría más o menos mi edad. Yo tenía aún mis vaqueros negros que me hacían completamente diferente del resto que vestían de gris. A mi derecha un chico grandote era un albino: Con pelo rubio casi blanco y sus ojos celestes era inevitable no mirarlo. En su mirada pude ver una profunda tristeza entremezclada con ira. Aparté la mirada de la gran impresión. A mi izquierda un joven muy alto, de pelo largo y barba de un castaño oscuro con ligeros reflejos cobrizos. Con la vista clavada en el suelo, más allá un chico también me estaba mirando- No mira al suelo como los demás- Pensé asombrada. Algunos mechones castaño claro le tapaban la frente y se interponían entre sus ojos ambarinos, los cuales no sabría decir si tenía el anillo Ferrosed o no. 

La estancia no era muy grande, de forma ovalada, por el ruido eléctrico que zumbaba en mis oídos- ¡Estamos en un vagón de tren!- Pero no de un tren cualquiera sino de uno magnético. Algo dentro de mí se retorció inquieta, noté como las yemas de mis dedos hormigueaban ligeramente. Con el traqueteo del suelo me costaba bastante mantener el equilibrio y comencé a sentirme un poco maread. Las puertas se abrieron, entró un guardia, eran como sombras sin alma ni escrúpulos- Otra vez no, otra vez no...- Repetía para mis adentros asustada. Jamás volvería a confiar en las  personas que ocultan su rostro tras una máscara.

 El hombre llevaba un carrito, mientras iba avanzando por el estrecho pasillo obligaba a las personas encerradas entre las paredes de cristal a tragarse una cápsula blanca y amarilla. El joven alto de mi izquierda, con un gesto sutil la escupió sin que nadie se percatara, o por lo menos, no el guardia. Igual hicieron la chica del pelo negro y el chico de ojos ambarinos. A continuación me tocaba a mí, la puerta de cristal de mi cubículo se abrió: la única salida. A un paso de la libertad junto con las cadenas que me oprimían las muñecas. Hice igual que los demás, bajo ningún concepto me drogarían de nuevo- Lo que me faltaba. Prefiero estar despierta- La puerta de cristal se cerró y yo respiré aliviada. El chico albino de al lado emitió un sonido gutural al ver como el guardia trataba de hacerle tragar la pastilla como al resto, él se resistió, incluso llegó a morderle. Pronto llegaron refuerzos, ya que el albino estaba forzando las cadenas para soltarse, entre dos guardias más trataron de reducirlo sin éxito. Fue el tercero que, traía una especie de porra muy fina de un color metálico resplandeciente. Al acercársela el chico rubio sufrió una fuerte descarga que lo dejó frito. Al haber calmado el revuelo que había originado el albino, el guardián farfulló una maldición examinando su mano, los otros dos en silencio se fueron al siguiente vagón y el que quedaba terminó con los demás y se fue.

Nada más salir el guardia el ambiente cambió radicalmente, pensé que se había tranquilizado pero estaba completamente equivocada. El ruido del vagón deslizando por el raíl magnético fuera insoportable. El sonido de los frenos retumbó en mis oídos perdí el equilibrio, pero solo pude chocar torpemente con el cristal que era resistente a más no poder. A mi alrededor y todos parecían hablar con la mirada pero no comprendía que estaban tramando. Continuó frenando hasta que se detuvo y comenzó a girar, supuse que estaba cambiando de carril ya que había muchos que no estaban en funcionamiento por los derrumbes. Entonces comprendí lo que iban a hacer. En ese instante la luz tintineó, todo sucedió muy rápido: La chica de enfrente que tenía el anillo Ferrosed en su mirada emitió una especie de onda, al igual que el resto de enfermos con el síndrome que lanzó los grilletes de forma explosiva contra el cristal que se rompió en añicos. Mi única reacción fue agacharme y cubrirme la cabeza con las manos un intenso terror me inundó- ¿Qué está pasando?- me pregunté. Cuando las esquirlas de cristal dejaron de caer levanté la cabeza: El vagón estaba casi vacío, la chica del pelo negro me miró en su labios se formó una sonrisa burlona y saltó por la pequeña ventana que había al lado de la puerta. Se me aceleró el pulso, una angustia me oprimía el pecho. No sabía lo que podía haber fuera, pero al recordar lo que había vivido en aquellas instalaciones subterráneas, los gritos, el hambre... Mis manos comenzaron a temblar descontroladamente. Quería salir de allí, no tenía ni idea de lo que haría después pero me daba igual, el pitido de mis oídos aumentó, no tardarían en venir, apreté los ojos. Sentí como si algo saliese de mi cuerpo y los grilletes que me mantenían encadenada a la pared se incrustaron en ésta. Aún confusa salté hasta alcanzar la ventana y salí a través de ella. Rodando por el suelo noté el frío suelo, sin pensármelo dos veces corrí por los túneles, sumergiéndome en la más profunda oscuridad.

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