Capítulo 9:

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Había pasado casi un mes y medio sin rastro del paradero de mi hermana, la escasa información que me encontré no daba ninguna pista de lo que le había sucedido ni de donde se podía encontrar.

- Es un callejón sin salida- Dije irritada, tiré el cojín con fuerza a la cama.

Estaba donde mismo y eso me irritaba mucho, casi tanto como hablar con Darío cosa que últimamente se había convertido en un hábito.

Desconocía como se colaba en la casa sin ser detectado por los múltiples sistemas de seguridad.

- Señorita, ¿hoy no va a salir?

- No, creo que esta pregunta ya la he contestado hoy, si me disculpa... 

Subí las escaleras, realmente era raro que yo pasase un sábado en casa. Mi móvil no dejaba de vibrar en el bolsillo trasero de mis vaqueros. Mi séquito me reclamaba, pero hoy no.

 Recorrí el pasillo hasta llegar a mi dormitorio, llevaba una taza de café en mi mano, por supuesto no había descuidado para nada mis estudios, sin embargo, sí que se habían visto resentidos ligeramente por mis investigaciones. Caminé por la habitación, al pasar frente al espejo éste me devolvió un reflejo desconocido para mí: Una trenza recogía mi pelo, algunos mechones rubios trataban de escaparse rizándose en la nuca, llevaba mis vaqueros favoritos, un poco rotos por las rodillas y un suéter color avellana de cuello redondo, que cubría mis caderas. Por supuesto, mi maquillaje estaba impecable, pero más ligero y simple a como lo solía llevar esos días. Iba a entrar en mi despacho, pero antes miré con recelo a ambos lados de la puerta comprobando que no hubiese nadie allí. Tras un buen rato de estudio escuché como un zumbido, un ruido molesto, que me hizo levantarme y asomarme a la ventana- ¡Hay un motorista en una entrada lateral de la mansión!- Me llevé las manos a la cara repitiendo en voz baja:

- Que no sea él, que no sea él...- Era bastante obvio que era él, cogí la primera prenda de abrigo que encontré en mi armario y bajé a toda prisa.

Corrí dejando atrás las nubes de vaho que producía al respirar, llegué a su lado jadeante. Él se quitó el casco, bajo él su pelo rubio estaba despeinado, sin entender por qué comenzó a reírse. Yo me puse de morros cruzando los brazos y preguntándole con desdén:

- ¿Qué te hace tanta gracia?

- No sabía que fuese tan importante como para que viniese la princesa del castillo a recibirme- Respondió sin borrar la sonrisa.

Le di la espalda emitiendo un bufido a modo de respuesta. Lo peor era que los paparazzis podían estar ahora mismo echándonos fotos y era lo último que necesitaba un escándalo de carácter romántico en mi expediente. Aunque pensándolo bien tampoco es que me importase mucho, al fin y al cabo él no era tampoco un don nadie. 

Darío Carletti dueño de una importante compañía de electrónica, era el principal inversor de la prensa de la ciudad. Yo también había hecho los deberos. Sentía curiosidad por su empeño en hacerme creer esas historias sobre la empresa de mi padre. Siempre que había una ocasión sacaba ese tema, aburriéndome soberanamente.

 Suspiré y lo miré a los ojos desafiante, él por su parte miraba hacia los alrededores con, aparentemente, la misma preocupación que la mía.

- Toma- Dejó caer en mis manos un casco de moto.

- ¿Qué?

- Vienes ¿o no?- Me quedé mirándolo con cara de pocos amigos- Pero mira que eres sosa.

 Vivía con un enfado constante, me senté tras de él, antes de que pudiera ponerme el casco ya estaba arrancando. Eso me asustó, tanto que tras escuchar el "clic" que me aseguraba que el casco estaba abrochado mis brazos rodearon el torso de Darío apretándolo. Junto con el rugido del motor escuché su risa, traté de mirar dónde nos encontrábamos pero todo pasaba a demasiada velocidad.

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