Nos acercábamos a la ciudad, primero deambulamos por las barriadas de casitas bajas y humildes que la rodeaban. Con los primeros rayos del amanecer caímos de lleno en las entrañas de la misma. Bajamos por la boca de metro abandonando toda concepción del tiempo. Sin ventana alguna, no podríamos saber si el sol se alzaba en el cielo.
Aspiré una bocanada de ese aire viciado, no más contaminado que el de la superficie. Tosí con energía pues ese ambiente tan cargado saturaba mi cabeza y hacía que me diese vueltas todo a mi alrededor. Debido a mi altura, me confundía entre el bullicio mañanero. Una ciudad que comenzaba a despertar, y miles de personas pasaban por los andenes, en su gran mayoría trabajadores de la gran urbe que debían ceñirse a su rutina. El resto de mis compañeros destacaban bastante, tan altos y vestidos todos iguales, no me resultaba difícil seguirlos. Antes de de llamar más la atención bajamos varios pisos más, recorriendo pasillos laberínticos, idénticos, con unas luces amarillentas y los mismos azulejos blancos.
Terminamos en un pasillo sin salida, el chico extraño caminó hasta la puerta metálica que había al final. Tres golpes seguidos de silencio. Tras unos minutos se abrió lentamente acompañada del chirrido de las bisagras oxidadas, a pesar de su interior oscuro, todos fuimos pasando al interior. La puerta se cerró pesada a nuestra espalda, la estancia: era una habitación cuadrada con unas taquillas metálicas como consignas del propio metro, varios colchones amontonados en vertical, en la esquina diagonal en la que estaba la puerta se levantaba temblorosa una mesa con una pequeña tele y una radio, también me pareció ver un sofá deshilachado. Aquel lugar estaba siendo habitado por varias latas de cola vacías y otras sin abrir.
-¿Dónde está Briam?- dijo una voz femenina detrás nuestra, me giré.
Una chica de piel blanca como la nieve, albina como el joven del tren nos observaba con los ojos hinchados.
-James ¿dónde está Briam?- Repitió con insistencia, parecía no vernos.
Su vista estaba clavada en la espalda del joven con barba al que parecía conocer y que nos acababa de guiar hasta aquí.
-Lo dejaron inconsciente- Le respondió una voz seca y ronca, era James el que le había contestando, ella acongojada apenas logró susurrar mientras contenía su llanto:
-No, no, no....- Se llevó las manos a la cara tapándose, varios mechones rubios y rizados cayeron hacia delante.
El chico alto se giró y se acercó a ella. Yo me aparté y él la intentó abrazar. Ella se zafó de sus brazos y lo empujó con todas sus fuerzas, James golpeó con los colchones apilados, mientras se levantaba su voz sonó como una súplica:
-Maiko...-Ella se giró y sollozó.
El chico se acercó a una de las consignas, de ella cayó una bolsa con ropa. Se quitó la camiseta y yo me di la vuelta al mismo tiempo que me sonrojaba. No estaba acostumbrada a ver chicos semidesnudos. Mi vida giraba en torno a los libros, la música, a las comodidades de mi hogar... Pero no a torturas en hospitales y a ser una fugitiva. Miré a Maiko y con la voz más calmada que pude le dije:
-Encantada, soy Clarisse.
-Maiko- Me contestó con un susurro.
Estaba conteniendo un profundo llanto, la noticia de que el albino del tren no escapó, le había afectado tanto. James trató de acercarse a ella; su repuesta fue alejarse.
-Cambiaros de ropa- Sentenció Maiko mientras se acercaba a la televisión y la encendía.
Dan y la otra chica obedecieron, yo por mi parte me dejé caer en el sofá. James, con ropa normal, salió de la habitación. Y yo, por primera vez, pude pararme a reflexionar sobre todo lo que había sucedido desde que me arrancaron de mi casa.
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Magnetica
Science-FictionEl intento de unificación mundial trajo consigo una serie de tensiones que casi llevaron a la Tierra en una tercera guerra mundial. Para evitarlo todas las fronteras fueron cerradas. Pero todo eso pasó y Clarisse no deja de ver el anuncio de apertu...