Capítulo 8:

0 0 0
                                    

 Durante unas de las paradas para descargar que hizo el tren, volvimos a movilizarnos en busca de suministros. Yo más que comida buscaba una ducha, estaba mugrienta de tantos días sin ducharme. Parecía ser unas de las largas, así que, me escabullí entre las mercancías y conseguí llegar hasta la zona de los trabajadores. Llegué al baño, no esperaba encontrar una ducha, pero con el lavabo pude asearme lo justo. Al salir tuve que extremar el sigilo: Vi la puerta de la nave abrirse, me escondí entre unas cajas, no podía salir con los trabajadores de aquí para allá. Tuve que esperar demasiado, tenía que salir, vi mi oportunidad y salí corriendo. Deslizándome como una sombra entre los contenedores, llegué a las vías del tren.

 Comenzaba a ponerse en movimiento. James se asomó por la puerta entreabierta del vagón pero ni siquiera me tendió la mano, aunque no la habría aceptado de todos modos. Me sacaba de quicio, pero podía arreglármelas sola, cogí carrerilla y salté al hueco.

Mis piernas quedaron flotando, arañé el suelo pero solo me iba resbalando lentamente. Alguien me agarró por la ropa y me alzaba. Me levanté y para mi sorpresa comprobé ha había sido James el que me había subido. De mi garganta sólo salió un pequeño gruñido que debería interpretar como más le gustase. Me senté lo más lejos suya que pude, de él y de María, como no. En cada puerto que precedió a mi primera escapada del aseo, traté de hacer lo mismo, a veces con más éxito y otras veces... Bueno intentando no oler a zarigüeya muerta.

Pasaba gran parte del tiempo escuchando a Maiko:

- ¿Sabes? Mi familia tenía muy arraigadas las antiguas tradiciones. Éramos una tribu nómada del desierto de sal. Para mis padres fue una desgracia tener una hija y además albina...-Sus ojos claros revelaron una profunda tristeza- Comprende que si no tienes melanina en un sitio donde no hay más sombra que la de la tienda que tú montes... No era especialmente útil- Hizo una pausa- Aunque terminaron por acostumbrarse.

Ambas podíamos sentir la húmeda brisa del verano, ya en el hemisferio sur. Se acomodó los rizos rojos tras su oreja y continuó:

- Iba completamente tapada, con gafas oscuras que me protegieran los ojos. Mis quemaduras tardaban en curarse y bueno... es complicado. Una de las veces que paramos en las ciudades Mediterráneas para abastecernos, nos cruzamos con otra tribu nómada y allí conocí a Briam...- Una sonrisa iluminó su rostro- Éramos iguales, despreciados por ser de piel clara...- Pero su rostro se volvió serio cuando añadió- Pero están organizados, Clarisse. Nos buscan.

- Una buena razón para ir tan lejos como podamos.

- Tengo miedo de que nos encuentren- Le pasé el brazo por los hombros- Saben qué hacer para detenernos. Sus... No sé cómo pero pueden atravesar nuestra piel.

Yo la miré asombrada, ya me había mencionado anteriormente que su piel era casi impenetrable, excepto por el sol.

- No nos cogerán.

Mis palabras parecieron tranquilizarla, nos mantuvimos en silencio contemplando el paisaje pasar a toda velocidad. 

 Por suerte el viaje no duró mucho más, "apenas" siete días que fueron eternos, íbamos dirección sur por la costa oeste de África. Nadie me quiso contar nada sobre lo que íbamos a hacer tan al sur, más pronto terminaría por averiguarlo por mí misma. Antes de llegar a la estación final, donde descargarían el resto de las mercancías, cuando el tren comenzaba a aminorar su marcha, Dan abrió la puerta del vagón de carga, el último del convoy, era de noche, se podían apreciar las luces de las grúas del puerto. Olía a sal y una brisa veraniega acentuaba la humedad de la costa dejando la ropa pegada a la piel. Primero saltó James, le siguieron Maiko, Dan y María, yo tragué saliva olvidé mi mareo y salté.

MagneticaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora