Capítulo 3:

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No sé cuánto tiempo había pasado inconsciente, el fuerte pitido que asolaba mis oídos me hizo abrir los ojos.

No tenía ni idea de lo que había sucedido. Estaba tumbada y atada a una camilla. Al principio no veía nada, al cabo de un rato me acostumbré a la luz que me enfocaba directamente a la cara. Me encontraba en una sala con las paredes de hormigón, parecía una sala de quirófano, pero los artefactos que había en la mesa no eran precisamente para operar. Me era más parecida a una sala de tortura sacada de una de mis peores pesadillas. Comencé a hiperventilar, no quería estar allí, aquel no era mi sitio, quería ir a mi casa. Pasó un buen rato hasta que entró un hombre con un mono gris en la sala, llevaba una máscara y no podía verle la cara.

-¡Suéltame!- Le grité.

Me ignoró, utilizó un escáner que, antes de acercarlo a mí, comenzó a emitir un agudo pitido. Parecía sorprendido ante tales resultados y yo supe que aquello no podía significar nada bueno. Seguí exigiéndole que me soltase pero él me miró y cogiéndome el brazo otra vez me inyectó algo esta vez con más cuidado pero tampoco reparó en si me molestaba o si quería o no.

Estaba sumamente molesta mis manos no dejaban de sudar, aún no sabía de qué iba todo esto pero cuando saliese se iba a enterar. Que me desatase una mano y ya comprobaría de lo que era capaz le dejaría la cara echa un trapo viejo. El resultado del líquido fue un sedante de caballo que rápidamente me hizo cerrar los ojos y dejar de maldecir a aquel desconocido.

La siguiente vez que me desperté estaba en un lugar distinto: Una urna de cristal como una celda pero sin barrotes, apenas cabía una persona tumbada allí dentro, a lo lejos escuché un grito que me heló la sangre. Pasé bastante tiempo allí encerrada. Aquello debía ser un sueño, una pesadilla. No podía estar sucediéndome esto a mí. Cada ciertas horas se apagaban las luces simulando la noche. Había un continuo abrir y cerrar de puertas y pasos, solo veía cruzar por delante mi celda los guardianes vestido de gris. El ciclo de luces se había repetido dos veces cuando un hombre gris abrió mi puerta de cristal: No dijo nada solo me dejó un cuenco con algo y se fue. Nada más meterme la primera cucharada una arcada casi me hizo escupirla. Aquella papilla de avena o al arroz no estaba segura.

Los días siguientes me hicieron unas pruebas físicas que me llevaron hasta el límite de mi cuerpo, ese día terminé por desmayarme. Volví a encontrarme en la sala del quirófano esta vez tenía una vía en el brazo izquierdo que me conectaba a un gotero con una bolsa de contenido desconocido. Sin duda aquel lugar tenía una conexión con los recursos del hospital.

El tiempo se volvió un concepto relativo, me sentía como una muñeca de trapo: Sin vida, inerte, ni por todas las calamidades aquellos seres de grises se inmutaban... Cuando me recuperé, me repitieron las mismas pruebas y esta vez luché contra mi propio hastío para no desmayarme. Seguir adelante, no quería regresar a aquella sala. Después de realizar, con lo que yo supuse que era éxito, las pruebas me devolvieron a la celda de cristal abandonándome allí otros tantos días.

No era más que una niñata malcriada esperando a mis "papis" me salvaran. Tenía hambre, mis ojos se inundaron de lágrimas:

- Mamá...- Apenas un susurro salió de mi garganta.

De repente sonó una alarma, al parecer alguien estaba tratando de huir. La gente se removió nerviosa en sus urnas, me acerqué al cristal para ver lo que pasaba pero no vi nada. Silencio, después dos disparos, después silencio de nuevo. Pasó el tiempo hasta que mi frecuencia cardíaca se redujo.

Mi familia parecía haberse olvidado de mi existencia... En las otras urnas vi a más gente, estaban lejos. Mi puerta se abrió, di un pequeño salto del susto. Un hombre con mono gris me condujo por un pasillo altamente iluminado, mientras los demás vestían una especia de chándal gris yo conservaba la ropa que había llevado aquel diecinueve de febrero al hospital, pensando que sería un día normal, que nadie recordaría mi cumpleaños, que los médicos ni siquiera repararían en mi presencia estando allí mi padre para que lo agasajaran.

En la sala en la que me hallaba ahora era completamente blanca con las paredes acolchadas como las de la típica escena de un manicomio: en una de las pareces había un enorme cristal espejo que no dejaba ver las personas que podían encontrarse al otro lado. Yo me quedé en el centro de la sala paralizada por el miedo. Con regularidad alcazaba a escuchar algún alarido de dolor y mis manos, que digo, todo mi cuerpo temblaba cada vez que eso sucedía. Esperé. Agazapada, como un animal indefenso, expectante a lo que pudiera suceder.

Estuve allí un buen rato hasta que me pareció escuchar un susurro, traté de comprender de dónde provenía hasta que me di cuenta de que eran las personas que estaban detrás del cristal las que hablaban. Me concentré con todas mis fuerzas para diferenciar los sonidos y pude seguir la conversación. Era entre una mujer y un hombre de voz seria:

- No pienso seguir trabajando así, ¿no ves que los medios están sospechando por ella? No es normal que una adolescente desaparezca de la noche a la mañana.

- ¡¿Crees que me importan las sanguijuelas de la televisión?! No saben nada y no sabrán.

- Me niego a seguir con las investigaciones del laboratorio, quiero ver a mi hija fuera de aquí- En ese momento supe que quien hablaba era mi madre. Contuve mis lágrimas con todas mis fuerzas, si se daban cuenta de que los estaba escuchando probablemente me sacarían de la sala y era la única forma de saber lo que estaba pasando.

- Clara ya es un poco tarde de demostrar humanidad, cuando es tu hija sí lo sientes, pero con el resto de la gente que has utilizado y experimentado ¿¡¿Qué?!? ¡Esos no son personas!- Por la voz era mi padre sin duda- Por favor ahora no me vengas con estas.

- ¡¿Pero es que no lo ves?!- Su voz era temblorosa, como si estuviera desesperada.

- Parece que no lo has entendido aún- Le respondió él con esa voz fría que tenía- Es un monstruo, como los demás. Mantienen la empresa a flote, ¿o te crees que tus investigaciones se costean solas?

- Aún así...- La voz de Clara parecía más una súplica.

- Si no quieres verla más así será- Sentenció.

Noté como las lágrimas surcaban mis mejillas, ellos se dieron cuenta. Escuché como George le pedía a alguien por un interfono que viniera a por mí, tras esta acción dijo seriamente:

- Mírala bien porque será la última vez que la veas, la trasladarán de inmediato y podrás seguir con tu investigación.

Un alarido procedente de la habitacióncontigua hizo que mi pulso se acelerase. Quería salir de allí, mi madre queríasacarme, era George el que no quería, me sentí frustrada. Dejé de escuchar susvoces. De repente se abrió la puerta de par en par y entró un guardián de griscon paso firme se acercó a mí, mis lágrimas no dejaban de caer, el hombre noparó. Todo mi cuerpo temblaba y cuando estuvo a punto de tocarme grité. 

MagneticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora